Y pensar que ese iba a ser el año de la paz, cuando lo que menos tuvimos fue un respiro con tanto escándalo insensato. Todo salió al revés. Empezamos el año con la renuncia de un defensor del pueblo que, según varios testimonios, resultó acosando a sus subalternos y con un general involucrado en una red de prostitución dentro de la Policía Nacional, además de un incremento injustificado en su patrimonio.
En ambos casos, la justicia se hizo la de la vista gorda: a Otálora le bastó con dejar el cargo para mitigar la polémica, y aunque Palomino hizo lo que estuvo a su alcance para aferrarse al puesto, también le tocó entregarlo ante la presión de la coyuntura; sin embargo, a comienzos de diciembre, un fiscal delegado decidió archivar la investigación, demostrando una vez más que en este país a los poderosos no se les toca.
Pero esos novelones no se comparan en nada con el escándalo que armaron millones de colombianos ante unas cartillas sobre sexualidad que el Ministerio de Educación pretendía difundir en los colegios. El episodio sacó lo peor de todos. Se repartieron folletos falsos, se habló de ideología de género, algunos ingenuamente creyeron que se podía educar a los niños para ser homosexuales, y salieron a las calles a defender la familia tradicional. Qué bochornoso.
Y como siempre, ahí están los políticos para sacar provecho y alimentar su electorado, lograron mezclar las cartillas con el proceso de paz en La Habana, y convencieron a los ciudadanos de que apoyar la negociación con las Farc significaba atentar contra los principios básicos de la sociedad; ahí tuvieron el apoyo de los fanáticos religiosos, que hicieron el lobby suficiente para que Santos le diera la espalda a Parody y retirara la implementación de las cartillas en los colegios.
Esa cobardía con unos y soberbia con otros, no le sirvió de mucho a Santos ni a los colombianos, pues en las urnas se desmoronó el proceso de paz que había construido durante más de cuatro años; mientras los opositores mentían a sus anchas, el gobierno estaba convencido de un triunfo que nunca llegó. La derrota más dolorosa que nos trajo el 2016 desencadenó un proceso de renegociación con varios sectores críticos de las negociaciones, y aunque para el gobierno y las Farc ya existe un nuevo acuerdo, quienes apoyaron el NO, jamás se sintieron representados.
Estos últimos meses siguieron el curso de un año eterno e infame, el uribismo fue y será la piedra en el zapato para lo que se viene con las Farc; a Viviane Morales no le dio vergüenza hacer política con los derechos de las minorías, y logró que el Congreso le aprobara su referendo discriminatorio; al procurador lo destituyó el Consejo de Estado por corrupto, pero él le hizo creer a la gente que estaba renunciando. Santos pensó que se podía quitar su fuero de presidente y decirle a la prensa cómo debía hacer su trabajo; y el nuevo fiscal, amigo de los poderosos, propuso descriminalizar la violencia intrafamiliar. No vale la pena ni seguir recordando.
Yuliana Samboní nos demostró la necesidad de cambiar la sociedad desde la raíz, pues cuando esta ha sido construida a través de la segregación hay que reinventarla de manera urgente, y mientras sigan existiendo ciudadanos de primera y de segunda clase, el machismo, la homofobia, el clasismo y la xenofobia estarán presentes en cada rincón de nuestros hogares, y por eso seguirá habiendo quienes se sientan con el derecho de pegarle un coscorrón a su empleado solo porque se atraviesa en su camino.
Sin duda, en el 2017 vendrán cosas peores, los protagonistas serán los mismos, y la carrera por la presidencia demostrará que el “todo vale” no es una práctica aislada, sino más bien una costumbre perversa que ya naturalizamos todos los colombianos.
Adenda: La reforma tributaria fue el gran regalo del 2016. ¿Con qué cara un país democrático castiga a sus ciudadanos con IVA del 19% y deja que los grandes evasores se puedan robar hasta cinco mil millones? Los que salieron a marchar por las cartillas, ya deberían estar en las calles rechazando una reforma que ahora de verdad sí les afecta la familia.
Excelente síntesis de un año tan fatídico como los demás en Colombia. 2016 representa lo peor de nuestra sociedad. Lo poco que se puede rescatar es el nuevo acuerdo de paz y la participación ciudadana surgida después del plebiscito en favor de la paz.