Martín Elías ha muerto de fama

Opina - Medios

2017-04-19

Martín Elías ha muerto de fama

 

Son las 12:30 p.m. del sábado. Es Sábado Santo. Quiero ver las noticias. No puedo ver RCN. ¿Quién ve RCN? Resulta pecaminoso, más en día de Semana Santa, ver RCN. Toca ver Caracol. Algo habrá que ver: La Vigilia Pascual del Papa, las procesiones de los colombianos (los que aún van, ellos, muchos), la operación retorno, el último reporte sobre la tragedia en Mocoa, la mala imagen del presidente, la guerra en Siria, el bombardeo de anoche en Afganistán, las locuras de un mundo desquiciado…

Nada, no hay nada de eso. Ha muerto Martín Elías. “¿Quién?” Pregunta mi madre mientras sirve el almuerzo. Martín Elías Díaz, mamá – contesto desde el comedor – uno de los hijos del gran Diomedes, éste parece que había seguido los pasos de su padre. Si hasta su nombre rima. Comienza el noticiero con una secuencia interminable de imágenes conmovedoras. Se trata de un truco televisivo para anunciarnos que se ha producido, una vez más, una gran hecatombe nacional. La presentadora saluda en tono lacónico. Ya están listos todos los periodistas de Caracol para ofrecernos el más completo cubrimiento de los hechos.

La pantalla del televisor se divide es seis recuadros. Hay periodistas en todos los rincones de la Costa Atlántica, en el Valle, en los Santanderes. El país está paralizado. O más bien movilizado: Se ven las imágenes de las enormes caravanas que acompañan el paso del féretro a lo largo de esas interminables planicies de la sabana costeña; los martinistas (no sabía que había martinistas y que se llamaban martinistas) llevan camiseta amarilla y afiches multicolores; suenan los pitos de mil motocicletas, los picós han vuelto a la calle: el Código de Policía no se ha hecho para controlar el dolor popular.

Como se trata de un artista, entonces la primicia en el cubrimiento noticioso se la lleva la periodista de entretenimiento. Allí está, la gran Diva (Jessurum), vestida como para premios de farándula criolla, en el templo del vallenato, al lado de la madre del muerto. La primera pregunta revela el talento de la gran reportera: “Señora ¿cómo se siente en estos momentos?”. La siguiente pregunta, da cuenta de su sagacidad: “¿Cómo quiere que los colombianos recordemos a su hijo?”. La última, es un ejemplo para las futuras generaciones de periodistas: “¿Entonces, qué cree usted que le faltó por hacer a su hijo?”.

Miro el reloj. Es la 1:00 p.m. Parece que no habrá más noticias. Todo lo ocupa Martín Elías: El noticiero entiende el sentimiento nacional y la presentadora advierte que nos contarán todos los detalles: el accidente, el último concierto, las premoniciones, las trágicas coincidencias de los artistas vallenatos, las romerías de los curiosos frente al féretro, el legado musical del gran juglar, sus mujeres, sus hijos, su fanaticada.

Apago el televisor, no aguanto más. ¡Si al menos me supiera el título de alguna canción de Martín! Esperaré al noticiero de la noche, seguro la agenda informativa variará un poco.

Pero mi suerte es adversa. “Al que no quiere caldo se le dan dos tazas”, me recuerda mi madre. A esa hora, los corresponsales ya hablan desde medio país. Apenas sí hay tiempo para cinco minutos de deportes. Así, se va la noche del sábado. Así, se repite el domingo al medio día y en la noche. Así, amanece el lunes de Pascua.

Al mediodía de este lunes almuerzo en un restaurante tipo ejecutivo. La dueña del local pone las noticias de Caracol. Creo que estoy viendo el mismo noticiero del sábado. Siguen los periodistas en todos los costados de la geografía colombiana, perece que nada más importa en Colombia o eso debo deducir por el menú informativo.

A estas alturas, los avezados periodistas no saben qué más decir. Parece que ya hubieran agotado todos los calificativos de su entrenamiento en periodismo hiperbólico. Pero ellos son recursivos. Hoy todos hablan del último adiós al gran Martín Elías. Ya era grande, desde antes de nacer, ahora es de los más grandes que ha dado la historia vallenata. Una nota más habla de su enorme legado, no es pequeño, ni modesto, sino grande e inmortal. El presentador en estudio da paso al corresponsal en Barranquilla, y éste nos cuenta de los altares que le han levantado, en varios hogares, al gran Martín. Por lo demás, para que haga juego con los días de Pascua, el retrato del joven músico va acompañado de alguna estampita de la Virgen, del Resucitado. Se ha hecho el milagro.

En Santander se le improvisan versos y adioses. En medio país, muchos fanáticos andan apostando a la lotería con la fecha de la muerte: tarde que temprano el muerto tendrá que darles la suerte.

En redes sociales, dice una presentadora, la muerte del gran Martín sigue siendo el tema más comentado. Grandes personalidades del mundo del espectáculo se han manifestando a último hora. En la urna virtual, la pregunta del día es de una agudeza alucinante: “¿Usted se pone el cinturón cuando va en un vehículo?”.

Imagen cortesía de: Publimetro

Desconsolado, y masoquista, prendo el noticiero de las siete de la noche. Espero que haya bajado la tormenta. Al menos se anuncian otros titulares. Volvemos a Trump, a Uribe, a Pastrana (¿Pastrana?), a Corea del Norte, a Venezuela, a Siria, a Afganistán: lo que toca, la tercera guerra mundial.

Pero el telenoticiero tiene que cerrar con broche de oro su especial informativo. Hoy Martín sólo ocupará los 20 primeros minutos. Hay que mostrar las caravanas rumbo al cementerio, el descenso del ataúd en la tierra húmeda, el descanso de Martín al lado de su padre, los deudos, el último adiós de la fanaticada.

Diva, que hasta el medio día ha sido la diva del evento mortuorio, da paso a su compañero Carlos Cataño Iguarán, corresponsal vitalicio de la Costa. Él no quiere ser inferior a su colega, ha preparado con cuidado las últimas palabras de este gran cubrimiento. Todo esto se ha debido, nos confiesa Carlos, “a una irrenunciable vocación de servicio” hacia nosotros los televidentes.

Por lo pronto, se despide Cataño con el profundo convencimiento de que “con la muerte de Martín Elías se le dice adiós al ídolo y se le da la bienvenida a la leyenda”. Su alma ahora goza de la visión Divina.

¿Y mañana? Mañana habrá que cubrir otras muertes, otra tragedia, otro escándalo. Habrá que construir otro mito para que viva este Macondo.

 

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Julio César Orozco
Periodista sin oficio, abogado sin causa, filósofo por vocación, fotógrafo por afición, maestro en formación.