En días pasados el grupo Bertelsmann, dueño de Penguin Random House (la editorial más grande del mundo) adquirió Ediciones B, una de las más importantes de España y Latinoamérica, que sitúa al sello editorial en lo más alto del mundo. Junto con su principal competidor, Editorial Planeta, ahora manejan casi tres cuartas partes del mercado editorial de habla hispana. ¿Qué tan conveniente es para el desarrollo de ideas y manejo fehaciente de la información, el hecho que entre ambos grupos editoriales representen a los principales intelectuales del mundo?
El verdadero problema radica en que quedan dos grandes grupos editoriales, capaces entre ellos de inculcar, infundir, promover y dinamizar la información que deseen. Serán ellos quienes inunden los mercados posmodernos de la literatura, y con ello, las ideas que marcaran el futuro de los pensadores. Al ser solo dos grandes grupos los involucrados, pareciera que la diversidad empieza a volverse un tema cliché (en el siglo XXI) a convertirse en algo meramente exclusivo de decisiones macroeconómicas.
El neoliberalismo trajo consigo la apertura de mercados, que, dicho sea de paso (suena paradójico) se volcó en la compra de todo cuanto es necesario para desarrollar la vida cultural de una sociedad: cine, literatura, medios de comunicación, etc. Y arrasó con ellos –y entre ellos– para que los grandes grupos económicos manejen a conformidad las mentes de quienes desean.
Para poner un ejemplo, el grupo dueño de Penguin Random House, Bertelsmann es una de las más grandes empresas de comunicación y entretenimiento del mundo, sus divisiones cuentan entre otras con: RTL Group (radiotelevisión); Gruner + Jahr (revistas), BMG (derechos musicales) Arvato (servicios), Bertelsmann Education Group (educación), Bertelsmann Printing Group (impresión) y Bertelsmann Investments (participaciones); además de la ya nombrada mega editorial.
No es otra cosa que homogenizar el pensamiento, volverlo lineal, incuestionable y por su puesto doctrinal. Un monopolio de mentes e ideas.
Las excepciones culturales, término acuñado por la Organización Mundial del Comercio para proteger los productos culturales de las naciones, no ha tenido la suficiente cabida en países donde la demanda literaria y cultural es cada día menor; y donde se recortan presupuestos hasta para financiar pequeñas ediciones estatales.
Los libros se convirtieron en el negocio de dos facciones multimillonarias: cada una puyando entre sí, por instaurar las ideas que a conveniencia dejen mayor ganancia. Basta con ir a una librería y observar la publicidad feroz con que es atacado el cliente por parte de alguno de los sellos editoriales pertenecientes a los dos grupos económicos, para darse cuenta quienes se reparten el pastel de las letras. La pelea entre dos grandes músculos financieros acaban por doblegar y recluir a rincones oscuros a las pequeñas editoriales que hacen todo lo posible por subsistir, a pesar de saber que es una pelea desigual, de gigantes contra niños, de Goliat contra David.
En este punto pareciera incuestionable que son solo dos grandes grupos los dueños de la vida literaria, pero, cabe abogar por quienes aún y a pesar de ir en contra corriente tienen ideas cándidas y románticas que logran salir a flote.
Editoriales independientes que quisieron poner el pecho a la brisa y hoy son referentes de sus micro mercados, de esos pequeños nichos que ellos mismos han ido creando a través de obras cuidadas, de autores desconocidos e ideas salidas del molde. Y es por ellas y gracias a estas ideas revolucionarias que aún podemos encontrar opiniones frescas y sobretodo, alejadas de un mercantilismo atroz en el que impera la ley del best seller de baja calidad.
El monopolio por el que se pelean los grandes grupos (no solo literarios) también nos concierne, y por ende hacemos parte de esa responsabilidad de consumo. No podemos seguir con los libros cerrados toda la vida.