El 1ro de octubre en Buenos Aires y otras ciudades del país austral, miles de personas se reúnen para exigirle al gobierno de turno respuestas por la desaparición de Santiago Maldonado. Un jovencito de aquellos que aún sobreviven en nuestras sociedades consumistas y descorazonadas. Había sido visto por última vez protestando en la cabecera de una ruta provincial por los derechos de la comunidad Mapuche. En su última imagen con vida, según narran testigos, se le ve correr hacia el río evitando la represión de las fuerzas de gendarmería.
No más de dos semanas después de aquella marcha y de tres meses de búsqueda, Santiago Maldonado aparece muerto en el rio Chubut, cerca del lugar donde se le vio por última vez. Aún no se determina la causa de su muerte, aunque su desaparición trajo a la palestra de parte y parte de la sociedad argentina, el debate de la memoria histórica y los desaparecidos de la dictadura militar.
“Un desaparecido en Democracia” decían de un lado, “Un hippie que estaba metido en una organización terrorista Mapuche” dicen los otros. La importancia del caso se da en el valor del símbolo. De no olvidar. De construir una posibilidad de debatir sobre la muerte de una persona por defender una manera de ver el mundo, una manera de abordar una problemática. Sea como sea, politizado o no, se le visibiliza. ¿Y esto que tiene que ver con Colombia? Pues fácil. Se lo cuento a continuación.
Ahora en Colombia, en tiempos de paz, van más de 81 personas asesinadas por las mismas razones de fondo. Luchar por los derechos de una comunidad vulnerable. Casi todas muertas directa o indirectamente a manos del Estado y los grupos armados que sobreviven después de las puestas en escena de Ralito con los Paras o disidencias de las Farc, las mismas que cambiaron rosas por armas, pero guardan un inquietante silencio a esta situación. Y la más reciente por el ELN.
¿A qué nivel de indiferencia está acostumbrada la sociedad colombiana frente a estos hechos?
Desde la época de la violencia en los años 50, era normal ver muertos en las calles a machete, plomo o piedra. El conflicto armado y la nefasta década de los 90 con los capos de la droga a la cabeza, hicieron de Colombia un rio de sangre que nos salpicaba y no nos afectó en lo más mínimo. De la misma manera que jamás nos afectó como sociedad el saber de la desaparición forzada de once personas inocentes a mano de las fuerzas militares en los acontecimientos del Palacio de Justicia porque “había que defender la democracia maestro”, o los hombres y mujeres cautivos en la selva por más de diez años con cadenas en sus cuellos, muriéndose de hambre y a merced del monte y de la crueldad de sus captores, como salidos de una película de la Segunda Guerra Mundial. O peor aún, de las incontables masacres guerrilleras, paramilitares y a manos de las fuerzas militares en estos cincuenta años de guerra que se niega a terminar.
La violencia está enquistada en nuestros genes por desmemoriados e ignorantes. Por la autocomplacencia del optimismo exacerbado y la excesiva alegría folclórica que más parece producto de una histeria colectiva que de una real manera de ser como nación.
Ahora que se vienen las presidenciales, salen a relucir las perlitas de los candidatos y esta naturaleza cruel y asesina se manifiesta sin querer queriendo. Imágenes de contradictores del Centro Democrático con mordazas y caras sucias. Una viva apología a la tortura. Canales de televisión al servicio de la preservación de ese status quo, en la impresentable entrevista exclusiva con el charlatán de Vargas Lleras. Con un director de noticias que parece un títere haciendo preguntas preparadas y pasando “videítos” para justificar la bravuconería y la maraña de mentiras y contradicciones de este desagradable personaje, perpetuador de los males políticos de los últimos 30 años de política colombiana.
El silencio conveniente de la izquierda y la discriminación desmedida contra la figura de Claudia López por su condición de mujer. Con machismos, imágenes sádicas y mentirosas en horario “Prime Time”, dejamos de lado a los muertos que a diario aparecen en nuestros campos y calles, sea por atracos, discusiones de tránsito, violencia de género, enfrentamientos de barras bravas o pelea de borrachos.
El colombiano promedio así se indigne por Facebook no le da valor a la vida humana en ninguna de sus formas. Nadie marchó ni marchará por un muchacho campesino víctima de las balas de la policía, por un grafitero de un barrio de Bogotá y menos por un líder indígena asesinado por la última y anacrónica guerrilla del mundo.
A duras penas nos acordamos de los verdaderos mártires de la paz. Al menos nos queda Jaime Garzón, pero está a un paso del olvido como lo estuvieron muchos otros que sacrificaron su vida por decir la verdad, por enfrentar al establecimiento violento que nos ha tocado en suerte con argumentos y no con armas.
Y mientras las encuestas siguen su curso y se ignoran las condiciones del proceso de paz, se le hace conejo a la Justicia Especial para la Paz.
Colombia sigue priorizando lo que cuenta. Se cuentan votos, se cuentan firmas, se cuentan chistes, se cuentan días para el Mundial. Pero no se cuentan víctimas, ni recursos robados, ni mermeladas pagadas a corruptos.
Mientras en otros países con problemas sociales similares hacen de un muerto un motivo de discusión política, en nuestro país los muertos son invisibles. Por eso en Colombia jamás existió ni existirá un Santiago Maldonado.
Viviremos en el olvido y en la miseria moral, mientras la valentía de los ignorados siga siendo superada por la cobardía de los ignorantes.
Colimvia es el genocidio continuado mas largo de la hisroria contemporanea. Una masacre diaria en promedio durante 70 anos. En un solo ano de los 80s mas asesinados por razones politicas o con su disculpa que baho 17 anos de dictadura militar en Chile. Con esa democracia, para que dictaduras. Se miente tanto sobre Colombia q el articulo mete en el saco del crimen la propaganda mas visible de tres decades contra la guerrilla, la verdad es q no hay comparacion posible. Es un narco-para-militarizado Estado al servicio de una oligarquia insaciable y voraz que recibe ordenes en ingles.