Cuando eran pan de cada día las noticias sobre las acciones terroristas de la guerrilla de las FARC en Colombia, siempre me imaginaba cómo sería todo eso que pasaba en la selva, allá en lo más profundo de las montañas, los combates, su forma de movilizarse y camuflarse; me guiaba por las crudas imágenes que los medios de comunicación publicaban una y otra vez de los secuestrados que tenían, y a lo lejos se podía ver la clase de campamento que armaban, y sólo desde ahí podía hacerme a una idea de cómo era el lugar donde realmente vivían los combatientes.
Cuando decidí estudiar comunicación social y periodismo, me pensaba cubriendo algún suceso de guerra, me emocionaba mucho imaginar que estaría cerca a una situación de combate, o metida en un campamento, preguntándoles a todos por lo que realmente estaba sucediendo allá adentro y por qué estaban dándose bala con otros, pero no, el periodismo y todo lo que pude ejercer luego de graduarme, fue alrededor del entretenimiento, muy lejos realmente de lo que soñé, pero al que le debo gran porcentaje de las cositas que ahora sé.
De repente y mágicamente llega una oportunidad laboral que me ha puesto durante el último año a viajar, a aprender, a ejercer, y lo más importante: a darme cuenta de tristes realidades, porque las he podido presenciar, dándome la posibilidad, incluso, de ir más allá, investigar, preguntar, pero sobre todo, de sensibilizarme hasta el punto de tomar una postura crítica y experimentar una indignación absoluta que explotó la burbuja en la que estaba metida, como si hubiese llegado esa punta de alfiler que la hizo estallar.
En noviembre del año pasado nos programaron a todo el equipo de comunicaciones de la fundación para la que trabajo, una misión de capacitación en medios, redes sociales, manejo de equipos y trabajo pedagógico en materia de resolución de conflictos para combatientes del frente 34 de las FARC.
¡Wow! Había que viajar hasta Quibdó y luego unas 4 horas en lancha, instalarnos en principio durante 3 días y aprovecharlos muy bien para ejecutar la misión, o sea, vivir en el campamento, con ellos, con las FARC, cerquita, prácticamente convivir, convivir por voluntad propia y compartir conocimiento.
El día uno fue de viaje e instalación en el campamento, tienen una gran caleta para huéspedes y visitantes equipada con camas, sus respectivas colchonetas y toldillos; nosotros no habíamos sido los únicos en visitar ese frente, ya muchos periodistas y organizaciones sociales interesados en conocerlos, los habían estado frecuentando, pero nuestra visita iba más allá: teníamos todas las ganas de conocerlos, de hablar con ellos, de preguntarles mil cosas, pero estaba claro que íbamos además, a enseñarles, a regalarles un poquitico de esa realidad de la ciudad, y de todo lo que ellos medianamente perciben a través de sus comandantes sobre información, noticias y tecnología.
Nuestro equipo llegaría a reforzar un poco y a ponerlos en un plano más aterrizado del aprovechamiento de las herramientas para comunicarse mejor y para afianzar la misión que están cumpliendo ahora sobre su cambio de imagen, mostrándole al mundo que son una nueva organización que desde varios rincones del país trabaja por la justicia social, la igualdad, por una paz estable y duradera sin armas, sin violencia, sin guerra.
Nos encontramos con un grupo de personas inquietas con muchas dudas sobre el mundo, sobre la gente que los espera en sociedad, sobre lo que en los medios se dice y lo que piensan de ellos. Yo, la verdad, no les dije mentiras, ni que sería fácil, les dije las cosas como eran, lo duros que somos y lo que ellos representan para el país: la crueldad, la maldad, “lo peor del mundo”; fuimos muy claros en contarles eso, pero recalcándoles mucho sobre su esencia, que no la perdieran, que trataran de ser fuertes y mantener sus ideales, que siguieran soñando y trabajando honestamente por el bien del pueblo colombiano.
Los siguientes días -porque pasaron de ser tres a ser cinco- fueron de estudio, de práctica, de compartir todo: la ducha en el río, el chonto (baño tipo “tape con tierrita” como el gato) la comida; fueron increíbles anfitriones, y eso que eran sólo los tres golpes, pero subí como 6 kilos. Tuvimos dos padrinos que se encargaban de atendernos y de estar pendientes de lo que necesitáramos, compartimos el café, nos totiamos de risa porque ellos podían gozar viéndonos sufrir con los insectos y hormigas enormes que nos podían picar, pero aparte de toda esa experiencia -muy genial, por cierto- fue muy gratificante ver cómo agarraban las ideas y materializaban todo lo aprendido, lo emocionados que se mostraban con cada cosa nueva que les enseñábamos, son cerebros abiertos a aprender.
Ellos no son como la gente dice, que sólo saben matar, y es totalmente evidente que como a nosotros, la tecnología y los movimientos en la red los atrapa, les genera interés de inmediato, porque saben el alcance que tiene, el cual será fundamental para llevar el mensaje que quieren entregar. Pretenden desmitificar cuanto antes todo lo malo que se ha dicho, pues según ellos, la tergiversación de los hechos ha sido constante durante todos estos años a través de los medios de comunicación.
Es ahí donde a uno le da vaina, se siente raro y como engañado, respira y se sienta en una silla Rimax a la orilla del río a ver el atardecer y a pensar, y analiza a los guerrilleros, tan humanos como los que estamos en la ciudad, tan sensibles y frágiles, y con una ventaja: son más solidarios que nosotros, más respetuosos. Así tengan fusiles al hombro y sean del campo, son seres bondadosos, conocen la palabra lealtad, entonces se pregunta uno: ¿qué estamos haciendo como seres humanos con las demás personas?, ¿a dónde llega el nivel de maldad, la manipulación y las ganas de poder?, y se va enterando uno del otro lado de la historia y analiza.
Las FARC hicieron cosas malas, muy malas, se armaron para defender un propósito, un ideal socialista que muchos rechazan, juzgan, pero ¿por qué con armas, violencia, y guerra?
Las historias en el campamento tienen un común denominador: desplazamiento, el arrebato de la tierra, el desalojo sin explicación, presenciar la muerte de sus padres, hermanos, familiares y eso es muy verraco; familias con su finca, sus cultivos, su ganado, el trabajo duro en el campo y que de repente lleguen otros a desalojarlos, a ultrajarlos, amenazarlos y matarlos -sólo porque su avaricia y ansia de poder está por encima de la consideración del otro- para causar un desplazamiento inhumano de personas que habían construido honestamente su propia vida, su propio mundo. Para mí, eso no es justo, no lo es. Piénsese en esa situación.
Y este análisis no es para justificar las malas acciones del grupo guerrillero sino para entender por qué uno se debe defender y establecer la lucha del bien común, como un propósito para que haya igualdad, justicia social, en un país donde a nadie le sea arrebatada su tierra, ni su propiedad, mejor dicho, nada de lo que ha construido por sus propios medios.
El último día logré entrevistar a “Perdomo”, de unos 60 y pico de años, de los cuales 40 ha estado al pie de la lucha, y pude escuchar su discurso intacto como si tuviera 20 con todas las ganas de empezar a defender lo que le pertenece y pedir justicia por lo que le fue arrebatado, pero sobre todo, luchar por la igualdad en este país.
Eso fue muy impactante para mí porque me puso en un contexto donde nosotros como habitantes de ciudad, que se supone que tenemos un nivel educativo alto, con acceso a los servicios básicos para vivir medianamente bien, con vidas cómodas, de familias completas, unidas y amorosas, no hacemos nada en absoluto por defender nuestros derechos; pasan los días, los meses, años, y los gobiernos que han pasado, han hecho y deshecho, y ahora que a través de las redes sociales nos damos cuenta más rápido y fácil de la lo que sucede, sólo adoptamos una postura de indignación; criticamos y madreamos por Twitter y Facebook, pero nada más.
No es que nos tengamos que armar y ser violentos, no, pero miren lo que hacen en México cada vez que a ese payaso de Peña Nieto le da por hacer cosas injustas de presidente, como lo del gasolinazo. La gente salió a la calle, se indignó, protestó, así como todo lo que pasó después del plebiscito en Colombia, pero aquí sólo fue esa vez, porque no es nuestra costumbre; en este país somos muy pasivos y a los que piensan diferente, los amenazan, los matan, y cínicamente borran delante de nosotros la memoria, porque cada cuatro años volvemos a votar por la misma plaga.
Don “Perdomo” tiene cientos de historias por contar, fue ranchero (cocinero) de “Tirofijo”, estuvo en combates pesados, cargó con fusil y provisiones por las montañas de Colombia, dijo que le tocaron momentos duros de la guerra, pero su sonrisa y su esperanza están intactas, le tiene toda la fe a la implementación de los acuerdos y a que algún día en Colombia se logre tener la justicia social y la paz completa por la que ellos hace más de 50 años han luchado. Le recomendamos escribir todas sus “aventuras”, como sea, eso hace parte de nuestra historia.
Regresé a casa con satisfacción y un sinsabor, eran sentimientos encontrados. Los miembros del frente 34 quedaron muy agradecidos, pero tristes con nuestra partida, y con una incertidumbre tremenda por lo que pasará, ojalá esto no se vaya a volver un despelote, y de parte y parte, los negociadores del acuerdo de paz, cumplan como debe ser. La tarea ahora será con el ELN. Sobre esa situación, también les contaré.