Una vez se hizo viral el video[1] en el que se mostraba a un hombre pateando a una perra, la indignación social en redes sociales creció exponencialmente, circunstancia esta que presionó y motivó la reacción de la Unidad de Protección Ambiental y Ecológica de la Policía Nacional, que finalmente dispuso el rescate del canino, con el fin de alejarlo de las garras de su agresor.
La rabia y el coraje con los que reaccionamos quienes compartimos nuestras vidas con perros o gatos, contrasta con el bajo interés y dolor que despierta, en las mismas redes sociales en los que circuló el video de Sasha, y en el país en general, los crímenes de líderes sociales y políticos, defensores de derechos humanos, sindicalistas, miembros de la comunidad LGTBI y reclamantes de tierras. Crímenes que “…entre el 1 de enero de 2016 y el 20 de febrero de 2017 ascienden a 120 homicidios, 33 atentados y 27 agresiones a líderes y defensores de derechos humanos.[2]
Sin duda, es un avance que como sociedad civilizada nos indignemos contra cualquier tipo de abuso y maltrato a los animales, en particular, contra aquellos que nos brindan compañía en nuestros hogares y con quienes establecemos una relación de amor que hace posible erosionar el antropocentrismo desde el que miramos con desdén el medio ambiente y las vidas de otras especies. Pero mientras damos un paso hacia adelante en esa perspectiva, damos dos hacia atrás, a juzgar por la actitud pasiva que asumimos ante el asesinato de luchadores y luchadoras sociales y políticos, de indígenas, campesinos y afrocolombianos que reclaman el cumplimiento de sus derechos y reivindican sus proyectos de vida.
¿Qué tipo de sociedad somos? Hace ya un tiempo, aficionados al fútbol de todos los sectores sociales se conmovieron con la tragedia aérea que enlutó a este deporte[3]; y esos mismos sectores, guardaron silencio cómplice por el sistemático asesinato de líderes y lideresas sociales y políticas.
Me arriesgo a proponer los siguientes elementos que bien podrían servir para construir una tesis o una hipótesis con la que se podrían buscar y encontrar explicaciones a ese comportamiento colectivo que nos lleva a reaccionar, con violencia y furor, contra los maltratadores de animales, y a guardar silencio encubridor frente a quienes asesinan a luchadores sociales, muy seguramente con la anuencia de agentes estatales.
El primer elemento de esa hipótesis o tesis explicativa es que somos una sociedad profundamente escindida. Esta circunstancia haría posible que la subvaloración de la vida de aquellos colombianos vilmente asesinados por quienes se oponen a la consolidación de una paz estable y duradera, está asociada a que históricamente rechazamos, desconocemos, subvaloramos y menospreciamos las luchas de indígenas, campesinos y afrocolombianos y la de todos aquellos ciudadanos que insisten en defender el medio ambiente y los derechos humanos, entre otros asuntos públicos de especial interés social y político.
El segundo elemento tiene que ver con la entronización de una sensibilidad acomodaticia y selectiva en el sentido en que resulta más fácil defender la vida de los animales, porque ello supondría arriesgarse menos a la estigmatización social y política que sufren quienes defienden, en espacios públicos y privados, la vida de sindicalistas, líderes y lideresas sociales y políticas, dado que tradicionalmente han sido vistos como “gente problemática”, “revolucionarios”, “de izquierda” o “cercanos o amigos de las guerrillas”, en especial, cercanos a las Farc.
Lo anterior, en el marco de la fuerte polarización política e ideológica que inició Uribe Vélez desde que fungió como Presidente y que la Gran Prensa bogotana se encargó de extender en el tiempo. Esa misma prensa hoy, apela a la engañosa dicotomía Santos-Uribe, con la que insisten en dividirnos y por ese camino evitar que la construcción de la paz alcance el consenso social necesario y de esa forma, frenar a quienes se oponen a cambiar y a transformar la relación entre el Estado, la sociedad y el mercado.
Y un tercer elemento alude a que por efectos de los Media y las redes sociales, específicas y particulares identidades victimizadas o reivindicadas por los actores armados, en el marco del conflicto armado interno, resultan incómodas para la cultura “blanca” hegemónica. Queda claro que en esta materia, los propios Medios masivos juegan un papel clave al usar diversos dispositivos culturales como la publicidad (discriminante en lo sexual y en lo étnico), para mantener dichas condiciones hegemónicas.
Bien por Sasha y por todos los que rechazamos al energúmeno, a la bestia, al feroz y al violento que la pateó, pero muy mal porque poco o nada hemos hecho para rechazar el asesinato de líderes sociales y defensores de derechos humanos y reclamantes de tierra, entre otros; y para exigirle al Estado que haga lo que tiene que hacer, para detener lo que sin duda va camino a convertirse en una práctica genocida, aceptada socialmente.
Nota: al parecer, y según información periodística, quien maltrató a Sasha no era precisamente el propietario de la perra, sino un familiar que había quedado al cuidado del canino. (Ver link)
[3] Véase: https://colombiaplural.com/maxima-pasion-selectiva-solidaridad/