Negación y posverdad, la manera sucia de hacer política

El colombiano promedio sabe más de historia por las novelas que por los libros y se niega a conocer su propio legado.

Opina - Sociedad

2017-12-01

Negación y posverdad, la manera sucia de hacer política

Colombia no se ha caracterizado por ser una nación preocupada por su propia historia. La manera como se abordan los acontecimientos que forjaron nuestro país no ha sido relevante en los currículos de las escuelas estatales y mucho menos en los contenidos amañados de los colegios privados, los cuales tienen premisas muy claras en cuestiones políticas o religiosas.

Esta falta de conocimiento ha permitido que el colombiano del común, ignorante por imposición de una política educativa casi inexistente, asuma como verdad absoluta todo lo que los medios, el cura/pastor, o la escuela les dice.

El fomento de la investigación, la importancia de cultivar la lectura en edades tempranas o tener la responsabilidad de mantener una constante de crecimiento en la calidad educativa, son los primeros pasos para generar un ambiente de tolerancia, sentido crítico y diálogo en la sociedad.

Esto debería ser obligatorio para el Gobierno, el Ministerio de Educación y las propias instituciones.

No es de extrañar la cantidad de absurdos expresados en las redes sociales por diferentes protagonistas de la vida pública nacional, con respecto a temas tan importantes como nuestra propia historia y el legado de acontecimientos siniestros que han sido el caldo de cultivo de un conflicto que no termina, además de la incapacidad de tener un criterio sobre la realidad nacional y lo que nos deparará el futuro.

En este y otros medios se han dado a la tarea de explicar de manera concreta y con lenguaje académico el por qué tomar un hecho histórico comprobable bajo una rigurosa investigación, no puede ser negado y tergiversado para argumentar una posición política, más aún cuando dicho hecho fue coyuntural para la actual situación social del país.

El primer paso de una cadena de acontecimientos, que a través de los años han permitido la impunidad, la negación de derechos y, sobre todo, la incapacidad de reconocer elementos esenciales que en otros países existen, gracias al reconocimiento de construir la memoria de un pueblo como parte de la identidad de su propio país.

Pero no olvidemos que estamos en Colombia. El único país del mundo que nunca tuvo una dictadura militar, pero lleva en su haber la mayor cantidad de muertos en democracia del mundo. Pero también hay desaparecidos así la señora Cabal y su ignorancia siga insistiendo en decir que los del Palacio de Justicia, tampoco son crímenes de estado.

La señora Cabal no es más que una descarada muestra de la vieja estrategia de negar un hecho coyuntural para justificar o negar un acto atroz del pasado que tiene repercusiones en el presente.

La negación de la Masacre de las bananeras es criminal en todo el sentido de la palabra. La primera acción en pro de los derechos laborales fue silenciada por una fuerza pública amparada por una multinacional norteamericana en contra de campesinos en pie de lucha, pero desarmados.

A partir de ese momento, la protesta como forma de expresar descontento y visibilizar atropellos, fue convertida en Colombia en motivador de violencia. Luego, se completaría esta tragedia con la muerte de Gaitán, quien fue el representante de las víctimas de este crimen ante las autoridades judiciales. Incluso su muerte podría ser sumada a esa misma estadística si se quiere ahondar en la investigación de este magnicidio.

Y de ahí para adelante, nuestro derecho a un salario justo, a trabajar dignamente, a ser dueños de nuestros propios recursos y a vivir en paz se vio truncado. En gobiernos de conservadores y liberales, que al final eran la misma oligarquía tradicional, terminaron los desesperados tomando las armas y dándole origen a 50 años de un absurdo derramamiento de sangre amparados en la vida fácil de la corrupción y el narcotráfico.

No en vano, el colombiano promedio sabe más de historia por las novelas que por los libros. Y sin embargo se niega a conocer su propio legado.

Esto no solo pasa en Colombia. La negación del holocausto contra el pueblo judío en la Segunda Guerra Mundial o los 30.000 desaparecidos en la dictadura militar en Argentina, son los ejemplos más plausibles de esta terrible pero eficaz estrategia de los políticos para sustentar sus agendas políticas y estructurar un discurso de odio en contra de la memoria que los deja mal parados ante la sociedad y les permite generar un ambiente de confusión en la comunidad mal preparada y mal educada.

Sin embargo, este tipo de actos no solo van por la derecha. La izquierda anacrónica de nuestro continente ha jugado con esta misma carta por décadas. Realizando actos multitudinarios para generar efervescencia en los movimientos populistas y las mismas organizaciones que critican este tipo de argucias usadas por la derecha recalcitrante y el fascismo, tienen su propio ramillete de mentiras históricas que los hacen igualmente culpables de confundir al pueblo y llamarlo al combate bajo las imágenes de próceres y mártires revolucionarios, así como de argumentos tomados a la ligera sin tomar de manera seria su contexto.

Es un claro ejemplo de esto la concepción de la figura de genocida de Cristóbal Colón siendo vilipendiado a sabiendas que su papel en la historia era de comerciante y explorador y su contexto no le permitía entender el extermino de las comunidades indígenas como lo vemos ahora, o la exaltación casi idólatra de la figura del “Che” Guevara, a sabiendas que gustaba de los fusilamientos en masa, la radicalización del discurso y la extrema homofobia que lo llevó a ser criticado y señalado incluso por sus propios compañeros de armas.

Todo puede ser justificado o condenado por la propia historia siempre y cuando se entienda que aquellas aseveraciones se deben sustentar de manera imparcial y acorde con la realidad de los documentos y la investigación.

Las falencias educativas enquistadas por haber permitido que nuestro sistema educativo haya sido delegado a una nefasta institución como lo es la iglesia católica. Sumado a un interés de claro de evitar la movilidad social y mantener el status quo por más de 200 años, ha permitido que nadie sepa nada de su historia, más allá de su propia curiosidad o estudio.

Pero recordemos que hacer ciencia social en Colombia es sinónimo de “guerrillero”, “terrorista” o “mamerto”. Y es así como siguen creciendo las mentiras y la post verdad se hace lugar con el gobierno de turno.

Y mientras se piense que Gabriel García Márquez es un comunista y terrorista, o se crea que Bolívar y el marxismo pueden andar de la mano, los ciudadanos seguirán esperando que Caracol, RCN o Netflix, les cuenten qué pasó realmente. Porque en el país del sagrado corazón, lo único realmente sagrado es lo que nos imponen a creer y no lo que deberíamos pensar.

 

( 1 ) Comentario

  1. Para compartir en Facebook pero seguro nadie le parará bolas.

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Dario Hernández
Escritor de novelas. Contrera, despatriado, exiliado y ácrata. Ni militante, ni hincha, ni creyente.