Debería ser una broma, pero no: este 2017 ya nos ha dejado claro que el problema de Colombia no era el 2016 sino Colombia. Parecería un chiste mal contado, un cuento de mal gusto, un cuento -cómo no, si somos mezcla, somos folklore, somos sancocho, somos revuelto de todo un poco- cándido y sórdido y absurdo a la vez. Debe ser por lo que dijo alguna vez Antonio Caballero en un programa de televisión: porque Colombia supera en todos los aspectos posibles a la caricatura.
Y pues sí, hay cosas que pasan acá que deberían ser un chiste pero no lo son: en cualquier otra parte -«en un país serio», dicen los indignados en Twitter- un funcionario público que golpee a uno de sus escoltas merecería el descrédito y el rechazo de todos, pero acá no, acá es el candidato más fuerte para ser presidente en 2018 y es el actual vicepresidente. ¡Ah! y luego lo aplaudieron -quizás esos mismos que no dijeron nada del coscorrón, pero nunca se sabe- por referirse a los venezolanos como «venecos» con ese tono de voz malicioso, sabiendo que iba a poder lavarse las manos después, como si nada.
Uribe publica una imagen con una famosa frase de Emiliano Zapata, el líder revolucionario que allá por principios del siglo XX combatió por la emancipación de campesinos e indígenas de su país. «Si no hay justicia para el pueblo, que no haya paz para el gobierno», dice la imagen, con una foto de Zapata, en cuyo nombre se fundó el EZLN. Y debería ser un chiste pero no, ahí está -o estaba, no sé, no lo sigo en Twitter ni en niguna parte- publicada en su perfil oficial. Y como cada nueva verborrea suya parece un chiste, tiene uno que verificar si lo que escribe allí, donde le puede dar vía libre a su incontinencia verbal, se publica desde su cuenta oficial o desde su cuenta fake, y a menudo la diferencia no existe.
Y ese iracundo uribismo, que hoy posa indignado por los niños en la filas de las Farc -con cifras inventadas y todo: 3 mil, 11 mil, qué importa, lo que importa es el sensacionalismo, el titular, el escándalo, al fin y al cabo estamos en la política en tiempos de la posverdad- es el mismo que hace apenas unos meses pedía bombardear sin piedad todos los campamentos guerrilleros.
Me perdonarán que siga con el ejemplo: el uribismo, que insiste en que no hay un tratado de extradición vigente con Estados Unidos, pone el grito en el cielo porque los jefes de la guerrilla no van a ser extraditados por narcotráfico. Y más aún: el uribismo, caldo de cultivo de una corrupción que empieza en la parapolítica y pasa por interceptaciones ilegales, zonas francas, notarías entregadas a dedo, falsos positivos, y termina en Odebrecht -por ahora, pero vaya uno a saber- dice sin sonrojarse que impulsará una ley anticorrupción. Ja!
Le da a uno por pensar que en este país el oficio de caricaturista es de lo más sencillo, que basta con ver los titulares de las noticias de la mañana y sentarse a ponerlos en papel, dibujarlos y se acabó el asunto. Le da a uno por pensar que esta realidad es tan absurda que no hay necesidad de exagerarla, basta con mencionarla y ya. Pero qué va, siempre hay algo más: A Bacteria, uno de los mejores y más agudos caricaturistas del país, no le pagan por su trabajo. Entonces completa uno la carcajada: Jajaja.
Tiene razón Caballero. A veces Colombia supera todos los límites y termina creando una realidad que es casi imposible de sobrevivir, incluso para los caricaturistas.