“When you’re alone and life is making you lonely
You can always go – downtown”
Tony Hatch
Todas las ciudades del mundo tienen un “centro” que aman y cuidan de manera permanente; ese “downtown” que Frank Sinatra inmortalizó en la canción homónima escrita por Tony Hatch.
Es como la fachada, la carta de presentación y la cara de mostrar de la ciudad.
Por eso los europeos gastaron millones de dólares de los asignados en el Plan Marshall para reconstruir los espacios urbanos destrozados por la vesania de las bombas de la Segunda Guerra Mundial.
Pero Medellín no, aquí no.
Los que pasamos de cierta avanzada edad en Medellín recordamos sí un lugar en “el populoso sector de Guayaquil” (como escribían graciosamente los cronistas de la página roja de la hojita parroquial de El Colombiano); de olores nauseabundos, donde corrían aguas de todos los colores por las calles y existía el desorden más bien organizado del planeta. El lugar, presidido por la estatua del gran ingeniero cubano Francisco Javier Cisneros, se llamaba El Pedrero, y se había formado y fortalecido día a día, después del incendio de la plaza de mercado ocurrido en abril de 1968.
Esa vieja edificación de la Plaza de Mercado, diseñada por el ingeniero Carlos Emilio Carré, fue casi totalmente consumida por las llamas un 7 de abril, pero a su alrededor y en sus ruinas se dieron cita meses y años más tarde, decenas de venteros ambulantes y estacionarios de toda clase de géneros: granos, verduras (que aquí llamamos “revuelto”), frutas y, muy particularmente, el muy oloroso pescado que era trasportado primero por tren y después por camiones, desde Puerto Berrío hasta la Estación Cisneros del Ferrocarril de Antioquia, situada frente a la plaza.
Más tarde, las administraciones municipales de Bernardo Guerra Serna y William Jaramillo Gómez, atendiendo un clamor más o menos generalizado de la ciudadanía, decidieron herir de muerte El Pedrero, y acometieron obras públicas que implicaron el tendido de alcantarillado, redes telefónicas y semafóricas, con lo cual dificultaron el ingreso de vehículos a Guayaquil por suficiente tiempo como para ahogar económicamente a los venteros, llegando a afectar incluso a los propietarios de otros negocios formales del sector, almacenes de abarrotes, de repuestos eléctricos, ferreterías, prenderías, cantinas etc.
Entre tanto el Centro de Medellín veía crecer verticalmente los centros comerciales, e innúmeros edificios nuevos, al paso que a los viejos ora se les destruía, ora se les “remodelaba”, sin conmiseración con su historia y su patrimonio arquitectónico o, lo que es peor, se les dejaba a su suerte para que el deterioro, la desidia, el mugre y el abandono los convirtiera en muladares.
Por demás la ciudad ya se aprestaba a una intervención más dolorosa, en términos arquitectónicos, y costosa en recursos: la construcción del Metro de Medellín.
Las promesas de administradores públicos y privados iban todas dirigidas a asegurar que el viaducto sería un factor más de embellecimiento de la ciudad. Había que ver esos dibujos y proyecciones pictóricas cómo entusiasmaban al público con imágenes de locales limpios, ordenados. Con calles y andenes espaciosos y amplios, pletóricos de felices transeúntes.
No fueron más que burbujas de jabón que se desvanecieron al contacto con la realidad.
Pero El Pedrero tampoco se murió: por el contrario hizo metástasis en todos los sectores del Centro de la Ciudad. Al socaire de las fuertes columnas de hormigón, se produjo la “pedrerización” de la urbe.
Ya sea en los bajos del viaducto, (donde, en veces todo el día, en veces desde el atardecer) se instala un nefando “mercado del usado” que en realidad es una azarosa compraventa de basuras, que esconde la actividad de la delincuencia, del microtráfico de drogas alucinógenas, la prostitución femenina y masculina, el hurto a mano armada, entre otros.
La infección se propagó, además, a calles que desembocan en el propio Parque de Berrío, ese mismo que la ridícula élite paisa estimaba punto de referencia de esa cosa extraña que ellos llaman “antioqueñidad”.
Vías tradicionales como las carreras Junín y Carabobo, o las calles Boyacá y Calibío, así como el flamante Parque de las Esculturas gordas y oscuras que contrastan con las verdaderas obras de arte encerradas en el viejo Palacio Municipal, convertido en Museo de Antioquia, y la Plazuelita Nutibara de grata recordación en los años sesentas, están convertidas hoy en un verdadero bazar persa, en medio de estridentes altoparlantes que acompasan el vertiginoso tránsito de gentes, y la venta de toda clase de bisutería de contrabando.
Es tan grave el deterioro del Centro de Medellín que entidades y reconocidos hoteles del sector, otrora emblemáticos de la ciudad, han rebajado la calidad de sus servicios y envilecido sus restaurantes, tornándolos en vulgares plazoletas de comidas.
Parece como si a las administraciones municipales no les importara en absoluto la suerte de esta parte tan importante de la Villa.
Sin embargo, a la hora de sustentar las demandas presupuestales de las administraciones municipales y en el todopoderoso papel, en la teoría, en los programas, no es así, porque se señala y se reclama rublos exorbitantes de recursos para unas ejecuciones que no se ven.
En efecto, desde finales del siglo pasado se hablaba de la recuperación del Centro de la Ciudad.
Así lo dice el acuerdo nro. 62 de 1999 en su artículo 103 cuando habla de la materia:
“1. PLAN ESPECIAL DEL CENTRO TRADICIONAL Y REPRESENTATIVO METROPOLITANO. Lograr que el centro de Medellín, símbolo de la ciudad vuelva a ser un espacio funcional, seguro y agradable para el encuentro cívico, cultural, turístico, religioso, recreativo, comercial, de servicios y residencial. Está en proceso de formulación. $1.000 millones. Municipio de Medellín. La entidad coordinadora es la Secretaría de Gobierno.
- PROYECTO EJE CULTURAL LA PLAYABOYACÁ Fortalecer el componente cultural del centro y a darle a esta vía el carácter de eje integrador de la ciudad, como parte de la estrategia de consolidación del mismo. Proyecto ejecutado en un 100% $900 millones Secretaría de Obras Públicas.”
Entre los dos proyectos estamos hablando de la no despreciable suma de mil novecientos millones de pesos de la época. Y todavía no sabemos qué se hicieron los recursos que, supuestamente, se invirtieron pues esos sectores están en estado deplorable.
Más tarde, pasadas las administraciones Pérez, Fajardo y Salazar, en 2015 se intentó un Plan de Gestión de la Intervención Integral del Centro.
En esa época, luego del análisis pertinente se postuló como macro problema el “elevado nivel de deterioro de las condiciones socio ambientales, culturales, urbanísticas, de seguridad y de movilidad del Centro Metropolitano de la ciudad, que impactan en la calidad de vida de sus habitantes y transeúntes.”
Además fueron postulados los que el estudio denomina sub problemas que se expresan en 1. La ocupación indebida de espacio público y contaminación audiovisual en el centro de Medellín; 2. Inadecuada infraestructura para la movilidad de los habitantes y transeúntes del Centro de la ciudad. 3. Homicidio, actividades ilegales y delitos de alto impacto; 4. Incremento del deterioro del hábitat.
Sin embargo, la administración Gaviria terminó sin pena, ni gloria y la pedrerización de Medellín siguió adelante.
De ahí que al explorar la percepción ciudadana, se encontrara que su satisfacción respecto del espacio público de la ciudad disminuyó desde finales de la administración Salazar y comienzos del periodo Gaviria, como que en 2012 el 66% de los medellinenses afirmaba estar satisfechos o muy satisfechos con el espacio público en la ciudad en términos generales, mientras que en 2016 esta proporción bajó hasta el 44%.
En consecuencia, la Mesa de Trabajo sobre Plan de Ordenamiento Territorial y el Centro de Medellín reunida en 2016 concluyó:
“El Centro de Medellín es un referente para 1.500.000 de personas que a diario transitan por él, esto corresponde a un 40% de la población del valle de Aburrá. Lugar de encuentros y desencuentros, de oportunidades pero también de conflictos. Lugar con enormes potencialidades derivadas de su riqueza cultural, patrimonial e histórica; no obstante, en las dos últimas décadas ha venido evidenciando problemáticas muy graves que son el reflejo de los peores males que aquejan a la ciudad en su conjunto, como son el desempleo, la informalidad, la inseguridad, la contaminación, entre otros, que se ven en toda su dimensión en las más de 500 cuadras que lo componen.”
Problemas que no se resuelven, como dijo el entonces Director de Planeación, con políticas segmentadas, como una calle peatonalizada o un museo, sino que requiere una intervención integral.
Y si uno estudia los planes de las administraciones anteriores encuentra que la manera cómo se atendieron las falencias en múltiples sectores urbanos no impidió el desastre que estamos afrontando en la actualidad.
Algunos pudieron mejorarse o resolverse. A unos costos que sería bueno revisar, aunque al fin y al cabo, se hizo algo.
Pero el Centro de la Ciudad se ha “pedrerizado” y esa realidad punzante nos acomete a todos los habitantes y usuarios de esta zona de Medellín.
El alcalde Federico anda enfrascado en una serie de proyectos interesantes sobre la recuperación ambiental, paisajista y ecológica. Aunque no hemos visto todavía sus propuestas concretas y viables acerca de cómo va a rescatar el Centro Histórico de la ciudad.
Queremos volver a deambular por la ciudad, queremos volver a “juniniar”, no solo sin temor al asalto o al atraco, sino a poder hacerlo sin obstáculos para la movilidad motorizada o peatonal.
El señor Gutiérrez Zuluaga tiene la palabra.