De 1984 a 2016

Opina - Sociedad

2017-01-12

De 1984 a 2016

La obra maestra de George Orwell, 1984, llegó a mis manos en marzo del año pasado. En ese entonces, muchas personas estaban hablando de la novela por dos razones: uno, porque el 2016 parecía guardar un extraño parecido con la distopía de Orwell; dos, porque en la Feria Internacional del Libro en Cuba publicaron el texto, que hasta entonces estuvo prohibido en la isla.

En ese momento, no estaba al tanto de lo que sucedía en Cuba ni de la discusión sobre la similaridad entre 1984 y 2016: sólo adquirí el libro por curiosidad. De esa manera descubrí una de las grandes distopías del siglo XX, proyectada en el mundo totalitario y represivo del Hermano Mayor. Hoy les quiero compartir mis impresiones sobre este libro, y ver si el 2016 fue tan catastrófico como se planteó en su momento.

Antes de comentar el libro y ver si hay similaridades (o no) con el mundo de hoy, es necesario repasar brevemente la trama. 1984 cuenta la historia de Winston Smith, un trabajador del Ministerio de la Verdad que vive en Londres. Su trabajo consiste en falsificar todo tipo de documentos, de acuerdo con las directrices de un partido que controla todos los aspectos de la vida de los ciudadanos: desde los pensamientos hasta el sexo, y se castiga severamente cualquier actitud disidente.

En este ambiente represivo, Winston se siente inconforme y trata de recordar cómo era el mundo antes de la revolución que llevó al partido al poder. Lastimosamente, todos los libros de historia han sido re-escritos y los acontecimientos se acomodan constantemente para que el partido y su líder, el Hermano Mayor, siempre tengan la razón. Así, Winston trata de sobrellevar su existencia, hasta que conoce a Julia, una chica del Ministerio de la Verdad que se enamora de él. Ambos personajes empiezan a encontrarse (rompiendo todas las reglas impuestas por el partido), pero un día, son capturados por la Policía del Pensamiento. Ambos personajes son llevados al Ministerio del Amor, donde los torturan y reforman de acuerdo con la doctrina del partido. Al final, Winston y Julia son liberados, pero ya no se quieren más: solo pueden amar al Hermano Mayor.

Sin duda, este texto es escalofriante, pues lleva a los extremos el ejercicio del poder en un sistema totalitario. Aunque en 2016 se han generalizado los sistemas democráticos y los que aparentemente lo son, sí hubo escenarios en que nuestro planeta se acercaba al mundo sombrío del Hermano Mayor; uno de ellos es el estado de guerra permanente, una situación en que el conflicto carecía de consecuencias políticas internas, y cuyo único fin radica en la preservación de la jerarquía social y la desigualdad.

En 1984, la guerra permanente era entre los tres super-estados que surgieron tras la II Guerra Mundial (Oceanía, Eurasia y Esteasia), y el conflicto era utilizado por el partido para mantener el control de la población. En el 2016, fuimos testigos de guerras eternas alrededor del mundo, que parecían ser beneficiosas para algunas partes involucradas o para ciertas industrias. Incluso, en el caso colombiano, nuestro país vivió un conflicto permanente, que sólo sirvió para mantener el statu quo y la desigualdad por más de cincuenta años.

Otro escenario “orwelliano” que se reprodujo en 2016 fue el ejercicio del “doblepiensa”. En la novela, este término está acuñado en un diccionario de nueva lengua, un lenguaje creado por el partido que buscaba acortar el número de palabras, y así, reducir el rango de pensamiento de las personas a la doctrina oficial. El concepto alude a la capacidad de sostener dos ideas contradictorias simultáneamente: por ejemplo, que el ministerio encargado de torturar a nuestros personajes sea el “Ministerio del Amor” es un ejercicio de doblepiensa.

En el año que acaba de pasar, vimos varios personajes que dominan bastante bien la técnica. El Centro Democrático, sin ir más lejos, consideró inconstitucional e ilegítimo el plebiscito antes del 2 de octubre, pero después de esa fecha se convirtió en un mecanismo válido. Otro buen ejemplo es Donald Trump, quien ha cambiado de opinión sobre los más diversos temas como candidato y como presidente electo sin siquiera ruborizarse.

Un último escenario “orwelliano” en 2016 es el manejo de la información y la relación con nuestro pasado. En 1984, la constante falsificación y modificación de la historia hacía que los personajes vivieran en un presente permanente, poniendo en duda los límites de lo real. En 2016 las noticias no se falsifican ni se alteran a esos niveles, pero sí vivimos en un escenario similar, donde todo se reporta y se comenta en vivo, con una absoluta falta de contexto.

En el país del Sagrado Corazón, en el que la historia fue desterrada de los colegios, nuestros futuros ciudadanos no tienen idea de lo que hemos vivido: no saben de las masacres ni de las víctimas, no saben de los procesos de paz de años anteriores, no saben cómo se formaron nuestras fronteras. Nuestro futuro vive atrapado en la realidad del presente permanente, entre la indiferencia y el activismo light.

Tal vez no vivamos en un mundo represivo que ni siquiera permita pensar distinto. Sin embargo, el ejercicio del poder en nuestras sociedades mantiene una tendencia: se hace de forma refinada y sutil, con los medios de comunicación, con la cultura de consumo, con la educación de las nuevas generaciones; en pocas palabras, con el control de la percepción de lo real. Creo que esa es la denuncia subyacente que hace Orwell con su obra, más allá de la crítica evidente al totalitarismo en todas sus vertientes (de derecha y de izquierda). Definitivamente, es un libro que nunca perderá vigencia, pues mientras existan tantas formas sutiles de dominación y mantenimiento del statu quo, 1984 puede ser el 2016, el 2017 o el 2050.

Adenda: Lo de la celebración de Año Nuevo entre miembros de la FARC y el personal de la Misión de la ONU no me pareció tan grave. Como bien lo dice Marta Ruiz en su columna de la revista Semana, el tránsito a la vida civil de los guerrilleros implica aceptar y permitir hablar, tomar fotos y bailar con ellos. De eso se trata el posconflicto ¿no?

Dora Carreño
Entre otras cosas, Politóloga de la Universidad de los Andes. Pd: Aquí solo expreso mis opiniones personales.