Con esta miserable e inquietante frase terminan todas las discusiones laborales en el país del sagrado corazón. La historia de Colombia se ha encargado de satanizar la lucha por los derechos laborales en el país. Irónicamente con la ayuda de la izquierda recalcitrante y tan limitada de argumentos que se gestó en nuestro territorio, que prefirió el lado romántico de la militancia, el mismo que se convirtió en el lado violento y sanguinario que nos sigue manteniendo en guerra por un medio siglo. Dejando como chivo expiatorio a los trabajadores y el derecho a una vida digna. Y sobre todo al sagrado derecho que da la Constitución a la libre expresión y a la protesta.
Pero si eso es ser “mamerto”, dicen los amigos de los matones dueños del poder en Colombia, las palabras Sindicato, asociación, cooperativa son en el inconsciente del colombiano promedio el par de ser guerrillo, problemático, izquierdista, subversivo y valga la redundancia: Mamerto.
Aquellos que vivimos en otra situación laboral en el exterior tenemos claras varias cosas: Colombia es un país explotador en todo el sentido de la palabra. Exige a sus trabajadores más horas de trabajo y menos pagas que en la mayoría de países en vía de desarrollo. Es un país donde la educación está enfocada en suplir necesidades básicas de corporaciones y empresas, dejando de lado la innovación, la creatividad, la construcción de profesionales idóneos en campos de alta complejidad.
La ley ampara de todas las formas posibles a los empresarios y contratantes, generando aquellas nefastas asociaciones delictivas que se hacen llamar “bolsas de empleo”, que se dedican a lucrar con la estabilidad laboral de los trabajadores de cualquier rubro, liberando a las empresas de sus obligaciones como contratantes.
Las justificaciones absurdas de los gobiernos que desde hace más de 30 años han estado a favor de hacerle creer a los colombianos que el trabajo es un beneficio y no un derecho, y la falta de legitimidad de los pocos sindicatos y organizaciones obreras en Colombia, han permitido que esa nefasta visión del sindicalista ladrón y vago impuesta por la recalcitrante derecha colombiana sea más creíble.
Rubros como la medicina, los trabajadores de los medios de comunicación, la fuerza pública y los docentes están a merced de la casi nula “bondad” de sus contratantes. Las pocas denuncias de trabajadores que llegan a los medios, son aplastadas por una posición clara de parte de los canales de televisión y empresas de comunicación, debido a que ellas mismas precarizan a sus trabajadores, pagan salarios absurdos a sus técnicos, periodistas y realizadores.
Todo con el fin de controlar un mercado con poca oferta laboral y mucha demanda de profesionales que no logran conseguir trabajo. O si no ¿por qué cree que no existe un tercer canal? Remítanse a los juicios laborales de los canales de televisión o la razón por la cual los actores dieron un gran primer paso creando el ACA.
Esto también sucede gracias a que Colombia es un país de profesionales desempleados. Los que se preparan para altos cargos en su mayoría se quedan residiendo fuera, porque no existen oportunidades laborales reales que paguen sus esfuerzos y dedicación. Algunos han vuelto siendo engañados por empresas o el mismo Gobierno pensando que su país por fin va a permitirles vivir una vida digna cerca a su familia. Son incontables las historias de personas que eran respetados profesionales en el exterior y ahora en Colombia reúnen monedas para comprar el tiquete de avión esperando recuperar su antigua vida.
La premisa de las empresas en Colombia es simple, el recurso humano debe ser barato. Y eso se ha transformado en la razón del por qué el colombiano promedio acepta sueldos de hambre, se endeuda hasta el hueso tratando de tener una vida plena y termina desamparado si es despedido. Porque “Gracias a Dios tiene su trabajito” y si lo pierde es porque “algo debió hacer mal”.
Los sindicatos en países del primer mundo generan una contraparte a los empresarios que en su mayoría logran beneficios mutuos. Es el caso de Alemania donde las juntas directivas de las empresas no sólo tienen en sus mesas a accionistas, inversores, etc. También tienen a empleados y obreros seleccionados en asamblea por sus compañeros para que sean su voz y voto en las decisiones que se toman con respecto a su vida y sus puestos de trabajo.
Es terriblemente triste emigrar y contarles a sus ex compañeros de trabajo en Colombia que, por el mismo trabajo realizado, incluso con menos intensidad horaria y de responsabilidades le pagan más del doble. Que se hacen paritarias o jornadas de negociación de cada uno de los sindicatos con el Ministerio de trabajo, se analiza el aumento del costo de vida anual y se da un aumento acorde a la situación del país. Donde usted recibe pago de horas extras justas, días de descanso razonables y pago de nocturnas y dominicales con dinero y días de descanso compensatorios.
Y sí, también está el hecho de poder enfermarse o de reclamar abusos sin tener miedo a ser despedido, algo tan básico para el resto del mundo. Y por supuesto el pago de salarios dependiendo del grado de responsabilidad.
Y aquí viene la cereza del pastel. En Colombia, si un piloto de aerolínea, un tipo que se mató estudiando por más de 10 años haciendo cursos que son tal vez los más caros en cualquier disciplina por su alta complejidad, y además que tiene a su cargo 300 almas, activos de una empresa por más de 5 millones de dólares o más, trabajando 14 y hasta 18 horas por día, es un miserable por solicitar que se les pague lo justo; y si toman medidas de fuerza, que es lo más normal en cualquier país del mundo para afrontar una injusticia, es tratado como criminal, eso demuestra de que vivimos en un país miserable, indolente y fuera de toda coherencia con la realidad.
Si usted pone en riesgo su vida y la de muchos mientras hace su trabajo, si usted está a cargo de millones de dólares de la empresa en la que trabaja, si de usted depende la salud y el bienestar de los ciudadanos, si usted educa a las generaciones futuras, si usted arriesga su propia integridad portando un arma para defender la vida y los intereses de las personas, o si simplemente hace una tarea que aporta a que su empresa crezca y mejore las condiciones de vida de otros con productos o servicios; merece que se le trate con respeto, se le pague lo justo y se le permita una vida digna.
Y eso no lo hace “Mamerto” lo hace un TRABAJADOR. Eso implica que tiene derecho a protestar, a denunciar el abuso, a una protección de parte de su empleador, a la estabilidad y a la oportunidad de educarse y crecer.
Tal vez sea utópico ahora cuando hablamos de un desempleo de más del 15% y eso sin contar las estadísticas de subempleo. Pero solo se necesita empezar a tener conciencia de las condiciones laborales en otros países para darnos cuenta que sí se puede. Y usted empresario, sin sus empleados no tiene empresa y algún día se va a dar cuenta que le va mejor si tiene empleados felices, que “recurso humano prescindible”.
Para acabar la “mamerteada”, finalizo diciéndole a los lectores que esta y las anteriores columnas tienen intención de mostrar problemas, visibilizarlos y ponerlos en la mesa para crear conciencia de las problemáticas que aquejan nuestro país. Las soluciones no las va a encontrar en las letras de un columnista. Pero eso sí, por más negativo o positivo que sea su comentario respecto a lo que aquí se expone, téngalo por seguro que será respetada su opinión. De eso se trata la democracia.