La crisis institucional que se respira en Venezuela y que se padece, interesadamente, en América Latina, y en general en este hemisferio, tiene un enorme anclaje en la figura de Nicolás Maduro Moros. Y no es para menos: le correspondió la difícil tarea de mantener a flote un proyecto político que nació y giró en torno a la figura carismática de Hugo Rafael Chávez Frías[1], un ex coronel de corte populista que supo canalizar el descontento social que por años la torpe, corrupta y mezquina oligarquía “blanca” aupó y que supo mantener oculto hasta que llegó el Mesías vestido de verde olivo.
Recién fue señalado para suceder a Chávez, Maduro Moros buscó hablar y gritar como su mentor. Creyó, de manera equivocada, que al imitar al líder de la revolución socialista, su débil capacidad de liderazgo pasaría desapercibida ante millones de venezolanos agradecidos hasta la muerte con el ex Coronel que los supo reconocer como personas, ciudadanos y les devolvió la identidad étnica que los miembros de la «vieja» oligarquía venezolana mantuvieron sepultada gracias a la pauperización de sus condiciones de vida.
Nicolás Maduro Moros no representa el origen mestizo sobre el que Chávez Frías supo mantenerse como un líder capaz de transformar las difíciles circunstancias de pobreza, exclusión y corrupción que se extendían a lo largo y ancho de una Venezuela que, durante mucho tiempo, se dio el lujo de obviar esas negativas circunstancias contextuales que agentes del capitalismo salvaje generaron y consolidaron. Maduro, al parecer, no representa étnicamente a las mayorías que vieron la luz del respeto y el reconocimiento con Chávez Frías.
Es tal su debilidad histriónica, que sus gestos y el discurso altisonante al que apelaba Chávez, lo hacen ver panfletario y sin mayor credibilidad. Además, su condición de civil también juega en su contra, en tanto la figura mesiánica de Chávez estaba sostenida en una representación alegórica del militar que llegó a poner orden. La figura del militar resulta clave porque representa el orden y el disciplinamiento social, que es connatural a las lógicas de los regímenes socialistas que suelen sostenerse en el poder de los Militares. Huelga aclarar que este asunto no es exclusivo de este tipo de regímenes.
La figura del militar resulta clave en procesos revolucionarios violentos o profundamente democráticos como los que se han dado en América Latina. En el caso cubano, por ejemplo, Fidel Castro Ruz[2] bajó de la Sierra investido de revolucionario y militar, lo que le permitió mantener el uniforme verde olivo hasta los días en que pudo gobernar-mandar en la isla. Entre tanto, Chávez Frías, como hijo de la milicia, emergió como coronel golpista y sublevado, lo que dio por mucho tiempo la autoridad moral suficiente para ejercer control sobre las fuerzas armadas y mantener su mística, así como la confianza del Pueblo[3] que supo mantener hincado a sus pies, gracias a que logró, con la poderosa chequera petrolera, transformar sus empobrecidas vidas; y por supuesto, a través del control social, ideológico, político y cultural.
Por el contrario, Maduro Moros no tiene vestido o uniforme alguno. Su condición de civil parece que no atrae, no atrapa, no convoca. Es un civil fofo- para la lógica castrense- que se esfuerza por alcanzar un mínimo de liderazgo para tratar de mantener a flote un proyecto político y económico que fiscalmente se hizo insostenible.
Y se puede sumar a su débil imagen, su incapacidad para manejar asuntos de Estado. Es probable que detrás de él, estén una cúpula militar beneficiada y por supuesto, la figura de Diosdado Cabello.
Al final, los cruentos enfrentamientos entre los seguidores de la llamada Oposición, como los aconductados seguidores de Chávez, que interesadamente escuchan los angustiosos llamados de Maduro, van consolidando el imaginario colectivo que indica que solo un Militar puede poner orden a la casa. Bien para desmontar al régimen que medio lidera Nicolás Maduro Moros, o por el contrario, para afianzar la “revolución socialista”. En cualquier sentido, esos dos “pueblos” enfrentados en Venezuela, por el nivel de polarización exhibido y por los violentos enfrentamientos callejeros, pueden terminar llevando a la Presidencia a otro Militar, consolidándose así la idea de que necesitan de un uniformado, de derecha o de izquierda, para superar sus diferencias.
Ojalá Maduro Moros encuentre la salida constitucional que le permita frenar la crisis institucional, de gobernabilidad y la generación de más heridos y muertos, así como la polarización entre sectores poblacionales instrumentalizados por “líderes políticos”, de derecha y de izquierda, que han sido incapaces de establecer un orden justo, legítimo y que brinde, sin mezquindades, la oportunidad para que todos busquen y alcancen la felicidad.
Insisto en que cualquier régimen de poder, de izquierda o derecha, no se puede fundar sobre el éxodo de millones de sus connacionales o la amargura por haber perdido unas condiciones de vida ganadas con esfuerzo y trabajo.
Nada más absurdo que reemplazar un régimen oprobioso y corrupto, para montar otro, igual de corrupto y de oprobioso, revestido de una «revolución» y del triunfo popular y proletario con el que se justifica y pretende mantener una legitimidad perdida, los errores cometidos y la exclusión de otros sectores poblacionales. Esa lógica vindicativa deslegitima y desvirtúa el sentido revolucionario de lo allá se conoce como el socialismo del siglo XXI.
[1] Véase: http://laotratribuna1.blogspot.com.co/2013/03/se-murio-chavez.html
[2] Véase: http://laotratribuna1.blogspot.com.co/2016/11/fidel.html?m=1
[3] Véase: http://germanayalaosoriolaotratribuna.blogspot.com.co/2017/04/el-pueblo.html