Colombia está cambiando lenta e imperceptiblemente, se está transformando. Lo hace arrastrando consigo las viejas tragedias que como un fardo pesado hacen lento y silencioso el camino hacia el cambio. Tragedias que forjaron su particular historia entre conflictos y guerras, donde la muerte y el odio de clases se niegan aún a que cese la confrontación fratricida. Es el principal escollo que tiene que remover del camino.
Pero la voluntad real de cambio, es fuerte, profunda y compacta, y se va abriendo camino lentamente ante un pasado que se erigió a través de guerras que no la dejan en paz desde la Independencia. Voluntad de cambio que crece como la primavera soñada, llena de confianza, rompiendo con lo que le impide nacer, aquel horrible pasado.
Una nueva generación irrumpe entre ese pasado aciago que se niega a morir, y el presente de confianza que le brinda la posibilidad de un futuro social, político, económico y cultural mejor y diferente. Ese es el gran reto por el cambio que está obligada a asumir.
La anterior generación le lega, por un lado, su experiencia, sus sueños, sus luchas, sus triunfos y acumulados, pero también sus fracasos y errores, para que continúe la obra inconclusa de construir un país y una sociedad para la vida digna y el buen vivir. Entre una y otra se teje la historia.
Otros pueblos ayudan a nuestro andar, otros pueblos aportaron a su lento y silencioso cambio: un Acuerdo de Paz que aspira a ser estable y duradero, en medio de un continente que se sumerge de nuevo en justas batallas por el buen vivir, así poderosas fuerzas y partidos se opongan a ello. El destino es de lucha, está anunciado.
Su mayor reto será el triunfo de las ideas, la batalla cultural que genere conciencia de cambio, para hacer real la idea de dividir proporcional y justamente el fruto de la riqueza por las manos de todos producida. Que no se podrá hacer si no se conquista la administración del poder del Estado, sino se avanza hacia una conciencia transformadora, sino se cambia el modelo económico que produce inmensas riquezas para unos pocos y gran miseria para muchos otros.
Ese es el gran reto que tiene Colombia, el mismo que tiene la humanidad entera. Una sociedad que produzca para todos, y no para unos pocos, que distribuya la riqueza y suplante la inequidad, una sociedad equitativa en salud, techo, educación, pan, trabajo digno, cultura y oportunidades para todos, una sociedad que haga real los derechos y libertades de todos y todas: ¿Qué otra realidad y sociedad diferente cabría imaginar? Sea nuestro deseo de fin de año, y un augurio del que comienza.