¿Obsesiones feministas?

Opina - Relaciones

2017-03-22

¿Obsesiones feministas?

Hace poco leí una columna en este portal: “Las obsesiones feministas” de Lina Díaz Toro, que desarrollaba lo que, para la autora, se estaba convirtiendo en un terrible problema: las obsesiones feministas. He de confesar que muchas de las cosas que comenta me parece que están basadas en conceptos equivocados sobre el feminismo y las acusaciones que hace a un artículo de Catalina Ruiz-Navarro dejan claro que el mensaje de esta última no logró calar en Díaz Toro. La columna es una respuesta a la pregunta ¿Es machista que los hombres paguen la cuenta? Y esta es mi respuesta a esa respuesta, así que vamos por partes.

Primero, es evidente que un hombre pagando siempre la cuenta es un micromachismo en parejas heterosexuales dado que se asume que el hombre por ser hombre debe asumir esa responsabilidad. Me pregunto a cuántas citas habremos (me incluyo en pasado) asistido sin un solo peso en la billetera porque asumimos que él iba a poder pagar o porque simplemente no teníamos dinero (sobretodo si dependíamos económicamente de nuestros padres).

El problema de pagar la cuenta es que hay toda una construcción social detrás que nos enseñan desde pequeños: si quiere salir contigo, que te invite todo porque si no puede con una cita, no puede con nada. Claro que no tiene absolutamente nada de malo que él invite –como menciona Ruiz-Navarro- mientras él no tenga ningún problema en que yo invite la siguiente, ¿por qué? Por la simple y sencilla razón de que yo también disfruto de su compañía y quiero tener un detalle con él, por ejemplo, pagando la cuenta. Estamos hablando de que yo pago porque quiero tener una muestra de cortesía y no porque espere algo a cambio o porque me sienta superior a él. Pero, aunque muchos intenten negarlo, dentro de esa construcción que es pagar la cuenta, se asume que él paga porque está haciendo una “inversión” en la que el premio mayor puede ser una relación estable, una relación a corto plazo, o una noche de sexo, pero incluso en esos términos, ambos pueden hacer la inversión.

Y no debemos confundirnos, el coqueteo no va peleado con el feminismo. Claro que se puede invitar y/o aceptar una invitación o tener detalles de cortesía en una cita con la persona que se invita. Ese no es problema. El problema es cuando una o las dos partes asume que eso sólo puede venir de un lado porque si no “el man” no tiene ni “con qué” para hacerla sentir “bien atendida” –en palabras de Díaz Toro-. La mujer puede tener muy claro qué límites va a poner o, simplemente, qué quiere y qué no quiere con el hombre al que le aceptó la invitación pero el hombre no, y dada la construcción que ya mencioné arriba, aceptar esa invitación haría parte de un proceso en el que el hombre considera que va por buen camino con la chica que está cortejando y, confiando en que no vaya a tener un desenlace de mal gusto para la mujer –como que la arrincone a la salida del restaurante o le diga que es una aprovechada por aceptar su invitación, al creer que le estaba dando alas-, simplemente va a terminar en una terrible desilusión para él.

Vale la pena aclarar que esa desilusión no es ni culpa de ella ni culpa de él sino de toda esa red que nos han hecho tejer a lo largo de nuestra experiencia en sociedad y que nos dice que una mujer tiene que declinar amablemente para no parecer grosera, aunque luego nos acusen de enviar dobles mensajes, y que los hombres sólo alcanzan si perseveran, aunque su perseverancia se traduzca en acoso u hostigamiento.

Segundo, no es un “desgaste absurdo” hacer frente a micromachismos que por “costumbre y cultura están en el chip de la sociedad” porque ese es justo el objetivo del feminismo: acabar con las estructuras patriarcales y machistas que han marcado históricamente la manera en la que nos desenvolvemos las personas que pertenecemos a este sistema. Verlo como un desgaste absurdo es una forma de trivializar esa lucha que ha logrado tanto combatiendo, desde las bases, pequeños comportamientos que han tenido un gran impacto en toda la sociedad. Por ejemplo, que la mujer pueda votar y ser votada, o emitir juicios sobre temas que considere relevantes, usar pantalones, tener el cabello corto, ver fútbol, jugar rugby, separarse de su marido, o heredar bienes, etcétera, y que los hombres puedan quedarse en casa a cuidar a sus hijos, no tener que ser el “único” sostén económico de la familia, poder expresar sus sentimientos sin ser rechazados, vestirse del color que quieran, tener el cabello largo, jugar con muñecas y otro infinito etcétera.

Imagen cortesía de: Zacateks.com

Por supuesto que la tarea ahora es educarnos en el feminismo, pero no nos vayamos a ese escenario único que presenta la autora en el que “¿El feminismo nos va a llevar a hacerlos (a los hombres) unos mantenidos porque nosotras también podemos, ya que somos independientes, guerreras y luchonas? ¿Tenemos que estar pagando cuentas, y gastándonos todo el sueldo en nosotras para demostrar lo autosuficientes que somos?” porque 1. Cada quien y sus prioridades si ve mal gastarse ese sueldo, que se ganó trabajando, en cosas para sí misma, 2. No debería tener nada de malo que el hombre trabaje en el hogar (porque es un trabajo, aunque algunos lo nieguen, y es el peor remunerado) sin ser visto como algo malo o ser etiquetado como “mantenido”, 3. Porque el feminismo es una lucha para que todas las personas puedan elegir libremente lo que quieren ser y hacer sin miramientos de sexo, 4. Porque para demostrar que somos autosuficientes tenemos una infinidad de escenarios posibles que no tienen por qué convertirse en un obstáculo para relacionarnos y 5. Porque como menciona Ruiz-Navarro en ese mismo artículo que critica la autora a la que va dirigida mi respuesta: “Por ser amables y generosos ninguna feminista los va a regañar.

Pero no todas las parejas son iguales, cada relación implica un empalme de privilegios y vulnerabilidades que tienen un impacto en la autonomía económica y en la relación de poder que se entabla entre esas dos personas”, lo que significa que es cuestión de desarrollar la suficiente sensibilidad y confianza como para hablar abiertamente las cosas y trazar una línea que permita que ambas partes se sientan enteramente cómodas y felices en la relación.

Por último, y por favor, no descalifiquemos como “berrinches” el hecho de que una persona cuestione cosas tan importantes como las acusaciones por imposiciones sociales que enfrenta una mujer cuando sale desarreglada de su casa o, no sé, cosas más triviales como ese sueldo que recibe y que suele ser menor que el de su contraparte masculina por un trabajo idéntico, porque esos cuestionamientos son más que “la justificación absurda que le pone pero a todo”. Hablar de micromachismo, contrario a lo que piensa Díaz Toro, es la base de los “otros temas” que tienen que ver con el “movimiento del sistema” y por los cuales no debemos dejar de luchar.

 

Daniela Arias Sánchez
Estudiante de Ciencia Política, feminista sin "peros", periodista de clóset, amante de América Latina, y un cerebro sin filtro.