Un país al revés

Vamos por otro mundial y otros 200 años de tragedias, muertos y tristeza y soledad. Una historia que se repite una y otra vez.

Opina - Sociedad

2017-10-13

Un país al revés

Podríamos decir que Colombia es un país al revés. La tierra del Sagrado Corazón de Uribe, protagonistas de novela sin talento, Maluma misógino y Silvestre borracho y toquetón de niños. La misma que tiene como prioridades las cosas menos importantes e ignora las trascendentales. La misma que le dice no a la paz, donde su fuerza pública asesina a sus ciudadanos, donde se perdona a los asesinos y ladrones, pero se condena a muerte o al destierro social a librepensadores, revolucionarios de la esperanza, críticos coherentes, periodistas honestos, políticos transparentes, incluso a sus representantes más sobresalientes.

Y mientras en las listas de las organizaciones no gubernamentales encargadas de evaluar los estándares de vida en ciudades y países, nuestra querida patria siempre sale en los 5 primeros, pero de atrás para adelante. Porque en el país al revés, pensamos que no importa si hablan mal o bien, es todo un orgullo que hablen.

Vemos cómo bombardean a cualquier estrella internacional con preguntas tontas que buscan esa respuesta enfermiza: “Colombia es el mejor lugar donde he estado” Y muchos lo dicen por cortesía y el colombiano lo sabe, pero no le importa.

Esa impronta del “chicanero” está enquistada en los colombianos en todos los sentidos. Puede estar comiendo agua de panela con calao, pero tiene IPhone. Eso mismo le pasa al país al revés. Sus prioridades como sociedad están volteadas. Uniformados y fuerza pública masacran a civiles en épocas de “Paz”, el narcotráfico cambió de manos ilegales a ser manejada por funcionaros legales que siguen siendo igual de traquetos a los pintorescos narcos de las novelas. Sin asumir responsabilidades, los delincuentes salen abrazados a sus familias, a moco tendido expresando su dolor por ser descubiertos y no por asumir las consecuencias de sus actos. Piden firmas en las calles pagándole a incautos para que convenzan a otros incautos que es un trámite para la Registraduría. O peor aun repartiendo jugos o cambiando de credo religioso según le convenga.

Las mentiras de los medios son las verdades de los crédulos, mientras las crudas verdades son tan absurdas, crueles y tristes, que el mitómano que llevamos dentro, toma la batuta de nuestra vida cotidiana. Todo es un acto, una puesta en escena. Un escenario sangriento de muerte, desolación, intolerancia, pobreza y conformismo. Pero eso si, en Colombia, el país al revés, se es protagonista de novela por ser escandaloso, ordinario, ignorante o exhibicionista y no por ser actor. Los actores de verdad se mueren de hambre por amor al arte y los histriónicos son los que buscan ser Presidente, alcalde, concejal o congresista.

Un país que nunca tuvo un dictador, pero sí una oligarquía patricia que se hereda los puestos públicos por apellido, que evita que los humildes sean representados. Y está tan al revés este pedazo del mundo, que aquellos que tomaron las banderas de la lucha por los pobres y olvidados, se alimentaron por 50 años del tetero de la guerra, el narcotráfico y el discurso recurrente y anacrónico de la falsa izquierda y dejaron que asesinaran a sus cuadros políticos para seguir justificando el negocio de la guerra.

Pero va a haber fútbol señores, y mientras los once gladiadores que nos representaran en Rusia son inocentes de las barbaridades que se cometen, sin quererlo, ellos ocupan el foco de atención y permiten que desviemos la mirada. Deberíamos hacer la tarea de ver a cuántos asesinos indultan, cuántas leyes pasan por debajo de cuerda, cuántas masacres perpetran los nuevos protagonistas de la guerra eterna.

Cuántas protestas por el salario digno se consideran ilegales y cuántos más pierden su empleo. Contemos cuántas mujeres asesinan en los festejos de los partidos. Y mientras el pan y circo exista, va a ser más escandaloso que una mujer libremente se dedique a hacer porno por una webcam, que la muerte empalada de otra en un parque solitario, o una niña humilde que es raptada por un prestante arquitecto, o por qué no, la de una inocente y bella mujer atacada con ácido por un malnacido.

El olvido es la enfermedad que Gabo describió en Cien Años de Soledad. Nadie al parecer se ha dado cuenta que es nuestra cruda realidad (Tal vez porque en Colombia nadie lee), la culpable de tener una sociedad sin pies ni cabeza. Y si por casualidad las encuentra, se dedica a bajar la cabeza y a pensar con las patas.

Vamos por otro mundial y otros 200 años de tragedias, muertos y tristeza y soledad. Una historia que se repite una y otra vez. Los actores del conflicto son los mismos con diferente nombre. El presidentico va a ser el mismo pero con otro rostro y los mártires seguirán cayendo como moscas por defender a sus comunidades o reclamarle a los violentos por sus atrocidades. Pero eso sí, en el país al revés somos y seremos por siempre la nación más feliz de la tierra.

 

Dario Hernández
Escritor de novelas. Contrera, despatriado, exiliado y ácrata. Ni militante, ni hincha, ni creyente.