Además de ser el hombre más poderoso del mundo, es racista, misógino, blanco, xenófobo, multimillonario, tuitero empedernido, ególatra, nacionalista, populista, burdo, desafiante y provocador, mezquino, capitalista ortodoxo, tan alabado como impopular, peligroso, atípico, nuclear, mentiroso, bonachón, injustificable, novelesco, impredecible, un Frankenstein insaciable que se toma doce Coca-Colas light al día y no comparte habitación con su esposa Melania.
En su primer año como capataz del mundo, del cual ha pasado un tercio de su mandato en mansiones privadas, Trump fagocitó a su consejero de Seguridad Nacional, su jefe de gabinete, su portavoz, su director de Comunicaciones, su estratega jefe, y ha vituperado al Fiscal General y al Secretario de Estado; creció el Producto Interno Bruto 2,5%, conservó el 2,1% de inflación del 2016, y el desempleo latino alcanzó el 4,7%; fueron nombrados 60 jueces, 29 funcionarios del Poder Ejecutivo renunciaron, 226.119 personas fueron deportadas, 6,2% menos que el 2016; firmó 58 ordenes ejecutivas (algo que no pasaba desde Lydon Johnson), alcanzó el mayor índice de confianza en el Consumidor de Bloomberg desde el 2001, la desocupación fue la menor desde el 2000; visitó 13 países en 4 giras internacionales, invirtió 700.000 millones en gasto militar, mató 94 combatientes del ISIS con «la madre de todas las bombas», y pronunció 50 discursos; la embajada en Israel la trasladó a Jesuralén; retiró su país del acuerdo climático de París, del pacto mundial de la ONU sobre migración, y amenaza a México con -construir un muro moral de concreto y- retirarse del Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
Trump: 71 años, cinco hijos, nueve nietos, 500 empresas, una fortuna mayor a los 3.500 millones de dólares, votado por 63 millones de personas. «Me metieron en los negocios muy joven; mi padre me intimidaba como a todo el mundo, pero permanecí a su lado y me granjeé su respeto. Nuestra relación era casi empresarial”, reveló en su libro The art of the deal. Tony Schwartz, quien le ayudó a escribir su bestseller autobiográfico, ha dicho que: “Su autoestima supone un riesgo. Cuando se siente agraviado, reacciona impulsivamente, construyendo una historia autojustificativa que no depende de los hechos y que siempre se dirige a culpar a otros.
Está en guerra con el mundo y únicamente ve un camino: dominar. Trump se dota de sentido en la conquista”. La profesora de la Escuela de Medicina de Yale, Bandy X. Lee, y otros 27 psiquiatras, solicitaron un examen mental al asegurar que: «No soporta la crítica ordinaria y muchas de sus respuestas tienden a mostrar un comportamiento violento».
Sin importa cuál sea su apellido, cualquier paso del Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica sacude al mundo. No hay duda que los mandatarios mandatan para sí mismos, para los empresarios serviles y monopolistas como en el caso de Rusia, para los más fuertes. Pero lo sorprendente de Trump es que nunca un Presidente había dicho de forma tan explícita que en su videojuego distópico y maniqueo no hay lugar ni para los negros de «mierda», ni para los musulmanes «terroristas», ni para los latinos «narcotraficantes», ni para los demócratas «cómplices» de toda esa escoria humana.
Lo que comenzó como un chiste democrático de mal gusto, terminó convirtiéndose en una pesadilla hecha realidad. Una de las mayores virtudes de Trump es su capacidad de identificar cuál es el momento más oportuno para provocar el caos. Para un multimillonario como él, que poco le importan las formas siempre y cuando las cifras estén a su favor, este era su momento. Tal vez si la humanidad no fuera un mar de miedo, consumo, y egoísmo -si todavía no hubiésemos sido capaces de monetizar la moral y la ética- Trump sería lo que realmente es: la caricatura del tirano frustrado que todos llevamos dentro.
Hoy las fábricas estadounidenses producen más que nunca -dos veces más que en 1984- pero con dos terceras partes de las personas que trabajaban en ellas hace 34 años.
Para todos esos americanos preocupados porque mañana podrían perder su trabajo y con el la posibilidad de ir a la playa o al centro comercial, Trump era el mesías que tanto estaban esperando. Un mesías que sembrara esperanza recurriendo a la efectiva e imperceptible receta del odio.
Los eclesiásticos dirán que por lo menos Trump no puede ser más poderoso que un tipo sin cuerpo llamado Dios. Los agnósticos más pesimistas alegarán que el daño está hecho: Trump nos demostró que somos demasiado humanos para renunciar a nuestros deseos materiales, que tanto acumular nunca será demasiado. Quizás lo peor de todo es que todo puede ser siempre peor: que Trump haya llegado para quedarse en este “mundo organizado para el exterminio del prójimo”.