Recientemente, antes de que los respectivos debates en el ocioso y flagelado congreso del “fast track” y la reforma tributaria acapararan toda la atención del mismo, el cuestionado senador Armando Benedetti (quien debería estar vedado para presentar cualquier proyecto en el denostado congreso a propósito, habida cuenta las investigaciones que están caminando en su contra), se metió “en camisa de once varas”, promoviendo una iniciativa con muchas más imprecisiones que aciertos.
Una iniciativa que de entrada, desconoce inauditamente los riesgos inherentes de la madre sustituta o “subrogada” en la compleja práctica de alquiler de vientre, privándola de la aspiración absolutamente elemental y humana de exigir una contraprestación económica por prestar su preciosa y sagrada panza.
Aun cuando, por supuesto, ninguna “compensación” en dinero pueda garantizar o hacer desaparecer las alarmas y riesgos propios del embarazo, el hecho de exponer la salud propia y asumir tamaña responsabilidad en procura exclusiva de la felicidad de una pareja que por la razón que sea no puede o no quiere procrear, tiene que otorgarle a la “madre interina” todo los créditos para demandar, a cambio de ello, un justo coste. Con mayor razón todavía, en los casos en que el esperma del padre se va a implantar en el óvulo de la madre “subrogada” y no en el de la futura madre, 0 sea su pareja.
No hacerlo significaría ser una depositaria gratuita y valiente -cuyos motivos altruistas bien podrían inferirse del proyecto- quien se perjudicaría, ya de por sí, al acceder a ser gestadora (de terceros) y dadora de vida… mucho más en estas épocas tan difíciles en materia financiera. Así las cosas y, a menos de que la madre gestante sea del mismo núcleo familiar de la futura madre, cercenar la posibilidad de demandar una transacción monetaria para quien ofrece su útero, puede llegar, a ser todas luces, mezquino.
Ahora bien, por otro lado y, “en gracia de discusión”, personalmente, no estoy totalmente de acuerdo con el “alquiler de vientres” por varias razones, sin desconocer los factores positivos que a favor de la práctica pueden existir y que se reducen en esencia a tres, a saber: otorgar “felicidad” a quien ansía biológicamente la paternidad-maternidad y no puede obtenerla, aumentar índices “preocupantes” de inexistente natalidad (en algunas latitudes, NO aquí propiamente, en donde el problema es abiertamente de superávit) y, si es que se le puede calificar como un factor positivo, el ser una opción digna para núcleos familiares de mujeres devoradas por insuficiencias económicas.
Pero, reitero, sujetando con guantes de seda el…embarazoso tema, advierto los contras del odiosamente llamado “contrato de arrendamiento de matriz”; elementos suficientes para tener en cuenta más allá de la reprochable mercantilización del vientre y separadamente de los peligros físicos inherentes como, por ejemplo, los ineludibles riesgos propios y de orden anímico y psicológico para una madre subrogada, quien durante el periodo de formación empieza a “enamorarse” de la creatura que lleva dentro, a quien sentirá parte de sí, y de quien percibirá hasta la más mínima manifestación de vida. Una simbiosis maravillosa de quien a ella ya pertenece y que desde su preciosa majestad de mujer, se formará, crecerá, sentirá y brillará en el alumbramiento. Un ser extraordinario que deberá devolver, solo porque su función no es sino la de un medio que asemeja un depósito transitorio para la evolución fetal. Y ya.
Lo anterior, sin referirme a los traumas y conflictos emocionales de los futuros padres, quienes ordinariamente “sufrirán” y a quienes les costará sensiblemente asumir que en otra matriz se desarrolle su hijo y que de otra sea el vientre que lo alumbre. Un estrés que en palabras del Dr. Hamet-Al-Taher del Hospital Reina Isabel de Inglaterra, necesariamente tiende a extenderse a otros miembros de la familia
De tal modo que, ese elemento de convertir a la mujer en un móvil para el suministro de felicidad ajena (aun cuando a ella eventualmente le resulte también satisfactorio y fascinante ser dadora de felicidad) vs el enfrentarse al desprendimiento del bebé, lo hallo realmente traumático.
Pero pues, claro está, seguramente quienes deben controvertir sobre el tema particular son las mujeres (y el veredicto de la “polémica” debería zanjarlo aquella majestad inmersa en esa hermosa creación capaz de gestar y dar a luz) y no los hombres; aun aquellos que amen profundamente a su mujer y que sientan su dolor como propio.