«El nacionalismo es la piel de cordero que utiliza el lobo racista».
Anónimo.
La historia de Colombia es y será única e irrepetible en cualquiera de los países que la acompañan en nuestro bello y sufrido continente. Desde los efervescentes días de las revoluciones independentistas y sus mal llamados próceres en cabeza de las luchas por la libertad, se mantuvieron aquellas malas costumbres españolas de identificar de manera marcada las diferencias entre los ciudadanos que codo a codo dieron sus vidas por una libertad que la misma historia se ha encargado de elevar a acto heroico incuestionable y no reconoce la verdadera discriminación que se daba entre sus filas. Las mismas que aún permanecen intactas en el inconsciente colectivo de los colombianos de a pie.
Las comunidades indígenas y los palenques de comunidades afrodescendientes que en luchas sangrientas se liberaron de la esclavitud y se establecieron como hombres libres en sus propios territorios durante siglos, apoyaron las luchas de independentistas, dejando de lado aquella libertad que habían logrado manteniéndose a salvo de la crueldad española y el oportunismo criollo.
Los biógrafos de los próceres han llevado a exacerbar figuras como la nodriza de Bolívar; Hipólita. La misma no fue liberada hasta 1821, muchos años después de emprender su campaña y aunque el llamado “Libertador” dijo amarla y considerarla padre y madre, siguió siendo esclava. De alguna manera fue libre sólo hasta que pudo consolidar su propia victoria.
De ahí para adelante el idioma ha sido fiel testigo de la incapacidad de los colombianos como nación de liberarse de esos estigmas que rodean la figura del “indio” o del “negro”. Todo converge en una inusitada actitud arribista que no ha cambiado del siglo XIX al presente siglo XXI.
Innumerables son los ejemplos que se han visibilizado a través de los años en la sociedad y la infamia de los medios de comunicación en configurar esa falacia de la riqueza multicultural, cuando no vemos en las calles y en la cotidianidad de los colombianos este respeto y aceptación a las personas que hacen parte de dichas comunidades.
Es tal el grado de hipocresía de nuestra sociedad hacia estos compatriotas, que deben romperse el alma sobresaliendo y alimentando ese orgullo absurdo del patriotismo, para ser reconocidos como personas dignas de admirar, cuando lo natural debería ser que no exista diferencia entre un campeón de ciclismo de origen indígena-campesino y una campeona de BMX de las blancas tierras colonas de Antioquia.
Para entender este fenómeno pensemos en escenarios tan cotidianos como una oficina de cualquier rubro. Miremos a nuestro alrededor y observemos cuántas personas son afrodescendientes o de origen indígena en puestos regulares con o sin educación universitaria o técnica. Cuántos están en un cargo importante, sea gerencial o de manejo de personal.
No, son carne de cañón de los conflictos armados, son vigilantes, criadas, niñeras, jornaleros en fincas de terratenientes. Son la base de la ramplonería del humor de Sábados Felices, son personajes estigmatizados en la televisión.
Queridos o no, son dejados en el olvido aquellos grandes artistas que los interpretaron. Son motivo de discriminación en lugares públicos. Son los que requisa la policía en la calle cada vez que intentan transitar. Son las criadas que hacen parte de la escenografía de la foto. Son los que un día van a los premios Oscar y al otro se siguen rebuscando la vida porque su personaje perdura, pero su persona es dejada en el olvido.
Son los discriminados por una sociedad racista que no se acepta como tal, mientras educa a sus hijos diciéndoles “no sea indio” o “trabaje como negro”.
Es la misma sociedad que argumenta organizarse en estratos para “facilitar las cosas” Y se pasa del indio al ñero, y así sucesivamente hasta que no queda nadie “respetable” en el país más feliz del planeta.
Pasarán generaciones para que este engendro racista se olvide y para ello debemos tal vez empezar a creer que ser colombiano no es bandera, escudo, equipo de fútbol y nada más. Es lograr enfatizar nuestra forma de ver el mundo desde los valores que la diversidad étnica, de creencias políticas y religiosas, de nuestra aceptación a la diversidad sexual y a la reconstrucción de un imaginario que perdura en las artes y la literatura, en las ciencias y la historia. Que permanece oculto por esa absurda ceguera que nos ha sido impuesta a sangre, biblia y fuego.
Los grandes hombres y mujeres que les cayó en suerte nacer en esta tierra creen en esa posibilidad. Del esfuerzo y la dedicación, de la creatividad y la disciplina. Pero ellos no somos nosotros. Abanderar los logros ajenos es la mejor excusa para continuar en la mediocridad. Y mientras el mundo estalla en estos mismos errores, nosotros vivimos sus consecuencias y ni siquiera nos llegamos a dar cuenta.
Para terminar, quisiera dejar en claro que esta columna como las que vengan después, no pertenecen ni pertenecerán a ningún movimiento, agrupación ni abandera o abraza ninguna ideología. NI HINCHA, NI MILITANTE, NI CREYENTE.