El cambio climático aparece en nuestro tiempo como una amenaza indiscutible sobre la que existe ya amplio consenso en la comunidad científica. Tanto así, que Leonardo DiCaprio en los 30 segundos que condensan el momento cumbre de su carrera, prefirió hablar de este hecho en un desprendido gesto de sensibilidad.
Los reiterados llamados del Papa, de DiCaprio y de múltiples sectores de la sociedad que entienden la importancia de esta problemática, generan una coyuntura interesante para presentar algunos datos que sirven para entender el cambio climático desde la perspectiva crítica.
Una primera pregunta que habría que abordar cuando se discute sobre el cambio climático y su relación con las necesidades energéticas globales, consiste en establecer en qué se usa la energía, ¿qué nos convierte en voraces consumidores de recursos? De acuerdo con la información aportada por la Agencia Internacional de Energía, casi el 60% del consumo final de energía está asociado a la industria y el transporte, incluyendo aviación y embarcaciones internacionales.
Desde los años 90, el transporte de materias primas y mercancías por tierra, mar y aire, con el consecuente uso intensivo de combustibles fósiles ha aumentado dramáticamente. En el caso concreto del transporte marítimo de contenedores, el aumento ha sido de 400% en dos décadas, claramente impulsado por el modelo neoliberal y los tratados de libre comercio. Dichos tratados tienen la particularidad de aumentar el tráfico de materias primas y productos finales a través de grandes distancias alrededor de todo el globo, teniendo como único criterio la maximización del margen de ganancia y en ningún momento teniendo en cuenta un criterio asociado a las emisiones. Criterio que, por antonomasia, no es de interés para la economía de mercado.
El resultado de este modelo económico (implantado eufóricamente con más profundidad después de la caída del muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética), ha sido un aumento de emisiones de CO2 en el 2013 del 61% con respecto al año 1990 y un correspondiente aumento de las temperaturas promedio del globo.
Este esquema de mercado, potenciado por necesidades de consumo artificialmente generadas y la obsolescencia programada como condición de su reproducción, ha provocado un aumento sin precedentes en el uso de combustibles fósiles con su correspondiente aumento de emisiones. Actualmente, los combustibles fósiles (gas, petróleo y carbón) representan el 85% del mix de energéticos primarios necesarios para poner en marcha todas las actividades que requieren transformación de energía a escala global.
Es importante mencionar que de las 50 corporaciones más grandes del mundo (por ingresos), 19 están directamente ligadas a la explotación o comercialización de combustibles fósiles; y de las 10 primeras, 7 tienen esta misma característica. Parece difícil pensar que una epifanía masiva de las juntas directivas de estas corporaciones, hará que cambien un esquema de negocio de escala planetaria y multimillonarias ganancias, para promover en su lugar actividades y negocios con baja huella de carbono. Inclusive si los compromisos de los Gobiernos en reducción de emisiones se cumplieran desde ahora, para el 2035 tan solo el 16% de la energía se generaría con fuentes renovables.
Colombia no es ajena en la escena de esta compleja red global de negocios. Por el contrario, ha venido siendo foco de creciente atención a nivel internacional principalmente en el actual milenio. Coadyuvado por una regulación flexible y la progresiva eliminación de barreras, el capital transnacional ha aumentado sus inversiones en diferentes sectores de la economía colombiana, pero principalmente en minería e hidrocarburos (Ver: Decreto 2080 de 2000, Ley 685 de 2001, Ley 963 de 2005 y Acuerdos de Promoción y Protección Recíproca de Inversiones).
Como resultado de esta política de confianza inversionista, el sector minero energético (petróleo, minas y canteras incluyendo carbón) presentó una inversión extranjera directa (IED) de USD 29716 millones durante el período 2002-2010, mientras que el mismo sector había sumado en IED la suma de USD 2988 millones en el período 1994-2001. Sin duda un espectacular incremento y un legado invaluable de Uribe. Cifras que muestran que efectivamente el país sufrió una transformación económica sin precedentes tendiente a la reprimarización y a la destrucción del aparato productivo. Como prueba de esto último, es importante mencionar que las importaciones totales para el año 2000 se situaban en el orden de los USD 12000 millones, y para el año 2014 superaron los USD 60000 millones. Otro atávico número para demostrar que el proyecto para Colombia ha estado centrado en convertirnos en un proveedor de energéticos primarios para abastecer las necesidades de consumo mundiales (el lector puede comprobar las cifras en la página del Banco de la República: http://www.banrep.gov.co/es/-estadisticas).
Del anterior panorama es simple concluir que los monopolios energéticos o el libre comercio difícilmente resolverán el problema del calentamiento global. Tampoco lo harán los bombillos ahorradores, ni bañarse en 2 minutos. Por eso, DiCaprio acertadamente señaló a los grandes países contaminadores (big polluters) como la raíz del problema.
Esta fórmula en Colombia ha provocado conflictos ambientales (ver el atlas de justicia ambiental: https://ejatlas.org/) que van desde conflictos por la tierra, pasando por la falta de gestión de residuos, hasta la amenaza de cuencas hidrográficas. Esto ubica nuestra patria como deshonrosa virreina mundial en el número de conflictos ambientales, con 116 reportados, solo superada por India con 221.
Este desventurado escenario debe constituirse en el punto de partida para replantear la política extractivista y depredadora del ambiente. Además de incorporar elementos de verdadera participación de las comunidades en la toma de decisiones acerca de su futuro ambiental y energético, en donde primen las necesidadades reales de la población desde las consultas previas y el control democrático de los recursos. Los diálogos de la Habana y el escenario del posacuerdo deben constituirse en el punto de inflexión en este sentido.
Ojalá la sensibilidad hacia los problemas ambientales se pueda ubicar desde la perspectiva crítica y no con paños de agua tibia. Como se observa, el problema toca las fibras de los circuitos especulativos de las corporaciones y gobiernos más poderosos a nivel global, por lo que la discusión sobre el cambio climático necesariamente pasa por un cambio de modelo económico. Tarea nada compleja, pero la única que puede generar condiciones para un futuro en relación no depredadora con la naturaleza. DiCaprio, tienes razón.