El profesor emérito del Churchill College de la Universidad de Cambridge, el francés Francis George Steiner, ha acuñado la exitosa expresión “Lo que no se nombra, no existe”, muy difundida entre quienes luchan por el reconocimiento de los derechos de los excluidos, particularmente, por los derechos de las mujeres.
Sin embargo, quiero traerla a cuento ahora a propósito de la reacción de un buen número de periodistas frente a la expresión calumniosa de que ha sido víctima el humorista político Daniel Samper Ospina.
En un manifiesto firmado, incluso por profesionales de la comunicación que se ubican a un abismo intelectual e ideológico del ofendido, se le pide al autor de la calumnia cesar los ataques y las expresiones descalificadoras frente a sus críticos y contradictores.
Buena cosa que exista solidaridad de cuerpo. Sin embargo, los buenos consejos y las buenas admoniciones no son suficientes cuando se trata de seres humanos que se han creído el cuento de ser dueños de una “inteligencia superior” que los sitúa por encima de los simples mortales, en una condición de gurús o mesías salvadores.
La soberbia del poder no se amansa con buenas intenciones. Ni a la dócil grey se le educa mediante argumentos racionales, cuando ella se percibe a sí misma proyectada en la imagen idealizada de su pastor. Las ovejitas de ese rebaño son incapaces de ver colores diversos, ni matices de ninguna índole si se trata de evaluar el comportamiento presente, pasado o futuro de su líder.
Desde hace tiempo se ha notado en el país un embelesamiento bobalicón con el personaje. Y los periodistas de todos los medios han incurrido en la simpleza de convertirse en caja de resonancia de todos los miasmas que expele su mente obsesiva.
No hay hecho nacional, no hay noticia, que no tenga que ser sometida a la opinión del sujeto en comento.
Pese a su halitosis mental, los periodistas de todos los pelambres corren a llenarle la boca de micrófonos para saber qué piensa, qué dice, cómo entiende lo que está pasando. Desde el resultado de una carrera de ciclismo, hasta los avatares del proceso de paz, tienen que pasar por el finísimo tamiz de la aprobación o la descalificación del cuestionable expresidente.
Sus declaraciones en video, sus incendiarios comentarios en Twitter, sus altisonantes intervenciones en el Congreso, son reproducidos una y mil veces por los telenoticieros, reseñados en los periódicos, comentados en las redes sociales. No se produce un eructo mental del personaje, sin que su eco llegue a los más recónditos rincones de la geografía nacional.
Y después no quieren esos medios que el tipo haga alarde de su prepotencia y de sus arbitrarios desplantes.
No obstante, la solución está en la mano, o en los micrófonos o en las plumas de los comunicadores y periodistas: basta cerrarle los canales de comunicación. Basta someterlo al castigo del silencio: “Lo que no se nombra, no existe”.
Dice el filósofo francés Jean Fracois Lyotard que «no hay derecho natural en sentido estricto, la esencia del derecho es merecerse» y agrega que el derecho se adquiere con el cumplimiento del deber, y el cumplimiento del deber en este caso es «anunciar algo nuevo mediante el habla». Pero el personaje de marras no anuncia nada nuevo cuando habla. Solo se repite, solo se recrea y se regodea en sus odios.
Si los amigos periodistas que firman el comunicado, los que desde sus columnas de opinión y desde las notas editoriales de los periódicos, han expresado sentimientos de solidaridad con el colega ofendido, tuvieran el valor y la entereza de silenciar su nombre, sus declaraciones, sus opiniones, es seguro que la intensidad de su obsesión se vendría abajo.
Cuando mataron a Guillermo Cano la prensa del país, heroicamente, se silenció para darle una lección a los narco violentos. Infortunadamente, al día siguiente se regresó al registro de sus tropelías y sus crímenes.
Pero ahora es posible hacerlo. Estamos en época pre electoral. Y un dirigente político precisa de la publicidad de sus planteamientos como los pulmones del oxígeno.
“El silencio -afirma Lyotard- es también un gran espacio en la vida profunda del hombre, un espacio sagrado, creador, pulsante. Es un silencio que se transforma en pasión y luego en desesperación ante el hecho de la falta de legitimidad de los discursos de las instituciones”.
Es posible pues lograr que todas las columnas alusivas a él, que todos los artículos en los cuales se le nombra; que todos los registros de su voz, todas las reseñas de sus declaraciones, sean desmontadas de los medios. Que su presencia en todos los escenarios de la vida nacional pase inadvertida. Es un gran reto, pero es posible lograrlo.
Someter al energúmeno, que pretende silenciar sus críticos mediante la calumnia, al castigo del silencio: he ahí mi propuesta.
Totalmente de acuerdo. Incluso por las redes sociales, los usuarios deberíamos imponer esa ola de silencio, para mermar solo a sus corifeos en la publicidad de su perverso pensar e ideología, para colocarlo en el limbo de la oscuridad.
que el silencio y la indiferencia no se conviertan en impunidad. su castigo debe ser que lo cuelguen en la plaza publica., como un recuerdo de que el poder en exceso desfigura.