“Una mujer joven termina su jornada laboral, llega a su hotel, se baña y se arregla para salir a cenar con una pareja de amigos. Alguien golpea en su habitación. Ella mira por el rabillo de la puerta, es su jefe. Abre, “Él” la empuja. Con el dedo índice derecho le ordena que haga silencio.
Le hace preguntas rápidas mientras la lleva hacia la cama. Ella, que siempre tiene fuerza, la pierde, aprieta los dientes y le dice que va a gritar. “Él” le responde que sabe que no lo hará. La viola” (Claudia Morales – periodista)
Es imposible comprender en su totalidad el miedo, la zozobra y desesperación que puede sentir una persona que ha sido víctima de abuso sexual, más aún cuando este abuso ocurre en contra de una mujer, pues esta por naturaleza es más compasiva y sensitiva que el hombre, es más intuitiva y sus acciones se motivan casi siempre por la sensibilidad y un instinto filial que le puede más que la racionalidad a toda costa, esa racionalidad que en muchos casos es dios y demonio del género masculino.
Debo decir, con profundo dolor, que he seguido esa corriente de denuncias que día a día vienen conociéndose a causa del movimiento #MeToo, que surgió como una voz de protesta ante los hechos de abuso sexual y violaciones a los que se ven sometidas millones de mujeres en el mundo y que inició como una proclama de la actriz estadounidense
Alyssa Milano quien junto a otras 40 mujeres denunció al productor de Hollywood Harvey Weinstein por acosarlas sexualmente durante toda su carrera. Con valentía la actriz publicó: «Si todas las mujeres que han sido víctimas de acoso o violencia sexual escriben ´Yo también´ en sus cuentas de Twitter, quizás, la gente pueda realmente tomar dimensión de lo que significa esta problemática»
La solidaridad desde todos los rincones del planeta no se hizo esperar y desde entonces se ha convertido en un movimiento viral en redes sociales que ha sacado a la luz lo peor de la conducta masculina contra aquellas mujeres en estado de indefensión quienes han sido despojadas de su seguridad y confianza hacía el género opuesto.
Es allí donde cualquiera entiende que la depredación sexual no tiene límites, que los casos de violaciones están intrincados en las vísceras de nuestra sociedad y donde por supuesto como país no somos ajenos a este flagelo que está en nuestros hogares, en el trabajo, en los parques, calles, sitios de rumba, medios de transporte, en todas partes.
De acuerdo a la corporación Sisma mujer, en Colombia una mujer es agredida sexualmente cada 26 minutos y de esas agresiones sexuales el 85% son contra niñas y adolescentes entre los 5 y 13 años de edad, por cada caso reportado contra un hombre se reciben 6 casos donde las víctimas han sido mujeres. Para precisar, entre enero y septiembre del año pasado ya se habían practicado 14.943 exámenes médicos legales por presuntos hechos de violencia sexual, una cifra escalofriante si nos detenemos a pensar que mensualmente ocurren aproximadamente 1.660 ataques de este tipo y a diario 55 casos donde se trata de abusar sexualmente de ellas.
Se estima que el 10% de las mujeres de nuestro país sufren o han sufrido violencia sexual. Esto quiere decir caballeros, que de 10 mujeres que están a su alrededor al menos una ha sido agredida sexualmente y lleva consigo una pesada carga psicológica que alguien como tú o como yo puso sobre sus hombros, alguien quizá no con nuestras costumbres, formación o nivel cultural pero hombres al fin y al cabo. No es de culparnos, ni mucho menos señalarnos entre nosotros, es de crear conciencia y entender el porqué de su prevención natural hacía nuestro género.
Y estos datos corresponden solo a aquellos en los que el delito es denunciado ¿puede usted dimensionar la cantidad de abusos que siguen en la impunidad? Y lamentablemente muchas colombianas mientras leen esta columna atraviesan por los hechos perturbadores que aquí estamos reseñando. ¡No hay derecho!
Es reconfortante en medio de todo que cada día más y más mujeres se sumen a las denuncias, que se sientan empoderadas y que sus tragedias personales sirvan de ejemplo para que otras denuncien también, casos hasta hace muy poco desconocidos salieron a la luz con esta corriente del “MeToo.
Hoy se conocen testimonios de muchas de las mujeres más reconocidas en nuestro país como son los casos la modelo y actriz Carolina Guerra o las periodistas Mabel Lara, Yolanda Ruiz y Paola Ochoa quienes han roto el silencio y más por solidaridad que por el afán de la denuncia en sí han expuesto sus casos donde el común denominador es que el hombre que ejerce una posición de poder es el mismo que las acosa sexualmente e intimida bajo el manto sombrío de la impunidad.
Pero mi impulso final parte de la última columna titulada “Una defensa del silencio” escrita en el Espectador por la periodista Claudia Morales quien brevemente relata la violación de la que fue víctima a causa de uno de sus jefes. No ahonda, ni da mayores datos del abusador a quien llama “Él”, pero deja ver que es un tipo poderoso y reconocido en el medio colombiano, y más allá de querer denunciarlo ha buscado proteger a todas aquellas mujeres que aun siendo abusadas han preferido guardar silencio, ha entendido como nadie que cada mujer y hechos del delito son diferentes, que las condiciones socioeconómicas, culturales o de supervivencia ejercen una presión distinta sobre cada una, que el contexto marca la diferencia, pero sobre todo entiende que existen diferentes formas de afrontar esta tragedia humana y convivir con ese miedo, llevando solas esa pesada carga sobre sus hombros, una carga que no siempre se libera con solo gritarlo a los cuatro vientos.
Desde esta orilla muchos entendemos que la salida es la denuncia, que toda mujer que sienta un poco de valor para hacerlo debe recibir el acompañamiento necesario, que el depredador sexual debe ser expuesto públicamente, que es necesario que quienes estamos cerca a una mujer tengamos los bien ojos abiertos para entenderlas y oídos dispuestos para escucharlas, incluso en aquellos casos en que ellas mismas con sus palabras no nos lo expresen. El abuso sexual, físico y psicológico en contra de la mujer debe terminar, de lo contrario estaremos irremediablemente condenados a ser un país sin futuro.
Documentos referentes:
https://www.elespectador.com/opinion/una-defensa-del-silencio-columna-734086
http://www.eltiempo.com/justicia/delitos/cifras-de-violencia-contra-las-mujeres-en-colombia-65596
http://www.eltiempo.com/justicia/cortes/cifras-de-violencia-contra-las-mujeres-en-colombia-33079
http://www.eltiempo.com/carrusel/que-es-metoo-o-yotambien-143206
estos son los denunciados pero mientras haya impunidad y permisividad por parte las autoridades y leyes mal definidas seguiremos viviendo las violaciones sexuales y los feminicidios en los territorios y no se denuncia.
El abuso sexual es la forma más destacada de los abusos. Y aunque existen mujeres que nunca han sido tocadas de forma sexual sufren el terrible abuso sicológico y al cual no se le da la importancia que tiene, ni se denuncia la gravedad de su efecto.
Este abuso lo practican en muchas ocasiones todos los miembros de la familia.
Especialmente por hijos empoderados por el padre que arrebata todos los derechos y respeto.
En esta sociedad descompuesta donde los valores que a se diario se muestran son la imposición del del poder por la fuerza, el uso de violencia para solucionar problemas que se pueden solucionar con una palabra y el uso de la palabra para menospreciar y todo ésto incrementado por el uso de alcohol y drogas. Y solo la mujer es obligada en su posición de madre o esposa a enfrentar toda ésta problemática.
Hay tanto que decir respecto del abuso en todas sus formas que resulta escaso todo el espacio que se pueda tener.