El primero de noviembre, en Bogotá, se realizó el foro[1] sobre noticias falsas. Más allá de los resultados del evento, bien vale la pena señalar que el asunto de las fake news aparece, junto a la posverdad, como vocablos, nomenclaturas, hechos y situaciones nuevas y propias de esta época postindustrial y postmoderna, cuando claramente ambas son tan antiguas como el ejercicio mismo del Poder, así el uso del término posverdad, por ejemplo, se remita apenas a una década atrás.
Lo curioso del asunto es que al hablar de posverdad y fake news, la Gran Prensa trata de pasar incólume ante la responsabilidad histórica que debe asumir por haberse prestado en el pasado a la construcción de mentiras y a recoger versiones de organismos de inteligencia y fuentes oficiales, en especial de la fuente castrense, con el firme propósito de tergiversar los hechos acaecidos en el marco del conflicto armado interno, acomodar las versiones de los bandos enfrentados y en general, para tratar de disimular el hedor de un Establecimiento desde donde se auparon acciones y actitudes que terminaron borrando los límites entre lo correcto y lo incorrecto, entre lo legal y lo ilegal.
La Gran Prensa, con sus periodistas vedettes, trató de perfumar ese hedor con las noticias del entretenimiento, industria que supo bien explotar en su noticiero el reconocido periodista Yamid Amat.
La discusión, entonces, está mal planteada: el problema no está tanto en las falsas noticias que hoy circulan por las redes sociales y que recogen los propios Medios masivos. El gran problema está en la forma como la Gran Prensa colombiana viene informando, especialmente desde 1998, cuando nacieron las empresas periodísticas privadas RCN y Caracol que, con sus noticieros, han logrado manipular a unas audiencias ignorantes, así como disimular la hediondez de un régimen político corrupto, sostenido más por el ejercicio del poder tradicional, que por una bien ganada legitimidad.
Todo régimen de poder político sabe -debe- cooptar a la Prensa y usarla para consolidarse y servir a los intereses de unos pocos. Lo ha hecho la izquierda y la derecha, sin mayor diferencia en las rutinas de producción noticiosa de medios masivos a lo largo y ancho del planeta. Y cuando ello sucede, los Regímenes hacen lo que deben hacer para mantener el poder: mentir, acomodar, manipular, enlodar y ocultar, entre otras acciones.
Para ello, apelan a los periodistas incorporados, o lo que se conoce en inglés como embedded reporter y que se puede traducir como “reporteros incrustados”[2]; también se pueden llamar “periodistas incorporados”, es decir, aquellos que afectos a un gobierno en particular, harán todo lo posible para salvaguardar secretos, desviar la atención sobre hechos trascendentales, auto censurarse y en general, dejar de informar. También, sirven esos periodistas incrustados para posicionar- imponer- líderes carismáticos capaces de extender en el tiempo un tipo de Régimen u orden de dominación.
Lo mínimo que se esperaría que hicieran dichos regímenes, en el marco de una democracia ideal, es garantizar la vigilancia y el control por parte de la Prensa que milita con los sectores de poder que perdieron las elecciones o aquellos que se declaren en oposición. Es decir, lo que se debe garantizar es pluralidad informativa, asunto al que le suelen temer los gobernantes, de izquierda y derecha.
Unos y otros, temen al escrutinio y buscan controlar a las audiencias, en particular, desean mantener los altos niveles de ignorancia e incapacidad de cientos de millones de ciudadanos incapaces de descifrar las lógicas bajo las cuales funciona y opera el poder político.
Así entonces, no nos debe preocupar la posverdad y las falsas noticias. Lo que nos debe preocupar es la incorporación, cada vez menos disimulada, de periodistas vedettes a los que las audiencias suelen creerles y seguir sus discursos aparentemente democráticos y profundamente anclados en una ética periodística supuestamente no afecta a ningún sector de poder.
Como audiencias lo que debemos hacer es consumir con extremo cuidado las versiones periodísticas, en especial las que entregan de manera amañada empresas mediáticas como RCN y Caracol. Luego, debemos contrastarlas con otras fuentes, eso sí, siempre apelando a la historia y a la lectura de informes y libros que nos permitan develar lo que la Gran Prensa siempre maquillará, callará o tergiversará.
Adenda: la pérdida sistemática de audiencias del Noticiero RCN, según los últimos estudios de rating, bien podría entenderse como el rechazo de unas audiencias que aprendieron a consumir y que se dieron cuenta de la perversa política editorial que guía el ejercicio periodístico de dicha empresa mediática. Aunque dicha pérdida no le generará mayores problemas económicos al conglomerado económico que está detrás de dicho noticiero, si se trata de un duro golpe a la hegemonía informativa que por largos años ostentó el informativo RCN.
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[1] Véase: http://www.semana.com/nacion/articulo/foro-noticias-falsas-2017/545265
[2] Especialmente, alude a periodistas que hacen parte de las filas de ejércitos y asisten a los combates y a las operaciones militares para informar desde el punto de vista de la fuerza que lo incorporó o a la que pertenece por decisión propia.