John Locke, uno de los fundadores del liberalismo político, postula el concepto de las libertades negativas, entendido como aquel ámbito de autonomía individual libre de intervenciones externas, en el cual cada uno es dueño de su propio destino; es decir, aquel espacio de la existencia personal en el cual le es vedado al Estado intervenir para crear cortapisas o limitaciones.
Estas libertades inherentes al individuo se refieren a sus más esenciales derechos: la vida, el pensamiento, la locomoción, los cuales fueron consagrados en los ordenamientos jurídicos surgidos como respuesta a los reclamos de los principales movimientos revolucionarios de finales del siglo XVIII.
De ellos destaco, particularmente, la libertad de pensamiento por estar inescindiblemente unida a otras libertades como son la de creencias y de religión.
Con todo, dicha libertad no significa nada si no se conecta, a su vez, con la posibilidad de expresar el pensamiento, ya que de muy poco serviría la facultad de pensar, de sentir, de creer, si no existe la fortuna de expresar tales ideas, ora de forma oral, ora de manera escrita.
Por eso, la libertad de expresión y su vástago necesario, la libertad de prensa, se encuentran consagrados en todos los documentos constitucionales surgidos a partir de las revoluciones políticas liberales que dieron al traste con los regímenes autocráticos.
Sin embargo, ya Lenin en 1920, hacía resaltar el hecho de que la libertad de prensa era, bajo el régimen capitalista, una simple quimera alejada de las grandes masas, en tanto su acceso dependía de la capacidad económica de los sujetos que pretendieran fundar y, sobre todo, sostener empresas periodísticas y medios de difusión de la opinión.
Pero el Estado, aun el sometido a un régimen capitalista, ha tenido que evolucionar por fuerza de las luchas populares, hasta la consagración de libertades y derechos no conocidos en los comienzos de ese siglo. La forma de Estado Liberal que conocieron y criticaron los revolucionarios socialistas de aquella época tuvo que ser reemplazada a raíz de la presión de las masas populares que exigieron, y aún reclaman, espacios de participación y de expresión cada vez más amplios.
Por otra parte, el desarrollo contemporáneo de la electrónica y, con ella de los medios digitales, así como la introducción de nuevas tecnologías comunicativas, han hecho posible la existencia de canales de expresión que compiten con los viejos mecanismos de expresión del pensamiento.
Es así como, gracias a la tecnología, la vieja ágora ateniense cobra vida de una manera mucho más amplia y eficaz. Ya no es un grupo privilegiado de ciudadanos que se dan cita para manifestar su opinión ante los problemas y las vicisitudes que presenta la existencia social, porque ahora los seres humanos tenemos la oportunidad de hacer llegar a un número indefinido de personas nuestras ideas, comunicar nuestros sentimientos y compartir o rechazar los planteamientos políticos de quienes dirigen o pretenden dirigir nuestros destinos.
En ese contexto se inscribe una publicación como nuestra Conlaorejaroja. Medio digital que ha abierto sus puertas desde hace tres años a todas aquellas personas que carecíamos de la oportunidad de hacernos sentir, de manifestar nuestras inquietudes, nuestras inconformidades y nuestros anhelos.
En un ambiente excluyente per se como el colombiano, en el cual las vías de difusión del pensamiento han sido acaparadas por los grandes detentadores del poder económico, la existencia de un medio como Conlaorejaroja, resulta excepcional.
Porque este audaz experimento, originado inicialmente en la iniciativa de unos estudiantes de periodismo, ha logrado ganar cada vez mayor legitimidad y validez en la medida en que abrió sus puertas a todas las voces, materializando de esa manera el ideal constitucional consagrado por el artículo 20 de la Carta Política, según el cual toda persona tiene derecho de expresar su pensamiento sin más limitaciones que el derecho ajeno y el orden jurídico.
El posicionamiento en el entorno comunicacional y la cualificación de esta publicación se logra gracias a los criterios de exigencia y de autorregulación que ella tiene establecidos. Ellos son instrumentos de control que le permitirán seguir avanzando en la construcción de un espacio que haga posible la materialización de nuestro ideal libertario. Y al logro de ese objetivo debemos aplicarnos todos, por el bien de la democracia de nuestro país.