Ni siquiera cuando estuvo de moda envenenar a los reyes ha sido bien visto en el mundo asesinar gente como un medio para progresar. Al contrario, esas resultan ser las historias más tristes de la humanidad: el asesinato en seis días de 8.000 hazaras en Mazar e-Sharif, el holocausto nazi, el genocidio de Ruanda, las bombas atómicas, solo por mencionar algunas atrocidades. ¿Usted ha visto imágenes o documentales de estos sucesos? Por muy sensible que esto sea, es algo que toda persona debería conocer con claridad para tener un referente de los extremos en el cual suele caer, cada tanto tiempo, el género humano.
Y aún en nuestros días, seguimos apilando cuerpos de hombres, mujeres y niños, como se aglomeran escombros y basura. Las metáforas apocalípticas se vuelven una realidad cuando uno ve las imágenes de la gente empapada por ríos de sangre, que se va por los caños o se seca en el asfalto, como se escurre el agua sucia. Eso no está bien.
Hace 70 años existía una Colombia donde las personas se consternaban cuando en las noticias se anunciaba un asesinato de alguien, quien quiera que fuese. El año pasado, en nuestro país, hubo 11.691 asesinatos por muertes violentas, según cifras que maneja la Policía Nacional. Para dimensionar esta cantidad con un ejemplo macabro, nuestros muertos equivalen al aforo que tiene la plaza de toros La Santamaría de Bogotá; o la cantidad de habitantes de un pueblo como Oiba en Santander. En Francia la cifra fue de 792 asesinatos en 2.014, y el tema de los candidatos a la presidencia durante estas elecciones ha sido la seguridad y la violencia.
Hoy me llegó un mensaje al WhatsApp, una de esas cadenas con bromas que circulan de grupo en grupo. La broma dice lo siguiente:
«Hace media hora me metí en el juego ese que está de moda entre los jóvenes, la Ballena Azul, por curiosidad y para comprobar que tan peligroso y macabro es para los muchachos, como dicen por las redes sociales.
Pasó esto:
1.- Para entrar me pidieron los nombres de mis familiares.
2.- Luego me dieron un listado con 50 misiones para que las cumpliera y me advirtieron que si abandonaba el juego matarían a
TODA MI FAMILIA.
3.- No pensé mucho, así que puse:
Mamá: Piedad Córdoba
Papa: Juan Manuel Santos
Tíos: Iván Márquez, Benedeti, Blado, Timochenco, Gustavo Petro, Iván Cepeda, Roy Barreras
Tías: Aida Abella, Gloria Cuartas, Vera Grave
Primos: Francisco de Roux, Javier Giraldo
Primas: María Ángela Holguín, Clara López, Claudia López
4.- Acabo de salirme del juego.
Y pues, a ver si cumplen…»
Aquí me excuso porque muchos de los nombres están mal escritos, solo copié y pegué el mensaje, tal como me lo enviaron. Pero cuando uno se fija en los detalles, como éste de no escribir bien, ya uno puede notar que quién elaboró este escrito ha de ser una persona que no lee mucho, con una opinión pobre y radical (cosa que da miedo). Para quienes no están familiarizados con la política en Colombia, todos estos personajes que se mencionan allí, son o fueron ejecutivos y legisladores del país, elegidos democráticamente. Otros, son cabecillas de Las Farc y algunos, simplemente, son pensadores y politólogos con un nivel de estudios superior. Resulta que todas estas personas de alguna manera se involucraron activamente para lograr la firma de los Acuerdos de Paz con Las Farc.
Yo los invito a que lean las reflexiones del sacerdote Francisco de Roux sobre la convivencia, la paz, la sociedad o la familia. O que busquen la trayectoria profesional del periodista y caricaturista Vladdo. El nivel de estudios de Claudia López Hernández, o la hoja de vida del presidente de la República Juan Manuel Santos Calderón (con quien no coincido en muchas cosas). Bueno, y circula el mismo chiste pero con personas adscritas al partido político Centro Democrático, o relacionadas con éste; partido que se opuso radicalmente a la firma de los mismos Acuerdos.
Cuando hace 69 años en el país se comenzó a asesinar a quienes pensaban diferente, a quienes opinaban y alzaban la voz en contra del Estado oligárquico del presidente Mariano Ospina Pérez (quien se conoce más por haberle quitado la chicha al pueblo, que por haber cerrado el Congreso cuando enfrentaba allí un juicio político), nos familiarizamos con las masacres y los asesinatos, al punto de volverlos tan cotidianos como un mal chiste.
Aunque esta guerra nos ha dejado 220.000 muertos – siete veces el aforo del estadio El Campín -, este chiste nos recuerda lo insensibles que somos frente a la violencia. Nos gritamos y nos golpeamos como si fuera normal, y hasta nos matamos si hace falta. Porque está bien, lo hemos venido haciendo hace setenta años: nos deshacemos de lo que no funciona, de lo que sobra o lo que “está mal”.
En Colombia tenemos nuestra propia versión de estos crímenes de lesa humanidad: la masacre de Chengue, Segovia, del Nilo, del Aro, Mapiripán, y una lista extensa. Me aterra escuchar a las personas cuando dicen: “antes no había ratas, vagos y marihuaneros porque a todos esos los cogían los paramilitares y los encontraban al otro día descuartizados en un caño, con la jeta llena de moscas…” Y es aún más aterrador leer los detalles de estas masacres. La pura definición de terrorismo.
Yo creo en la educación, en el diálogo, en el debate y en la democracia como los medios para construir una sociedad en paz. Creo en la tolerancia y en el amor al prójimo. Creo que cuando damos amor construimos en nuestras vidas lazos imperecederos. Haber empleado el odio hacia quienes piensan distinto, como una herramienta para lograr un fin, nos ha dejado ese saldo de vidas perdidas.
Hago un llamado a la reflexión, para que pongamos un alto a estos pensamientos violentos, para que cuestionemos a quienes se valen de estos medios para justificar sus proezas. Es un problema de moral y de valores. No está bien creer en estos personajes que nos quieren seguir ofreciendo violencia y odio. Hasta que eso pase, inclusive con la materialización de estas bromas, nos seguiremos muriendo de risa.