La historia no empezó ayer ni termina hoy; sigue y sigue, se repite y se condensa. Pese a que el tiempo pasa, la situación no es diferente cuando hablamos de personas que, históricamente, por su condición social, económica, política o religiosa son prescindibles para los grupos de poder.
No hay un punto de inicio, pero podemos situarnos en varios contextos porque los prescindibles tienen muchos rostros: esclavas negras en Arkansas y Alabama en 1819, indígenas en la época de la Conquista, los homo sacer en la Roma Clásica, transexuales o travestidos en el New York de los años 60’s y 70’s, transexuales o travestidos en la Turquía actual, los refugiados de Medio Oriente en la Europa clasista de 2017 o campesinos en la Colombia asesina de hoy… En fin.
Las personas prescindibles, aunque no son cohabitantes en un mismo espacio, sí comparten condiciones que definen su vulnerabilidad: la primera condición es un marco general que Achille Mbembe ha definido como necropolítica, es decir, los prescindibles son víctimas de una política de la muerte; su seguridad social es nula, su acceso a derechos no existe y la negligencia sistemática los condena a morir.
Un ejemplo de esta condición se puede ver cuando el Congresista Republicano Ron Paul sugirió que los enfermos terminales que no tuvieran dinero para su tratamiento deberían morir: los pacientes que no tienen dinero para un tratamiento por lo general pertenecen a minorías migrantes o son afroamericanos.
Otra condición es que los prescindibles llevan una vida precaria: el sistema económico los condena a una vida en los márgenes de la sociedad. En Colombia el escenario de la vida precaria es el campo; nadie se acuerda que por su abandono sistemático la guerra nació allí.
Desde los 30’s hay brotes de violencia rural, primero por los terratenientes y después por la politización y la intimidación a los campesinos. Hoy en día, según el IV Informe Alterno de la Sociedad al Comité del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, el 0,4% de la población en Colombia ostenta el 40% de las tierras. En este sentido, la guerra en Colombia antes de volverse un conflicto bañado por el narcotráfico, era un asunto campesino, se daba en el campo y el objetivo era el campo, es decir: los prescindibles se volvieron un estorbo para las citadinas y encopetadas autoridades de Bogotá.
Los muertos del conflicto en su mayoría son campesinos, personas humildes que son asesinados no solo por las balas de grupos armados -o el Ejercito y la Policía-, sino también por las políticas económicas y el desalojo y la desresponsabilización de lo público y la entrada de la inversión privada salvaje a sus hogares de madera y boñiga.
Los problemas sociales del campo y la masificación de prescindibles no han sido solucionados y únicamente han sido “atendidos“ de forma paliativa por reformas agrarias escuetas, pícaras y sin objeto alguno; desde los tiempos de López Pumarejo, pasando por los de López Michelsen, hasta los actuales escándalos de corrupción con dineros del agro, el campo ha sido utilizado en hermosos discursos pero abandonado en hechos y, peor aún, se ha catalogado por los “expertos” citadinos como un espacio poco rentable.
Los prescindibles en Colombia son víctimas del desarrollismo criollo y el neoliberalismo desatado. Cada vez más las pocas subvenciones al campo generan más muertos: no por política económica, sino por social y de paz el campo debe hacer parte en mayor medida del presupuesto nacional.
Lo que pasó en Tumaco no es un hecho aislado, seis campesinos muertos y 18 heridos por balas de la Policía Antinarcóticos sirven de mirilla para observar años y años de maltrato al campo, tan es así que no les dejaron más que tres opciones a los campesinos del país: morir de hambre, cultivar drogas para sobrevivir, o entrar a un grupo armado, de las tres opciones la conclusión al final es siempre la muerte.
Los campesinos como prescindibles son números, personas cuyas muertes no son lloradas, cuerpos que pueden estar o no estar, vidas que al arrancarse no generan ninguna consecuencia para sus verdugos; los prescindibles son nada para los ojos de la política del golf, las vajillas millonarias y los vestidos de lujo.
Los prescindibles son siempre culpables de su muerte: por nacer pobres, por querer sembrar drogas para comer, por ser parte de un grupo inventado por el Ejército o la Policía para justificar sus masacres.
Los prescindibles son productos de las instituciones gubernamentales y económicas que hacen que parte de la población justifique y entienda que otra parte de la población viva en una continua desesperanza, en una intimidación insostenible y en una desventurada situación que los hace potencialmente descartables.
Por eso antes de terminar de leer este texto piense ¿se puede llevar una buena vida en medio de personas que llevan una mala vida? ¿Se puede ser ciudadano en un país de prescindibles?