Algo le está sucediendo al uribismo. De la euforia de la victoria del NO a ahora, algo está pasando. Se está haciendo evidente el desgaste por incontables temas de corrupción, por peleas internas que van saliendo a flote, por polarización entre ellos mismos al tildar de comunista a su propio precandidato o al acusarse de pertenecer a la extrema derecha.
Tanto es así que el propio Uribe ha tenido que parar algunas peleas. El tema con las bases tampoco está tan bien. Para el esfuerzo, la vehemencia y recursos invertidos que le pusieron a la marcha del 1 de abril, la cifra de alrededor de 200 mil asistentes en todo el país, parece poca. El extremismo religioso cristiano y ordoñista no sumó como lo hizo en la campaña por el NO. La parte del tema de Odebrecht que les correspondió, no se quedó solamente en Oscar Iván Zuluaga. Definitivamente, afecta a la credibilidad del Centro Democrático.
Mientras tanto, otras voces hablan de depurar el partido para salir de los que ellos llaman oportunistas. Depurar, al final, es reducir. Al mismo tiempo se está reconfigurando cada vez más hacia la extrema derecha dando protagonismo a grupos religiosos cristianos que apoyaron el NO. Todo esto abona el terreno para el fanatismo, mutando esta vez al de tipo político, lo cual es una mezcla explosiva.
Ya los uribistas son bastante fanáticos para meterle integrismos religiosos. No es coherente la existencia de un partido político de centro cuyos seguidores sean de extrema derecha. La ideología del CD se ha articulado más en torno a las peleas de Uribe, la polarización y la negación de sus profundas contradicciones. Muy al estilo del chavismo, ambos impregnados de mares de populismo.
Supuestamente, el Centro Democrático se fundó como un partido de centro que recibía a todos. Debe preocupar que en la última intención de voto presidencial del Opinómetro para Caracol, los precandidatos uribistas se encuentran muy abajo:
Carlos Holmes Trujillo: 0.8%
Iván Duque: 0.6%
María del Rosario Guerra: 0,1%.
Le va mejor a Pacho Santos, que ni siquiera es precandidato, con un 3.1%, en todo caso, más que los 3 precandidatos sumados. Aparecen Marta Lucía Ramírez con 5,2% y Alejandro Ordóñez con 4,8%, que se están llevando muchos afectos de los uribistas más radicales. El tema es que ninguno de los dos es miembro del CD. Ello no le debe estar gustar mucho a los precandidatos y a los dirigentes de base de dicho partido. Si Ordóñez o Ramírez entran al CD, llegan poniendo condiciones y todo se vuelve a barajar.
Todo esto es parte de la dinámica lógica en un contexto de precandidatura política, pero el problema del uribismo va más allá.
El problema está siendo el mensaje. Donde fue exitoso el uribisimo en la campaña por el NO, fue en exacerbar el miedo de la disyuntiva de la paz. Eso llevaba necesariamente a una lógica maniqueísta en la que el uribismo era el bueno mientras que el gobierno, las FARC y quienes estuvieran de acuerdo con la paz, los malos. La polarización la ha articulado con base en satanizar todo lo que haga el gobierno o la persona del presidente.
Ese es el primer principio de la propaganda de Goebbels, el llamado «principio de la simplificación y del enemigo único». Es el mismo juego que siguen haciendo, con la situación de que como guerrilla ya no existen las FARC y el gobierno va de salida. Lo que le pase a éste es cada vez es menos importante. Se firmó la paz y ese es el legado de Santos y por eso va a pasar a la historia. Del mensaje de oponerse al proceso entre el gobierno y las FARC, solo queda el odio y la polarización.
El gran problema para el uribismo es articular ahora un nuevo enemigo y toda una semiótica para volver a dividir a la sociedad colombiana. Volviendo al ejemplo del populismo de Chávez, la oligarquía es un enemigo que no desaparece aun así los ricos ahora sean los propios chavistas. El discurso de odio contra la oligarquía es eterno. Hay que saber elegir a los enemigos. Por eso el uribismo necesita a Santos y a las FARC para articular su discurso.
El tema fuerte de la agenda de 2018 es la corrupción, que resulta muy tortuoso para el uribismo. De los escándalos de este gobierno, Reficar y Odebrecht tienen inicio en la época de Uribe, con muchos vasos comunicantes y todo el rabo de paja. Por esto el gran enemigo del uribismo no puede ser la corrupción. También porque es difícil de personalizar, sobre todo si esta misma tiene el ADN uribista. Al final termina siendo más un argumento a favor de los otros candidatos que un tema que los beneficie.
Otro gran enemigo para el uribismo es la amenaza del castrochavismo. Este enemigo sí está bien personalizado en la figura de Maduro pero de aquí a 2018 es imposible predecir lo que pase en Venezuela. Lo que hace esto es darle argumentos otra vez a sus contradictores por andar buscando lo que no se les ha perdido en el vecino país en vez de buscar soluciones a los problemas de Colombia.
Podemos estar seguros que de aquí a 2018, el uribismo seguirá a la búsqueda de su nuevo gran enemigo…