¿Qué tienen en común los paros cívicos en Buenaventura y Quibdó, el paro de los maestros, los disturbios de la semana pasada en el Pascual Guerrero y la disputa entre los departamentos de Antioquia y Chocó por Belén de Bajirá; el paro del sector judicial, la férrea oposición de algunos sectores al proceso de desarme de las Farc, el incremento de asesinatos a mujeres y la violación indiscriminada de niñas y adolescentes; el déficit en la prestación del servicio de la salud, la falta de oportunidades para jóvenes recién egresados de las universidades; los niños muertos por la feroz hambruna en La Guajira; la campante corrupción que se halla hasta debajo de las piedras y muchas otras tantas yerbitas del pantano que tanto nos mortifican?
Probablemente muchos lectores coincidan en responder lo que todos sabemos y pensamos: El denominador común son las clases políticas, el clientelismo, el despilfarro de los dineros públicos; la desidia del empresariado colombiano por adoptar más responsabilidad social, y sobre todo la corrupción, muchísima corrupción.
En la forma, podríamos afirmar sin necesidad de acudir a mayores desgastes intelectuales que sí, que esas son las razones por las cuales el país se derrumba a pedazos de manera irrefrenable, frente a nuestras narices.
Pero en el fondo el tema tiene tanto de profundo como de complejo. El asunto va mucho más allá de simplemente echarle la culpa al uno o al otro o creer peregrinamente que la culpa es de todos menos de uno mismo.
Los verdaderos culpables y el real denominador común entre todos estos hechos que se campean a diario somos usted y yo.
Si amigo lector, leyó bien. Usted y yo somos los directos culpables de esta debacle que por momentos se nos antoja sin retorno.
Usted y yo hemos hecho y construido este país con nuestras acciones y omisiones. Usted y yo somos quienes con nuestra tolerancia a lo fraudulento terminamos facultando a unos cuantos a que se apropien de lo que es de todos.
Usted y yo que con nuestra indiferencia hemos permitido que nuestros niños de La Guajira y de Chocó se nos mueran de hambre. Usted y yo que vivimos más pendientes del programa en la televisión o el cantante de moda, o del partido de equipos españoles de fútbol que nada nos aportan. Usted y yo que al tener la oportunidad, no dudamos en pasarnos el semáforo en rojo o cruzar por lugares distintos a la cebra, con el pretexto de que nadie nos vio o que llevamos mucho afán.
Usted y yo que criamos a nuestros hijos con violencia y desamor, desatención y desdén y le entregamos a la sociedad pequeños seres proclives a la infracción de las normas porque eso es lo que vieron desde que nacieron. Usted y yo que elegimos a los mismos corruptos de siempre e idealizamos caudillos que no son más que sátrapas vestidos de suntuoso linaje.
Usted y yo que no hacemos absolutamente nada por nuestra enferma sociedad pero que somos los primeros en levantar el índice para juzgar y recriminar.
Somos usted y yo quienes deberíamos haber tomado las riendas de este país desde hace mucho, pero preferimos endosarle esa majestad a los políticos voraces y hambrientos de siempre, que sin dudarlo nos utilizan a voluntad y a conveniencia para redimir sus jugosos réditos.
Otra sería la historia si nos decidiéramos, pero la desidia y la pereza no nos lo permiten. Porque siempre será más fácil y expedito encontrar culpables de puertas para fuera sin mirar nuestras propias culpas y responsabilidades.
Nunca antes como ahora la sociedad y el futuro del país nos reclaman nuestro compromiso real y decidido. Colombia atraviesa por uno de los momentos históricos más relevantes y enfrenta una de las coyunturas más trascendentales de las que se tenga memoria, Y es ahora, justo ahora cuando usted y yo tenemos el poder de cambiarle el rumbo a esta zaga de sangre y violencia que desde hace tanto tiempo nos gobierna.
¿Como empezamos a apropiarnos de lo que tiene dueño? ¿De lo que por generaciones nos ha pertenecido pero nos han quitado? ¿Cree que solo el papel de educador es suficiente o es un estado transisional?