Se fue la Semana Santa y ahora sí es hora de reflexionar. La gente rezó, paseó, se divirtió, descansó, se bronceó, pero parece que la introspección no fue bienvenida. Los de siempre, es decir los políticos, en lugar de recapacitar, se dedicaron a meterle más leña al fuego a este país maltrecho, dividido, encolerizado, y a generar más odio.
Pero no solo los políticos. También hubo tuiteros que aprovecharon la semana de supuesta reflexión y oración, cosa que ya parece ser de minorías, para trinar absurdos, que es lo generalmente se hace en Twitter cuando no se tiene la sensatez de entender que esa, y todas las redes sociales, son una tribuna desde la cual mostramos lo que somos, lo que sentimos, lo que pensamos y lo que creemos. Esas redes sociales no son un juego.
En medio de las conmemoraciones y de los rituales religiosos de Jueves y Viernes Santos, también se dieron tragedias que para unos causaron inmenso dolor y, para otros, simplemente desinterés y hasta risa. Así es la vida, y eso está bien porque no se le puede pedir a la gente que sienta lo que otros sienten o que lloren por lo que los demás lloran.
En eso radica la libertad, en poder expresar, en poder sentir, y en poder vivir como uno quiera, como se lo dicte su consciencia o como lo dictamine su corazón y su buen entender, sin hacerle daño a nadie. Ahí es donde está el quid del asunto.
Lo que no es libertad es el irrespeto. Eso sí no. Menos cuando ese irrespeto va dirigido a gente que sufre un dolor propiciado por la fatalidad o por la muerte. María Antonia García, columnista, y conocida en Twitter como @caidadelatorre , escribió un desafortunado tuit el día en que, en un aparatoso accidente de tránsito, perdió la vida el cantante Martín Elías. Luego se disculpó y dijo: “Lamento profundamente la muerte del joven Martín Elías, su reputación queda intacta y su afamado legado musical”. Posteriormente afirmó que su trino fue inoportuno y que había sido víctima de matoneo por su mensaje en la red.
Al respecto, una buena tuitera, Josefina Blanco Dugand, @JotaBD , dijo ese día: “Toda idea expresada en libertad y con decencia, merece respeto, aunque sea contraria a la mía. No me gustará, renegaré, pero la respeto”. Y eso es lo que pasa, que aquí la gente no se puede equivocar porque la lapidan, la matonean, la agreden, la persiguen, la vituperan y hasta la amenazan.
Todo, claro, producto del extremismo y de la división en la que se encuentra Colombia. Por supuesto que el tuit de García fue absurdo y, en el contexto en el que lo escribió, pues insensible y terriblemente irrespetuoso para los familiares, los amigos y los seguidores de Martín Elías, pero reconocer su error es un acto de valentía y de franqueza que también debe reconocerse y que, indudablemente, ha de ser tenido en cuenta si es que realmente somos capaces de perdonar y de reconciliarnos. Una frase que se le atribuye a Voltaire -pero que según dijo, hace algunos años, Juan Gabriel Vásquez, nunca dijo- cae como anillo al dedo: “No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo”.
Esto que sucedió quedará como una gran lección para María Antonia y para todos. Twitter, o Facebook, o cualquier red, son lugares para expresarnos como si estuviéramos en persona con los demás. No es posible que se viva de insulto en insulto, de agresión en agresión o de amenaza en amenaza.
Porque también en Semana Santa se dio un caso aterrador de una amenaza contra el Presidente de la República, como si nada, así nomás, como si el video amenazante fuera solo un saludo quién sabe a quiénes y a cuantos seguidores. Muy grave.
Ahora bien, cuando la mentira, la cizaña, el rencor, la envidia y la rabia casi enfermiza son recurrentes y repetitivos, el asunto ya toma otro cariz. Como si fuera poca su oposición vehemente a la paz, en la Semana Mayor, al senador Uribe se le ocurrió enviarle al Congreso de los Estados Unidos una carta con ocho puntos en la cual sigue insistiendo en sus mentiras de siempre, y al representante a la Cámara Álvaro Hernán Prada, para cerrar la semana con “broche de oro”, le dio por trinar esta estupidez: “La izquierda es minoría y en gran parte son guerrilla. La guerrilla es terrorista. Por eso la gente quiere a Uribe”. Jajaja. Da risa, por lo absurdo, claro.
Son solo dos casos de engaños y de despropósitos que todos los días vemos provenientes del Centro Democrático. No es más sino recordar lo que dijo el senador Daniel Cabrales el día de la tragedia de Mocoa. ¡Qué las Farc eran las culpables de la avalancha! ¡Insólito!
Pero no pasa nada. Los seguidores ciegos, y también fanáticos, de Uribe siguen y seguirán compartiendo informaciones mentirosas y aplaudiendo las diatribas que a él y a su cohorte de borregos se les ocurran. No hay caso. En Colombia parece que estamos condenados a la desgracia y a la locura fanática de quienes se oponen a la paz, y de quienes la apoyan, porque también está el que defiende hasta los errores del Gobierno en, por ejemplo, los atrasos evidentes de las Zonas Veredales de Transición y Normalización donde se desarmarán las Farc, así no les guste a muchos.
Y qué decir del Eln que afirma querer seguir negociando pero que amenaza con continuar secuestrando y extorsionando. ¿Cuál voluntad de paz hay ahí? ¿Cómo es posible avanzar en una negociación cuando las partes se acusan mutuamente, con micrófono abierto o Twitter en mano, de estancarla?
La situación en Colombia es, día por día, más lamentable. Definitivamente no hay caso con este país que no tolera, no respeta, no avanza por el camino de la fraternidad y está inundado de líderes políticos, religiosos y de toda índole, que no son capaces de unir pero son unos expertos en cazar peleas, en trinar improperios, falsedades y despropósitos; en dividir, a toda costa, con discursos incendiarios y palabras y actuaciones deplorables.
Los columnistas nos hemos vuelto monotemáticos, como lo dijo el presidente Santos. Quizás tenga razón, pero es que lo que escribimos es la muestra de lo que pasa en el país. No podemos ocultar el sol con un dedo y las cosas buenas, por desgracia, son minimizadas por aquellos que con tal de ver al Presidente derruido, convierten un oasis en un lago de fango.
No hay caso con Colombia. La corrupción campea, al igual que la inseguridad, la inequidad, la trampa, los abusos contra mujeres y hombres, los casos de justicia inoperante, los columnistas del desastre, los periodistas del fracaso.
El progreso se oculta, los logros se opacan. Todo es malo, perverso, doloroso, desdichado. Para muchos, vamos rumbo a convertirnos en Venezuela, a ser una sociedad “castrochavista”. Vamos a seguir nadando en coca y la impunidad caminará con la cabeza en alto por el suelo colombiano.
Ante esa situación y ante todas las fatalidades que pintan los líderes de la frustración, pues no hay caso. Porque eso es lo que llama la atención. Hacerle eco a esa fatalidad, repetir como loras todo lo malo, incluso las cosas que abiertamente son un chiste mentiroso, instigar al que hace y destruir al que construye. Nada que hacer, el colombiano es eso. Le gusta la mentira y vota por los mentiros.
Adenda: Los extremismos, los fanatismos, los nacionalismos, el despotismo siempre serán peligrosos. Ojalá no caigamos en ellos porque ya con Trump, que nos tiene al borde de una guerra mundial, es suficiente. O ustedes verán si quieren votar por alguien que represente esas nobles posiciones…
«¿Acto de valentía el de Ma Antonia García?», «¿borregos?», «¿enemigos de la paz?» «¿Santofimio?» Parece un chiste de mal gusto andar defendiendo a quien se encarnizó por la muerte de un cantante que no mató a nadie pero se indigna con un político que escribe a los EEUU solicitando mayor atención al pacto que permite que los mayores asesinos que ha tenido el país sigan subyugando a Colombia a su voluntad. Se les va calentando la oreja…