A los colombianos nos mata esa fatal normalidad de que lo que nos entra por un oído nos sale por el otro y en eso, tras la visita del Papa a nuestro país, el uribismo demostró llevar años de ventaja.
Solo dos semanas han pasado desde que despedimos a Francisco y el uribismo con su bancada en pleno, sumados a esa turba de militantes gratuitos demoró menos que eso en reactivar su maquinaria de odio y desprecio; entonces, el Álvaro Uribe de aquella carta enviada al jerarca de la iglesia católica días antes de su venida, con ese tonito pacífico forzado, medio sumiso y rezandero, era solo una máscara para pretender pasar por buena oveja ante el pastor de Cristo en la tierra.
Y es que la carta, que es breve pero que va directo al grano, también es dicharachera y lambona. Parece la súplica desesperada de un ex novio buscando que los padres de la ex novia intercedan por él.
Por eso, la pretensión de este escrito es tomar los puntos más relevantes de la carta y darle a Uribe una respuesta más profunda, dentro del marco de los principios de la verdad y de la honestidad, esos mismos a los que siempre les hace el quite.
Teniendo en cuenta que Francisco en su visita trajo para Colombia sin distinción de creencias, un mensaje de paz, reconciliación, perdón y su deseo de que el hombre pueda vivir en armonía con la naturaleza que le rodea. Lo cual a la larga constituye también una respuesta al Senador.
¿Desde cuándo a Uribe le importa tanto el desgaste y deterioro de los recursos naturales del país a causa del narcotráfico?
Eso sí es una novedad, lo que no tiene nada de novedoso es que durante su gobierno hubo un incremento considerablemente alto (el segundo en el mundo y el primero de América) de conflictos ambientales, y su súper Ministerio de ambiente se pareció mucho a las hermanitas de la caridad expidiendo licencias ambientales y mineras a diestra y siniestra, sin contar por ejemplo con que, el impacto ambiental de la minería, legal o no, ha causado un detrimento ambiental de proporciones apocalípticas en todo el territorio nacional; entonces, sin negar que el narcotráfico también contribuye a la destrucción del medio ambiente, esa tendría que ser una preocupación en menor proporción al lado de semejante depredador como lo es la minería.
La drogadicción en la juventud
Uribe también le dice al Papa que le preocupa mucho la drogadicción como un problema que enfrentan diariamente los jóvenes, pero se le pasa por alto algunas de las principales causas para que esos mismos jóvenes estén cayendo ante esa deprimente esclavitud: la falta de un programa serio y contundente que asesore y acompañe a estos jóvenes y sus familias en la lucha por combatir la adicción.
El abandono del Estado; la falta de oportunidades para educarse; la tasa de desempleo; un sistema de salud fallido que él mismo propuso crear; el despojo; la indiferencia; en fin, la pobreza en todas sus expresiones es la que tiene a esa juventud en las drogas a la que hace referencia Uribe, muy lejos de la palabra y el amor de Dios que tanto menciona en su carta.
Paz con legalidad y determinación
Le manifiesta al Papa su deseo de sumarse al deseo de paz de Colombia. Le dice que la misma tiene que darse con legalidad y determinación. Además, con ese modo tan cínico que le conocemos, expresa que tiene también ese deseo de expulsar la violencia que solo siembra desesperanza y nos aleja de la palabra de Dios. Como si la desesperanza no hubiera sido ya sembrada con su falta a la verdad y al reconocimiento de los males que ha causado al país.
Tiene tan mala capacidad asociativa que omite que la palabra “expulsar” puede tener la misma connotación que “desplazar”, y que desplazamiento es eso sigue sucediendo con tantos campesinos a los que el paramilitarismo vigente y asesino obliga mediante el uso de la violencia y las amenazas a dejar sus tierras para apoderarse de ellas. La determinación y la legalidad siguen siendo silenciadas por las balas.
Impunidad a los cabecillas de las FARC
El tema que más le quita el sueño al Senador. Sigue interpretando el acuerdo a su antojo, utilizando argumentos falsos a conveniencia propia y de los suyos para que ese sea su caballito de batalla en las campañas presidenciales.
Nunca ha respondido por la dudosa y pantallera desmovilización de los paramilitares en su gobierno. Un acuerdo de paz se da mediante una negociación, donde las partes ceden a cambio de beneficios. No se trata de que vayan y firmen su ingreso a una prisión de por vida o la extradición a los Estados Unidos como pretende el que debe darse.
El deterioro de la economía y la incertidumbre que deja el acuerdo de paz
Tampoco es novedad que la economía del país esté cada vez más deteriorada y que eso se ve reflejado en la ruptura del tejido social. Tras esa queja pretende además que el Papa bendiga a la empresa privada como el motor que se necesita para rescatar a la economía, olvida que los negocios con sus amigos de la empresa privada no han sido los más fructíferos para el país.
Ha descuidado contarle al papa que Colombia es un país desigual y que él hace parte de ese pequeño porcentaje de colombianos dueños de todo. Que sus dos periodos de gobierno estuvieron al servicio de sus amigos empresarios, sus amigos los banqueros y sus amigos dueños de la tierra, defensores todos ellos de la corrupción y el robo; culpables todos ellos del hambre, la miseria, la desigualdad y el deterioro ambiental.
Entonces al tratar de escudarse en que al acuerdo de paz crea incertidumbre para las inversiones económicas, deja más bien el camino despejado para pensar que los realmente afectados son sus intereses económicos, ese si puede ser su mayor incertidumbre, pues siempre ha sido un gran beneficiado del conflicto.
Para concluir, la carta de Uribe al Papa es otro desesperado intento por desvirtuar el contenido del acuerdo de paz, un juego sucio en el que pretende comprometer temas que son tratamiento del propio acuerdo haciéndolos ver como males pasados por alto en la negociación de La Habana. Un cartucho mal quemado, una táctica que salió mal en su combate. ¡Qué demonio tiene Colombia! Ni la presencia del Papa la pudo exorcizar de semejante mal.