Un día cualquiera despiertas en la comodidad de tu hogar mientras te preparas para enfrentar la jornada laboral y demás ocupaciones que te permitan seguir cultivando la esperanza de un futuro mejor para ti y los tuyos. Desayunas y sales de tu casa con esa convicción, te echas la bendición y te despides de los seres queridos.
Pero, ¡alto ahí! Estás en Colombia, has nacido por suerte o desventura en este país que cada día parece acercarse más a la orilla de un abismo, en el que las noticias crueles, por más absurdas que parezcan, se han adueñado de nuestra cotidianidad.
La jornada comienza a asustarnos cuando muy temprano, en las noticias matutinas, aquella sección del periodista nocturno muestra la brutalidad de un patrullero de la policía quien luego de una discusión con su esposa, de forma sigilosa la sigue hasta el mini-mercado del barrio al sur de la ciudad y tomándola despiadadamente se lanza sobre su humanidad atacándola salvajemente con incontables puñaladas hasta quitarle la vida. Al parecer la mujer estaba embarazada, pareció no importarle eso al policía (quien paradójicamente tiene dentro de sus funciones mantener el orden y proteger la vida).
Cerca del mediodía, en la prensa internacional se anuncian investigaciones sobre la corrupción por sobornos multimillonarios y de nuevo el nombre de nuestro país sale a relucir, pues al parecer los funcionarios del ex-presidente más cuestionado de la historia de la nación están involucrados como de costumbre.
Pero, ese titular se ve interrumpido cuando anuncian que justo en ese momento la Fiscalía General da a conocer la imputación de cargos por la que el país esperaba cuando apenas semanas atrás, enardecidos, exigíamos justicia y el peor castigo para el criminal que había secuestrado, violado y asesinado a una pequeña de tan solo siete años de un sector marginal de los cerros orientales de la fría capital de la república. Un ángel que nació en un país de depravados de clase alta o de barrios populares por igual; ésta, nuestra tierra, la misma tierra que vio nacer a miles de niños que en La Guajira mueren a diario de física hambre porque los políticos y esa impunidad rampante se queda con sus alimentos, se roba el agua y la riqueza natural dejando a su paso solo muerte y desolación. Allí mismo, en esas calurosas tierras de la costa donde una madre, al parecer presa de la irracionalidad, amarra a su hijo de apenas tres años a una viga para evitar que salga a jugar y “darle una lección” hasta que los vecinos denuncian el cruel acto registrado en video.
Por la tarde aún se escuchan los ecos de protesta contra los “fleteros” que fungen como piratas motorizados y con su intimidación a fuerza de armas, balas y disparos, sin detenerse, despojan de su dinero a personas impotentes que al tratar de reaccionar terminan pagando con su propia vida; esta última escena del circo de la muerte se registra en Medellín, la ciudad más moderna de Colombia.
Como si todo lo anterior fuera poco, ninguno de los infortunados de las historias de esas noticias tiene un final alentador, pues si con suerte alcanzan a llegar a una EPS para recibir atención en salud, terminan siendo víctimas del paseo de la muerte, la negligencia médica o la falta de autorizaciones necesarias para procedimientos y medicamentos.
Por la noche, al final de la jornada, aún hay ecos de la noticia de unos peces a los que la administración del visionario alcalde de los bogotanos decidió sacarlos de un acuario ilegal y quitarles la vida, haciendo gala de la más absurda improvisación como si toda vida no fuera sagrada.
Antes de terminar de estremecernos con tanta tragedia televisada y para desgracia de una familia humilde de la capital, se cierran la emisiones de los noticieros con la publicación de la muerte de un joven trabajador del sistema Transmilenio por impedir el ingreso a un delincuente de esos que se camuflan entre los transeúntes buscando la debilidad o la buena conducta de su prójimo para causar daño y muerte. Se ratifica en este suceso aquello de que “hay pobres que no se conocen y se matan entre pobres para defender los intereses de ricos que sí se conocen pero no se matan entre ellos”
No hay duda, vivimos en un país tan convulsionado y despiadado que la compasión y el respeto por el otro nos han convertido en insensibles ante el dolor.
Aun así, es necesario despertar cada día con la esperanza de trabajar y cultivar un futuro mejor para ti y los tuyos.