Da bronca y causa desesperanza que en Yopal, con alrededor de 200 mil personas, no exista una sola dispuesta a ser un alcalde –o alcaldesa- honesto. A no ser corrupto. A querer ciertamente el desarrollo y mejor calidad de vida de la gente. A dedicarse -si toca-las 24 horas del día y la noche a buscar salidas, soluciones reales y efectivas a la muy dura crisis socio-económica que golpea sin compasión a la ciudad.
Las cifras las conocemos. Por eso no voy a entrar en indicadores de desempleo, economía informal (rebusque), despidos masivos en empresas petroleras, semi-parálisis en la exploración y explotación de nuevos pozos de hidrocarburos –son numerosas las petroleras que se han marchado-, cierre de pequeñas y medianas empresas, un comercio en estado agónico, centros comerciales con incontables locales desocupados y fantasmales por la ausencia de visitantes.
Menos voy a entrar en detalles de la inseguridad ciudadana que nos tiene acorralados a todos, con asesinatos, robos a viviendas y negocios, robos de ganado, secuestros, extorsiones y mil demonios más. Mientras, el coronel Raúl Pardo Casas y el capitán Héctor Sarmiento –cabezas visibles de la Policía Nacional en Casanare y Yopal- hacen alharaca por las emisoras cuando agarran a un ladronzuelo de relojes, encalabozan a un borracho o detienen a una puta vendedora de bazuco.
Mientras los corruptos –que se siguen robando los recursos públicos sin el menor asomo de temor, porque el mismo aparato judicial y órganos de control están corrompidos- viven un mundo diferente de impunidad, excesos y placeres, la crisis se huele y siente por todos los rincones. Yopal está hecha un caos. Un desastre total. Y es lógico que así sea: en vez de alcaldes y alcaldesas, han desfilado es una serie de delincuentes disfrazados de bienhechores y mesías de los más pobres.
Canallas y rufianes que no sólo se han enriquecido personalmente con lo público, sino que arrasado con los sueños de miles de familias.
A esos rufianes y canallas la gente también los conoce bien. Tanto que decenas de miles de personas, con su silencio a cambio de las migajas recibidas, han sido sus cómplices. Por eso Rodrigo Chaparro, Efrén Hernández, Braulio Castelblanco, Nelson Mariño, Lilian Fernanda Salcedo, Wilman Celemín, Jorge García, Luz Marina Cardozo y John Jairo Torres tienen un juez personal: la conciencia, lo llaman los psicólogos. Ella les dicta a diario sentencia inapelable por sus actos, proceder y honestidad cuando estuvieron en el cargo.
De esa guillotina no se salva nadie. La conciencia humana es como la muerte: está ahí siempre. Acechándote. Perenne, persistente, incansable, constante, inevitable. Cada instante, cada segundo te escudriña, espía y recuerda lo recto o perverso que has actuado en la vida con tus semejantes. Y te lacra y castiga más, cuando en tus manos estaba sembrar un mejor destino de miles de ciudadanos, y por tu ambición y podredumbre personal –entiéndase corrupción- sembraste fue más miseria, atraso, tristeza, muerte y dolor.
La gente honesta de Yopal y de Casanare sigue dando la pelea. Inventándose a diario cien formas de buscar el dinero, mantener a sus familias y no dejarse derrotar. Eso es altamente valeroso y plausible.
El mérito no es para sus gobernantes rateros sino para el pueblo que, con la cara al sol y el pecho al viento, no da su brazo a torcer.
Ahora que definitivamente la Corte Suprema de Justicia ha liquidado cualquier pretensión del alcalde John Jairo Torres Torres de seguir atornillado al poder, han saltado nuevamente los “mesías” que prometen salvar a Yopal y evitar que sus pobladores se hundan más en el abandono.
Luis Eduardo Castro, Arsenio Sandoval, Carlos Freddy Mejía, Leonardo Puentes –entre los promeseros politiqueros que recuerdo- empezaron a elevar globos al aire. A ofertar cuanta suerte de proyectos y soluciones necesita la ciudad para recuperarse. A jurar y santiguarse que cumplirán su palabra y harán todo por el “desarrollo de mi pueblo”. A bufonear que ellos encarnan el gerente y administrador eficiente que la ciudad y la gente necesita con urgencia. A cacaraquear que no son rateros. Son, ni más ni menos, unos avezados culebreros. Juglares modernos de la mentira.
Ellos ansían frenéticamente culminar el periodo del destituido alcalde Torres Torres. Las elecciones irregulares (atípicas, le llaman) serán hacia mediados o finales de octubre próximo. Quien gane será alcalde hasta el 31 de diciembre de 2019. Es decir, por más de 2 años. Y en ese tiempo es mucho lo que se puede hacer por el crecimiento exponencial de sus cuentas bancarias. De eso no le quepa duda a nadie.
Todos están amarrados a roscas politiqueras. Condicionados, empeñados, hipotecados a viejos y nuevos caciques tradicionales que por décadas se han robado a Casanare.
Ante el vacío de hombres y mujeres en quienes la honestidad prime. El inmenso agujero de nuevos líderes decentes y con incuestionable vocación demócrata. La ausencia de individuos que no tengan sus manos sucias de corrupción y pretendan continuar por esa senda. Ante una ciudad donde el populismo y la demagogia se usan descaradamente como fin para pescar votos, no voy a preguntar si usted, quien me está leyendo, votaría o no por estos chorizos. La pregunta es ¿por quién?
Digo yo.
La corrupción en.Yopal.es sintomático de lo.que ocurre en toda Colombia. Una manada de miserables robándose los recursos de todos. Penademuerte debe existir para los corruptos. Gracias.
El actuar del mal convertido en tentación ha existido siempre en la historia de nuestra humanidad, elevada sabiduría para actuar en bien es tarea de todos nosotros, porque… así sean pequeñas nuestras acciones o simples pensamientos, estos logran modificar para bien o para mal nuestros espacios.
Crecer como seres partícipes, concientes y agradecidos por el milagro de la vida nos llevará a comprender que vale la pena cosechar riquezas espirituales más que materiales de aquí la expresión »cultivar en tierra fértil»
Entonces trascenderemos como personas y comunidad organizada cuando entendamos que vivir en sana convivencia es la sumatoria de acciones en calidad.
Actuando bien en el presente, siempre para entregar mejores espacios a nuestras generaciones futuras.