Unas voces radiales que a finales de la infancia, en los albores de la rebeldía adolescente, nos hacían “reír pensando”, se quedaron para siempre en el recuerdo. Eran las de Néstor Álvarez Segura y Humberto Martínez Salcedo, en el programa La Tapa. Allí con ingenio, humor y mucho picante político, los dos periodistas zaherían al poder vigente. Eran socios y amigos, al punto que el último bautizó a su hijo con los dos nombres- NÉSTOR HUMBERTO- en señal de esa alianza.
Juntos padecieron persecución política y, como es costumbre en temas de publicaciones periodísticas, cercamiento económico. Eran las épocas del Frente Nacional y del manejo abusivo del estado de excepción, llamado a la sazón Estado de Sitio, según el artículo 121 de la Constitución de 1886. La prodigiosa versatilidad de la voz de Humberto Martínez Salcedo hacía desfilar por el imaginario escenario de los micrófonos la más variada gama de especímenes de nuestra fauna política. No había funcionario, desde el Presidente de la República para abajo, que no fuera duplicado. Y sus dardos humorísticos siempre dejaban el ardor del quemón en la epidermis del ego del imitado y una idea reveladora en las mentes de los oyentes que disfrutábamos del espectáculo radial.
En más de una ocasión se vieron amordazados por la censura, al punto de tener que recurrir al recurso de cambiar el nombre del programa, pasando de La Tapa a El Corcho, como medio de evadir el bozal oficial que no los dejaba comunicar su pensamiento.
Eran pues NÉSTOR y HUMBERTO, dos nombres que le causaban espanto a la represión, a la injusticia, a la inmoralidad, a la corrupción y al abuso del poder.
Todo este anecdotario a raíz de que, precisamente esos dos nombres, unidos en un mismo individuo, ya no generan temor, ni espanto, ni rubor a los detentadores del poder, a los arrogantes usufructuarios de las canonjías y las gabelas.
Néstor Humberto Martínez Neira, flamante Fiscal General de la Nación es un sujeto manualito, portátil, un hombre exitoso que sabe cómo agradar al poder, cómo hacerse al favor de los poderosos, cómo cortejarlos y salir siempre bien librado. Supremamente adinerado. Abogado de campanillas, asesor de lo más granado de la clase dirigente, empresarial y financiera de este país.
Al contrario de su padre, ha sabido hacerse al favor de los poderosos mediante la lisonja, la obsecuencia y la sumisión abyecta y, vaya uno a saber, una que otra mirada para el otro lado.
Fungiendo de liberal de avanzada, ocupó el cargo de Ministro de Justicia y luego de embajador en Francia del gobierno de Ernesto Samper aunque, como suele suceder cuando el barco se hunde, fue uno de los primeros en abandonar la nave, para poder llegar, en el cuatrienio siguiente, al cargo de Ministro del Interior del más inepto de todos los presidentes que ha conocido Colombia; de allí tuvo que salir en bombas de fuego antes que el Congreso de la República estrenara con él la figura de la moción de censura, prevista en el numeral 9 del artículo 135 de la Carta Política.
Se mantuvo de bajo perfil durante muchos años. Por ahí colaboró de manera silenciosa con el nefando régimen del primer octenio y resurgió de sus cenizas como superministro en una de esas salidas bobaliconas del presidente Santos a quien le gusta alimentar las alimañas en su propio seno.
Ahora se ha encumbrado en uno de los más importantes empleos del Estado, nada menos que como Fiscal General de la Nación, pese a que su nombre está inescindiblemente unido a la empresa Estelar S.A. – Corficolombiana, corporación socia de Odebrecht en la concesión Ruta del Sol II, de la cual fue uno de los abogados en asocio con el ahora investigado José Elías Melo y por cuyos dudosos manejos se hizo acreedor a una compulsa de copias ordenada por un tribunal de arbitramento de la Cámara de Comercio de Bogotá, para que se investigara la hipótesis de fraude procesal en pudo haber incurrido, lo cual, como es obvio, no llegó a nada.
No se ha escuchado todavía el impedimento que tal relación genera en el primer investigador de la nación para abordar asuntos en los que la firma brasilera estuviese implicada.
El senador Jorge Robledo ha presentado, por demás un pliego de señalamientos que tampoco ha sido respondido.
El país se cae a pedazos por virtud de la corrupción que lo corroe. Pero el encargado de perseguir esa corrupción se limita a vociferar en su contra, con la blanca túnica manchada. ¿En esas condiciones cuál es la garantía de eficacia de la Administración de Justicia que tiene la sociedad colombiana con un funcionario tan cuestionado?
Y ante todas estas circunstancias yo me pregunto ¿qué diría el maestro Salustiano Tapias – Humberto Martínez Salcedo- en su programa radial que nos hacía “reír pensando”?
Muy locuas, acertado y oportuno
el escrito