El pasado viernes 11 de agosto el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, encendió las alarmas en América Latina con su amenaza de intervenir militarmente a la vecina república de Venezuela. Su argumento, reestablecer el orden en un país asediado por el hambre y la escasez en momentos en que la economía se sume en un caos sin precedentes y la inflación alcanza niveles estratosféricos capaces de explotar cualquier economía estatal.
Si bien es cierto que todo el continente no oculta su preocupación por todo lo que viene ocurriendo en Venezuela debido a las arbitrariedades por parte del gobierno de Nicolás Maduro, como violaciones sistemáticas a los derechos humanos, represión a la oposición, presos políticos sin juicio justo, la Asamblea Constituyente de bolsillo que acaba de ser instalada, y un largo etcétera; la advertencia de Trump deja una cierta sensación de lugar común lo suficientemente inquietante como para prender las alarmas en toda la región.
La historia de intervencionismo norteamericano es de muy vieja data y cuenta con muchos ejemplos- más de los deseables- a lo largo y ancho del planeta. Desde los lejanos días en que se apoderó de los cerebros gestores de la revolución industrial inglesa, los Estados Unidos de América se han creído el cuento de que son los dueños del mundo y de todo lo que en él está contenido. Bajo esa premisa ha galopado por territorios propios y extraños usurpando y acaparando todo aquello que algún valor ha de representar para sus nacionales, desechando e ignorando la propiedad de quien los posea.
El gigante del norte se pavonea por el mundo entero y cabalga con sus tropas armadas hasta los dientes instaurando un orden que tan solo termina favoreciendo sus propios intereses muy convenientemente.
Fiel a su autoproclamada dignidad de “papá del mundo”, los diferentes gobiernos de los Estados Unidos, sin distingo de corrientes políticas e ideológicas –demócratas o republicanos- han acumulado el monopolio del poder en el mundo entero y han tratado al resto del planeta como si se tratase del patio trasero de su casa. Intervienen aquí y allá y se inventan guerras en donde no las hay o se involucran en conflictos internos de países subdesarrollados.
En todos estos acontecimientos podemos ver que la historia del intervencionismo americano tiene varios denominadores comunes. El primero es el más obvio. En todos los países comprometidos siempre existen reservas energéticas y petrolíferas gigantescas muy apetecidas por las grandes potencias. El segundo podría ser la inestabilidad política y social del país comprometido. Por lo general se trata de países sometidos por regímenes dictatoriales de vieja data, cuyas poblaciones agobiadas por el hambre y la escasez se ven abocadas a caer en sangrientas guerras civiles y terribles genocidios y violaciones a los derechos humanos. El tercer denominador común es el hecho de que siempre, sin excepción, los conflictos en mención deberán estar lo suficientemente lejos de territorio americano, para no afectar la seguridad de sus nacionales. Muy conveniente. Seguramente no están dispuestos a recibir una amenaza semejante a la Crisis de los Misiles de Cuba en 1962. Mientras más lejos mucho mejor, que los muertos los pongan otros.
Ejemplos que reúnen todas estas características abundan en los libros de la historia reciente. Iraq es tal vez el de mayor resonancia internacional y despliegue mediático, ya que el argumento para justificar su invasión en 2003 fue la supuesta existencia de armas de destrucción masiva que representaban una amenaza para el mundo entero. Tales armas nunca aparecieron ni pudo ser probada su existencia. Lo que sí existió y aún existe es un conflicto interno en el país árabe que ha dejado más de un millón de muertos, mientras las gigantes petroleras americanas y británicas se llevan para sí las grandes reservas energéticas y petroleras que se encuentran en el subsuelo iraquí.
Otro ejemplo reciente es el genocidio de Darfur en territorio del país africano de Sudan. El conflicto interno entre diferentes etnias que se disputaban el poder de la región de Darfur, sirvió muy convenientemente a los Estados Unidos para, inicialmente financiar militarmente a uno de los bandos y luego llegar con sus tropas en una supuesta misión pacificadora y de restablecimiento del orden. La estrategia funcionó muy bien y la avanzada americana, inicialmente representada por el movimiento “Salvemos a Darfur” allanó el camino para la intervención militar gringa. Lo que no nos contaron es que en la región de Darfur se hallaban gigantescas reservas petrolíferas muy apetecidas por EEUU y por China.
Siria es otro ejemplo que día tras día nos horroriza con sus imágenes de un genocidio dantesco e imparable. Se cuentan por miles los refugiados que huyen de la guerra y centenares mueren todos los días en el Mediterráneo intentando llegar a suelo europeo.
Lamentablemente los medios de comunicación también cumplen con su cuota: ocultan a la opinión pública las realidades de los países en guerra y nos ayudan a vender la idea pacificadora de EEUU. (Quien lo creyera, en Colombia no es el único país en el que los medios están “enmermelados”).
Así las cosas, la advertencia de Trump del pasado 11 de Agosto es más preocupante de lo que a simple vista parece. En estos momentos Venezuela reúne todos los requisitos anteriormente mencionados y cuenta con una de las mayores reservas de petróleo y gas del mundo entero. La crisis política en el vecino país podría perfectamente servir de coartada para el megalómano Trump para hacerse con las riquezas energéticas de Venezuela.
La excusa del hambre del pueblo venezolano no es ni siquiera mínimamente creíble, ya que en el caso de Cuba nunca – salvo el intento de invasión de Bahía Cochinos- intentó ir al rescate del pueblo cubano. ¿Por qué? Simple, porque Cuba no tiene petróleo.
Por ahora la mayoría de presidentes de la región han manifestado su desacuerdo con esa opción, pero tendremos que esperar que al bravucón no se le antoje abrir otro frente de batalla adicional al de Corea del Norte y convertir a Venezuela en la próxima Siria, Iraq o Darfur.