Interesante el debate ético-político y periodístico-noticioso que se suscitó en la dirección y la redacción de El Espectador, por la negativa del editor general de no publicar la foto del ex magistrado Ricaurte, cuando era reseñado judicialmente.
En una nota[1] de la redacción judicial, se recoge el debate interno que se originó en torno a un hecho judicial de especial significado, como quiera que se ordenó la captura del ciudadano Francisco Ricaurte, involucrado en lo que ya se conoce como el “cartel de la toga”[2]. Si bien hay que celebrar el espacio de discusión que se abrió al interior del diario bogotano en torno al espinoso asunto, es importante recoger el asunto y llevarlo a la Academia, con el fin de enriquecer el debate.
La decisión editorial me hizo recordar el tratamiento periodístico-noticioso que ese mismo diario le hizo al hecho del collar bomba[3], en el que murió Elvia Cortés, hecho punible y execrable al que la fuente castrense atribuyó la única y total responsabilidad a las antiguas Farc. El diario El Espectador, en ese momento, minimizó el hecho a través de titulares y un cubrimiento periodístico atinado, responsable y alejado de los intereses de la fuente militar.
Este diario bogotano no se sumó a los otros medios que sirvieron de ruedas de transmisión a los militares interesados, en esa coyuntura, en torpedear el desarrollo de los diálogos de paz en la zona de Distensión, durante el gobierno de Pastrana Arango (1998-2002). Sobre ese asunto volveré al final de la columna.
En esta ocasión, la negativa de publicar la imagen del ex magistrado reseñado como lo hacen las autoridades con aquellos ciudadanos cobijados con orden de captura, obedece a una decisión editorial que guarda visos políticos en la medida en que se asume una postura sobre un asunto que toca directamente al ejercicio del poder, en este caso, al poder judicial.
Por lo tanto, la negativa de editar la fotografía, como el haberlo hecho, como lo hicieron otros medios, obedece a una decisión autónoma de cada empresa informativa. Sin embargo, dicha postura termina, de un lado, por favorecer la imagen de un jurista que se prestó para prácticas contrarias a la ley y a la ética y del otro lado, el diario priva a sus lectores de reconocer a quien a través de sus fallos y de sus actos judiciales, minó aún más la escasa confianza que los colombianos tenemos en la justicia.
Sobre si la imagen publicada genera u aporta a la generación de morbo en las audiencias, me parece que no, en la medida en que las reacciones de los lectores resultan variadas y no necesariamente el interés de leer la prensa y de buscar en particular una foto, esté naturalmente asociada a un interés desaforado por revisar qué pasó con un hecho por considerarlo extremadamente atractivo.
Con la decisión editorial, El Espectador considera que la fotografía es desagradable, cruel, inmoral e incluso, como prohibida, dado que se trata de un ex magistrado de la Corte Suprema de Justicia.
Parece olvidar el diario que se trata de un cuadro y de un hecho que da cuenta de la entronización de un ethos mafioso que guía la vida de políticos, jueces, empresarios e incluso, de periodistas, circunstancia contextual que amerita el repudio colectivo de una sociedad que no parece alterarse por los actos de corrupción al interior del Estado.
Que un ciudadano sea reseñado por la autoridad judicial, obedece a una situación normal desde la perspectiva judicial. Que ese ciudadano sea un exmagistrado de una alta Corte, como lo es la Corte Suprema de Justicia, por supuesto que eleva la gravedad del hecho judicial y desde una perspectiva ética, la situación resulta extremadamente lamentable y amerita el repudio de la sociedad; pero de allí a que la misma imagen pueda considerarse como inmoral, desagradable en gran medida, o cruel, con el firme propósito de justificar su no publicación por cuanto genera morbo, o hace que la práctica periodística adquiera ese carácter, me parece que es un error de apreciación.
La prensa está para confrontar al poder. Si hoy no lo hace por los compromisos económicos y políticos que comprometen la operación de las empresas mediáticas y la misma libertad de prensa, esos mismos medios deben aprovechar las ocasiones en las que el poder, sectores del Establecimiento y sus representantes más connotados puedan sufrir algún tipo de erosión en su naturalizada legitimidad. Por lo tanto, la fotografía de Ricaurte, luciendo el número con el que se identifica su captura, constituye una oportunidad para exhibir la ilegitimidad, la podredumbre y el hedor que expele ese actor clave del ordenamiento jurídico-político como lo es la Corte Suprema de Justicia, en cabeza, claro está, de quienes hicieron de ella un garito.
Publicar la imagen de Ricaurte no puede hacer más daño del que ya hizo el ex magistrado al actuar de la manera como al parecer lo hizo, de acuerdo con las denuncias ya conocidas por los delatores y corruptos funcionarios, Gustavo Moreno y Musa Besaile.
Ver el rostro de Ricaurte, impotente, sorprendido, sin el ropaje de magistrado y sin las gafas que le dan ese aire “intelectual” o de “uribista reflexivo”[4], debe servir para que la sociedad se pregunte qué pasa por la cabeza de un abogado que alcanza semejante dignidad y es capaz de mancillarla, y de exponer su nombre y el de su familia al escarnio público; y que esa misma sociedad se cuestione alrededor de los principios que guiaron su ejercicio como jurista durante tantos años.
La prudencia con la que EL ESPECTADOR cubrió los lejanos hechos de la muerte de la señora Elvia Cortés deja entrever un ejercicio periodístico responsable, que también se puede apreciar en las posturas editoriales[5] asumidas en torno al proceso de paz que se adelantó en La Habana; sin embargo, en el caso de la ya referida fotografía de Francisco Ricaurte, la dirección editorial hizo una lectura equivocada del hecho noticioso. Cayó El Espectador en una innecesaria “autocensura simbólica” dado que guardó e ignoró información, en este caso, relacionada con lo mucho que dice la foto de Ricaurte.
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[2] Véase: http://germanayalaosoriolaotratribuna.blogspot.com.co/2017/09/el-de-la-toga-un-cartel-mas.html
[3] Cuadernos Editoriales y proceso de paz. UAO, 2012-2014.
[4] Véase: http://www.semana.com/confidenciales-semanacom/articulo/ricaurte-el-uribista-reflexivo/538412
[5] Vèase: Editoriales Editoriales y proceso de paz. Nùmeros 1, 2 y 3. UAO, 2014.
Le reconozco que, a lo largo de su pobre texto, no escribió «Uribe Uribe», como para justificar el pago de esta columna… pero al final, al igual que todo mamerto inveterado, siempre cae en la obviedad de recurrir a «Uribe» para exacerbar la pasión roja. Pobres argumentos, pobre raciocinio. Lo tuyo tiene remedio, don Docente, y ese remedio se llama «ESTUDIAR».