¿Vendrá un Nuevo Mesías?

Opina - Política

2017-07-11

¿Vendrá un Nuevo Mesías?

La Corrupción en Colombia siempre será una noticia en desarrollo

Los recientes escándalos mediáticos por los probados hechos de corrupción cometidos por el ¡Fiscal anti corrupción!, Gustavo Moreno y las campañas y acciones que lideran los senadores Claudia López Hernández y Jorge Enrique Robledo en contra de las prácticas corruptas de funcionarios estatales, bien podrían servir para generar hastío en la sociedad para que sus miembros no solo rechacen esas prácticas y el ethos mafioso que las sostiene, sino para que tomen conciencia individual y colectiva que permita, en el 2018, elegir a quien de verdad sea un candidato presidencial probo  y con la autoridad moral suficiente para iniciar una lucha frontal contra los corruptos.

En una casual reunión con amigos y compañeros de trabajo, uno de ellos expuso una tesis que llamó mi atención, hasta el punto que motivó la escritura de esta columna de opinión: más o menos dijo mi interlocutor que todo el escándalo mediático y político en torno a la corrupción serviría para alimentar la idea de que se necesita de un Presidente capaz de poner orden en un país que deambula en medio de la confusión, el desorden  y la crisis.

Es decir, que las campañas contra la corrupción y las noticias que dan cuenta de escándalos como los de Odebrecht, la Ruta del Sol, Reficar y ahora, con el caso del ex fiscal anticorrupción-corrupto, Gustavo Moreno, van posicionando la idea de que el país necesita de un líder que, además de carismático, sea capaz de “luchar” en contra del sempiterno problema de la  corrupción público-privada que Colombia padece.  Esa tesis propuesta merece las siguientes disquisiciones:

Así como en el 2002 las sangrientas y feroces tomas guerrilleras, las “pescas milagrosas” y la  generalizada sensación de inseguridad que se respiraba en las principales urbes abrieron el espacio electoral y político a Uribe Vélez,  para el 2018, la lucha contra la corrupción será el asunto público que hará viable la candidatura presidencial de aquel cuyo su discurso anti corrupción genere mayor credibilidad y confianza en las audiencias y en el electorado.

Así se trate de un discurso que, aunque  vacío o inocuo, los medios masivos lograrán posicionarlo, aprovechando el carisma del candidato o en previos compromisos políticos asumidos por la empresa mediática, el candidato y los sectores de poder económico y político que sostienen tanto al medio de comunicación, como al candidato mismo.

Así entonces, en los tratamientos noticiosos, que devienen acomodados y poco profundos, la Gran Prensa puede posicionar o estar  posicionando la idea de que el país está desordenado, que falta liderazgo y una mano fuerte contra los corruptos.

Eso sí, a la Gran Prensa no le interesa generar un generalizado hastío social en torno a las prácticas corruptas, por cuanto cualquier análisis que se intente, pondría al descubierto el carácter estructural de la corrupción, circunstancia que bien podría llevar a  develar que los propietarios de las empresas mediáticas y sus finas relaciones de poder están permeadas por actos de corrupción.

Por el contrario, la estrategia mediática es “individualizar” y mantener la corrupción alejada de familias prestantes de la política y de la sociedad civil. Por ello, se insiste en que el ex fiscal corrupto, Gustavo Moreno, es un caso aislado de un hábil y trepador funcionario que no compromete la solvencia moral y ética del Fiscal General de la Nación y mucho menos, de quienes apoyaron políticamente a Néstor Humberto Martínez Neira a la Fiscalía; o a quienes desde la sociedad civil vieron con buenos ojos la llegada del ya controvertido funcionario, por la puesta en marcha la Jurisdicción  Especial para la Paz (JEP).

Al ocultar que la corrupción es un asunto estructural  y un problema cultural generalizado,  los Medios Masivos poco a poco van configurando el escenario propicio para que aparezca un Mesías que ofrezca cambiar lo que todos sabemos que no se puede cambiar, pero que sabemos que la propaganda política y la contaminada información noticiosa hacen que parezca posible, verosímil y creíble.

Así entonces,  lo más  probable es que ese “nuevo” Mesías salga de las huestes del Uribismo, o al final, será Germán Vargas Lleras quien aparezca, por arte de birlibirloque, como el salvador que necesita Colombia. Ya sucedió una vez con el hacendado que la Prensa, la Derecha y los Gremios convirtieron en un incontrastable e irremplazable redentor. Así que, puede ocurrir  de nuevo.

Hasta aquí, muchos lectores dirán que la demostrada corrupción que propició y consolidó el caballista y latifundista, Álvaro Uribe Vélez entre 2002 y 2010, le generó tal desprestigio, que su ungido terminará derrotado en las urnas. O que los escándalos por corrupción en la Gobernación de La Guajira, entre otros casos, son suficientes para que la candidatura  de Vargas Lleras no prospere. Craso error.  A los dos les basta con tener ese carácter de Machos cabríos, capaces de dar en la cara marica y pegar coscorrones, para contar con el aprecio de millones de colombianos a los que no les alcanza su moral y ética ciudadana para sentir hastío por la evidente corrupción política que los relaciona y la que por estos días el país comenta.

Estos compatriotas que apoyan a estos dos políticos, creen más en sus discursos autoritarios, que en el manido discurso anti corrupción. Para aquellos, primero está la “mano dura” y en un segundo lugar la decencia, la ética y la moral pública.

Al seguir la tesis enunciada,  los escándalos mediáticos y las campañas que promueven y lideran contra la corrupción Jorge Enrique Robledo y Claudia López estarían mandando un mensaje no de hastío hacia las prácticas dolosas  y fraudulentas que se promueven desde los partidos políticos, sino de desorden y de falta de “autoridad”  y “mano dura”. Y justamente allí, volverá nuevamente a jugar la imagen de aquel candidato que ofrezca “ponerle límites a las prácticas corruptas y a perseguir a los corruptos”. Muy al estilo de Turbay Ayala.

Ese Mesías, que ya no deberá “acabar con las Farc”, estará obligado a ofrecer transparencia, pero sobre todo, venderá la idea de que el país se descuadernó en el Gobierno de Santos. Y por ese camino, y de carambola, entra el tema del Acuerdo de Paz, que no es más que otro elemento que aumenta la sensación de que el país efectivamente deviene descuadernado y por ello necesita de un renovado y recargado Mesías.

Por ello, Vargas Lleras y el que diga Uribe, sostendrán sus campañas en la falacia que indica que es urgente “recomponer el camino”.  No se descarta que el corrupto Alejandro Ordóñez Maldonado se sume a la fiesta mesiánica, aunque con una bandera distinta, pero igual de atractiva: la Familia y la moral religiosa están en riesgo.

Todo quedará en manos de la publicidad política que aunque siempre deviene engañosa, para millones de colombianos será suficiente para llevar, con sus votos,  a la Casa de Nariño o a la  de Nari, a quien ofrezca Mano dura y autoridad, y por qué no, coscorrones y todo de tipo de improperios y ese lenguaje soez que ya exhibió el hacendado antioqueño.

Al final, es claro que esos colombianos soportan con mayor facilidad la corrupción, que a un Presidente que no tenga los pantalones y el carácter suficiente para enfrentar a esos “otros corruptos” que no dejan avanzar al país,  a quienes defienden “ese maldito papel que llaman el Acuerdo Final” y por supuesto, a aquellos que desde la izquierda exigen respeto a los derechos humanos y defienden la Naturaleza de los proyectos minero energéticos en los que los nuevos y viejos Mesías creen a pie juntillas.

Con todo lo anterior, es posible preguntarse: ¿cómo es posible que al denunciar y querer frenar la corrupción, se termine beneficiando a quienes han sido señalados como clientelistas y probados aupadores de prácticas corruptas?

Atino a dar las siguientes posibles respuestas: 1. Porque desmantelar la corrupción es una tarea imposible, que implica reconocer la podredumbre del actual Régimen de poder y proponer su desmonte. 2. Porque el ejercicio periodístico debe garantizar la espectacularidad de los hechos corruptibles, pero jamás motivar el discernimiento social en torno a los orígenes y a los  aupadores de la corrupción en Colombia. 3. Porque perdimos los límites de la decencia y  entre lo correcto y lo incorrecto. 4. Porque de tiempo atrás, la política y su ejercicio cotidiano convirtió a la función pública en una bolsa de empleo a donde llegan las hojas de vida de las clientelas que logran consolidar Congresistas, Ministros y Presidentes.

De esta forma, convertida la política y su connatural función pública en una bolsa de empleo, los Presidentes en Colombia, incluye al ex Mesías y al nuevo que muy seguramente aparecerá, saben muy bien consolidar clientelas en todas las clases sociales: a los ricos, les tramitan ventajas fiscales y contratos multimillonarios; a la clase media, contratos millonarios, puestos en entidades estatales y becas; y a la clase baja, lentejas, tamales, bultos de cemento y la construcción de un parque.

Veremos en el escenario 2018 para qué sirvieron los escándalos mediáticos por cuenta de una corrupción que solo puede ser vencida con una profunda revolución cultural, que debe iniciar en el empresariado.

 

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Germán Ayala Osorio
Docente Universitario. Comunicador Social y Politólogo. Doctor en Regiones Sostenibles de la Universidad Autónoma de Occidente.