Hoy por hoy el ESMAD, Escuadrón Móvil Anti Disturbios, es quizás la institución pública que más conocemos los bogotanos. Desde la llegada al poder de Enrique Peñalosa no hay un solo conflicto social que no sea solucionado a través del uso, en la mayoría de los casos, desmedido e irracional de este grupo cuya misión hace mucho rato dejo de ser la contención y se volvió un aparato de la ofensiva estatal en contra de los derechos de distintos grupos sociales en la ciudad.
Cada día estamos viendo conflictos de distinta naturaleza, que obedecen a la acción o la omisión del distrito y que se escenifican en las calles ante la incapacidad de articular su solución de manera institucional ante la intransigencia de un gobierno terco, soberbio y arrogante que no ve en la sociedad un interlocutor sino un simple receptor pasivo de la autoridad estatal.
Vemos problemas con la prestación del transporte público, con los derechos de las minorías, con los vendedores ambulantes y el espacio público, con los refrigerios de los niños estudiantes de la ciudad, con el voraz apetito urbanizador de todo lo que suene a medio ambiente en la ciudad.
Más allá de la caricaturización de la falta de competencia y sentido humano de Peñalosa, lo que más preocupa es que se ha convertido en una norma, que va en contra de todos los principios democráticos, el resolver los conflictos de manera violenta. Es más, el anticipar cualquier manifestación y rodearla institucionalmente de un ambiente hostil por más nobles o no que sean las causas que los ciudadanos defienden y la naturaleza de dichos ciudadanos.
Estamos frente a una autoridad cuyo discurso carece de sensibilidad social, pero sobre todo que desprecia las libertades y derechos fundamentales de los ciudadanos.
Cada día es más evidente que como el Distrito pone el estado y sus instituciones al servicio del abuso de poder y el autoritarismo social, incluso llegando a estigmatizar y poner en riesgo poblaciones vulnerables como las personas en condición de discapacidad.
Cómo será de evidente que, hasta los medios masivos, defensores de oficio del alcalde, ya empiezan a denunciar y dar espacio a los hechos que muestran cómo el ESMAD está fuera de control.
La pregunta de fondo acá es ¿para qué están las instituciones del Distrito? ¿Qué están haciendo los secretarios y las instituciones distritales? Si se supone que gobernar en gran parte es gestionar el conflicto y el disenso a través de las vías institucionales, el hecho de que todo termine canalizado a través del ESMAD dice mucho del estado de desgobierno e incertidumbre institucional en el que vivimos los bogotanos.
La sustitución del diálogo y los canales institucionales por el uso de la fuerza no es nada más que la muestra de un gobierno agonizante, que, con la sombra de la revocatoria de mandato en ciernes, se preocupa mucho más por mantener la efusividad de su electorado, la minoría de la ciudad, dejando de lado a la mayoría de los bogotanos que quisieran tener voz en lo que está ocurriendo en la ciudad.
En un acto público reciente Peñalosa afirmó que gobernaba para sus 903.764 electores y que poco le importaba lo que pensaran los demás. Si el alcalde mantiene este pensamiento sus días en la Alcaldía están contados. No sobra recordarle que en Bogotá vivimos más de 8 millones de personas, que la mayoría no votaron por él y que tiene todo un andamiaje institucional para su gestión.
Es hora de guardar el espejo retrovisor y dejar la paranoia. Los bogotanos están inconformes con la gestión del alcalde y el inconformismo no encuentra respuestas institucionales por eso termina canalizándose en las calles y otros espacios informales. La cara del estado, la primera autoridad con la que se relaciona un ciudadano no puede ser un agente del ESMAD. ¡Eso no es democracia!.