Tal parece que uno de los grandes logros del proceso de paz, más allá de los históricos acuerdos, es que ha despertado la curiosidad inclusive del más desprevenido y troglodita ciudadano. Hecho bastante positivo en una sociedad de democracia nominal como la colombiana.
Los sucesos de las últimas semanas y especialmente lo ocurrido en Conejo, Guajira, han generado un variopinto de posturas que dejan entrever, más que la posición política, el gran miedo que produce que las FARC-EP irrumpan sin armas en la vida política nacional y realicen actos en cercanía a comunidades. En lo particular, este hecho me emociona y me llena de esperanza.
Sin duda alguna, me alegra que un colombiano corra a tomarse una selfie con Iván Márquez, de manera desprevenida, en lugar de verlo correr del fuego cruzado.
Fuera de lo bueno o lo malo que cada cual vea en la pedagogía para la paz, quiero resaltar nuevamente el motivo de esta reflexión: lo aterrador que resulta ver a un aparente enemigo común, entre comunidades y en labores de política abierta; y para colmo, con gente interesada en escucharlo. Y claro está que esto no me lo estoy inventando. La prueba misma es el nerviosismo del establecimiento y de los sectores más reaccionarios del país.
Los hechos de Conejo me llevan a pensar que contrario a lo que muchos creen, y por más rechazo que generen los métodos que han utilizado, las FARC-EP pueden dar sorpresas en la arena política y electoral.
El discurso inaugural de Iván Márquez en Oslo en la instalación de los diálogos, permite aventurarse a pensar que la guerrilla está preparada para afrontar debates serios, y está lejos de estar desinformada, fosilizada o descontextualizada. Una rápida mirada a sus comunicados, videos y entrevistas, muestra que se las han ingeniado por años para mantener al día con la realidad política y económica del país. Tal vez más que los que tenemos acceso constante a un gran caudal de información.
Las jefes de las FARC saben en qué país están. Manejan la historia, las cifras de pobreza, de concentración de la riqueza y de la tierra. No se les escapa detalle. Desde el papel de la mujer, pasando por el cambio climático, la crisis judicial y llegando a las semillas transgénicas.
No nos engañemos. No son los mamertos con saco de lana y chucha que vociferan consignas de poco interés. Para ser sincero, no me sentiría tan seguro en una discusión (por azares de la vida) en la que alguno de los miembros de la delegación de La Habana fuera mi contradictor. Aciaga sensación por la que ya han transitado algunos periodistas. Obviamente, este conocimiento de la realidad política del país no redunda en éxito inmediato en la política abierta, pero tener este tipo de claridades sin duda va a potenciar su discurso y la influencia sobre la población colombiana. Si muchos políticos con terribles prontuarios, menos capacidades y cuestionable agudeza mental llegan a ocupar importantes puestos, ¿por qué ellos no?
Otra cosa que me da vueltas en la cabeza, es la tesis de que en Colombia nadie los apoya. Tal vez esto puede ser una realidad más perceptible y comprensible en las grandes ciudades.
Definitivamente, es un atentado contra la lógica formal afirmar que una guerrilla haya existido más de 50 años sin el apoyo de sectores predominantemente campesinos e indígenas. Negar que la guerrilla cuenta con afectos en las zonas que precisamente el Estado ha abandonado de manera criminal, sería simplemente miope. En Conejo lo saben.
Este legado de olvido y pobreza centenaria, ha sido precisamente el caldo de cultivo para la creación y perpetuación de una guerrilla que lejos ha estado de encontrarse doblegada. Además, para decirlo sin tapujos, no son precisamente las FARC quienes tienen el país en la pobreza, sin aparato productivo, como virreina mundial en conflictos ambientales y sin una eternamente postergada reforma agraria. Por eso en Conejo, como en muchas otras zonas, la gente no tiene nada qué perder con escuchar la guerrilla, porque difícilmente podrían estar peor. Si bien no veo factible que para el 2020 el inquilino del palacio Liévano sea un fariano, no debe sorprendernos que en municipios de la Colombia olvidada el resultado sea diferente.
De nuevo, uno puede discrepar y antagonizar con las posturas de las FARC-EP, pero no por eso se puede negar lo objetivo. Creo que es tanto el esfuerzo que ha hecho la derecha colombiana para demonizar la guerrilla, que paradójicamente el mismo Gobierno es ahora víctima de esa táctica en la tarea de ganar adeptos al proceso. Y precisamente este nuevo escenario exige seriedad para el análisis, porque uno tiende a creer lo que le conviene, y después de tantos años de ver la guerra con el filtro de RCN y Caracol, es normal no creer (ni querer) que la hoy guerrilla vaya a ser protagónica en la vida nacional.
Pero como la disonancia cognitiva no es carreta, el ser humano generalmente no reflexiona ante la realidad para ajustar sus creencias o sus gustos más arraigados. Por el contrario, prefiere torcer la realidad para adaptarla a sus nociones y así protegerse del dolor que produciría un derrumbe de sus estructuras mentales.
Nos guste o no lo que se viene, no caigamos en este error. No hagamos la mediocre, la de culpar a las FARC-EP de los males del país y pensar que no tienen una propuesta política para incursionar sin armas en la vida nacional.
Preparémonos para sorpresas. A mí me alegra que la guerrilla se integre a la política abierta, que Timo (¿será que le puedo decir así?) use Nike, que desfilen por Soho, que se den los debates, que los increpemos, que les preguntemos y hasta nos desahoguemos por acciones reprochables. Pero de frente, mirando todos hacia un nuevo país en el que vivamos chévere, alegres y disfrutando de una Colombia sin guerra. Que es en últimas lo que queremos, ¿o no?