¿Olvidar? ¿Recordar?

Nuestra sociedad colombiana se debate ahora mismo en torno de la necesidad, la conveniencia o la prudencia, de abordar la memoria o elegir el olvido.

Opina - Sociedad

2017-12-13

¿Olvidar? ¿Recordar?

La palabra amnistía, (amnhstia, amnestía) de tan hondas connotaciones político judiciales comparte sus raíces con otra relativa a una actitud que, en veces constituye una enfermedad: la amnesia (amnaomai,  amnisía).

En efecto, la amnesia es la incapacidad de almacenar información que se traduce en la imposibilidad de recordar lo ocurrido, ya sea en un pasado inmediato, en un tiempo reciente o en una temporalidad lejana.

Hay miles de expresiones de amnesia y existen miles de causas. Desde la caballerosa (“los caballeros no tienen memoria”) hasta la patológica consubstancial al terrible mal de Alzheimer.

Y hablo de actitud porque hay “olvidos” por conveniencia. Hay olvidos interesados de hechos que, por dolorosos, son acreedores de la alfombra bajo la cual se guardan pudorosamente.

Pero también hay olvidos estratégicos que se administran según las circunstancias, según las conveniencias políticas, económicas, mediáticas.

Uno de los pasajes más emocionantes de Cien años de soledad, tan profusamente comentada en días recientes, es aquel episodio de la enfermedad del desvelo que ocasionaba a los habitantes de Macondo un insomnio inmisericorde, acompañado de la imposibilidad de recordar incluso el nombre de las cosas más elementales y cotidianas.

Los habitantes de Macondo intentaron variados mecanismos para vencer el olvido, al igual que el hombre moderno se ha creado instrumentos como las bibliotecas y particularmente, los archivos, para recoger todos esos episodios fugaces que terminan por escapar a la memoria.

De otro lado, es un hecho psicológico comprobable que el olvido funciona a manera de mecanismo de defensa en contra de la angustia que producen ciertos recuerdos, comprometedores o molestos.

El Psicoanálisis ha realizado todo un estudio, partiendo de la inolvidable obra de Freud, Psicopatología de la vida cotidiana, en torno a las causas y mecanismos de los olvidos, aparentemente, inocentes, inmotivados o inexplicables.

De hecho, el método psicoanalítico consiste en una terapia catártica o anamnésica que tiene por objeto hacer brotar aquellos recuerdos dolorosos relacionados con situaciones traumáticas, para lograr superar las cargas afectivas que ellos generan en el sujeto.

Pues bien, la sociedad, nuestra sociedad colombiana, se debate ahora mismo en torno de la necesidad, la conveniencia o la prudencia, de abordar la memoria o elegir el olvido.

Los comentarios de la prensa en estos días han girado a propósito de estas actitudes.

Los hay que abogan, y no solo de ahora, sino desde 1959 en los editoriales del diario El Tiempo, por el olvido y la superación de los hechos dolorosos como un mecanismo necesario para la construcción de la paz y la reconciliación.

Pero también hay quienes, desde la orilla opuesta estiman que es necesario abrir las heridas, exponerlas, ventilarlas, para que sanen. Pero sobre todo, para que los hechos que dieron origen a esas lesiones morales no se repitan.

Y viene a la memoria la frase repetida insistentemente por el viejo Lenin: Pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla.

El Frente Nacional en Colombia, implicó en buena parte el perdón y olvido, consagrado en las Leyes de amnistía aprobadas bajo el gobierno del presidente Lleras Camargo. Y cuando se traía a cuento los crímenes abominables que caracterizaron el régimen conservador, no faltaban quienes, molestos por la alusión, tildaban de sectarios a los memoriosos. Pero nunca se hizo una depuración real de esos rencores, nunca se logró aprender la lección para evitar la repetición.

Más tarde, bajo la administración del presidente Betancur también se aprobó una Ley de Amnistía, pero en ese caso en lugar de cuajar la paz, se desató la tragedia del Palacio de Justicia y el genocidio del grupo político de la Unión Patriótica al ritmo de un “Baile Rojo”.

Ahora puede ocurrir lo mismo. Porque, evidentemente habrá que recordar los delitos atroces que cometieron los guerrilleros de las Farc. Y no faltará el comandante que se sienta aludido, ofendido, descalificado por la mención.

Pero también será necesaria la memoria de los hechos que miembros de las fuerzas estatales, policía, ejército, cuerpos secretos, cometieron contrariando las más elementales normas de humanidad y respeto por la dignidad humana. Y también habrá que mencionar los execrables crímenes cometidos por cuerpos irregulares, armados con la anuencia, la bendición y el apoyo de encumbrados estamentos civiles, políticos tradicionales, terratenientes, figurones de la industria, el comercio y la banca.

Estamos pues ante la  disyuntiva, planteada profusamente por estos días en las diversas columnas de opinión de los medios, acerca de si lo mejor es olvidar para reparar el tejido social y generar nuevos espacios de convivencia o si, por el contrario, lo más necesario y conveniente en orden de remallar ese tejido, es que la verdad aflore, que se sepan las causas, los medios y los autores de todo lo que sucedió.

La Carta Política, al establecer los propósitos de la investigación judicial en cabeza de la Fiscalía General de la Nación, le fija dentro de sus misiones, en el art. 250, el “disponer el restablecimiento del derecho y la reparación integral a los afectados con el delito.”

Y toda la legislación contemporánea enfocada a sustentar los acuerdos con los grupos ilegalmente armados, está apuntando a la necesidad de establecer ante todo la verdad de lo ocurrido a las víctimas, como una forma de reparación integral.

Porque evidentemente, no se puede hablar de reparación integral sin verdad, sin conocimiento de lo que pasó y por qué pasó.

Con lo cual, además, se tiene que restituir la honra y el buen nombre de los sacrificados, pues en más de una ocasión, quienes padecieron la violencia se han visto revictimizados al señalárseles como causantes de su propia desventura, de su propia desgracia.

No hay riesgos en la memoria. El único riesgo proviene del olvido, pues permite la repetición.

Ahora bien, la memoria de los hechos dolorosos tiene que estar acompañada de una sincera voluntad de perdón y de superación de los rencores y de las ansias de venganza. No tiene objeto recordar para vengar, recordar por desquite, por odio patológico y retaliativo, porque esa es la manera más eficaz de alimentar la espiral de la violencia  y de prolongar del conflicto.

De ahí que sea preciso educar para recordar y el único método pedagógico  en este caso es el perdón. Hay instituciones especializadas en recordar, como Las Madres de la Candelaria en Medellín, o el Centro de la Memoria, porque en ellas  se ha entendido que solo perdonando se puede, efectivamente, remendar los rotos de una sociedad tan maltrecha y así, mediante el rescate de la memoria de lo ocurrido, sin rencores, ni cargas afectivas de retaliación, garantizar que esos hechos tan dolorosos no volverán a ocurrir ¡NUNCA MÁS!

 

( 2 ) Comentarios

  1. ReplySandra López Posada

    Excelente artículo, y es una realidad somos de olvido a la conveniencia y lo más triste a cargar rencor que es trasmitido de generación en generación el cual no permite que tengamos un futuro en paz.

  2. Desde hace un tiempo nuestra historia no se analiza,se cuentan hechos como si fueran anécdotas. La parte dolorosa la asimilan a una obra de ficción, la verdad ni tan siquiera se plantea. Hoy, cuando hemos entendido que el acabar la guerra conlleva el conocimiento de la verdad, los actores ocultos del conflicto se rasgan las vestiduras y exigen condenas ejemplares a los protagonistas, reservándose el derecho a ser juzgadores.

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Armando López Upegui
Historiador, Abogado, Docente universitario y Maestro en Ciencia política.