Todos estamos de acuerdo en que el 2016 ha sido una montaña rusa de emociones que nos ha dejado con la boca abierta en lo que respecta al ejercicio de la democracia. En Reino Unido ganó un referendo para salir de la Unión Europea, aquí en Colombia por medio de un plebiscito se rechazaron las negociaciones de paz con las FARC y ahora, Estados Unidos de América ha subido a la presidencia a Donald J. Trump. Cuesta pensar que la democracia pudiera ser la herramienta idónea para la creación de estos escenarios.
No quiero sonar fatalista y decir que ahora con Trump a la cabeza de los Estados Unidos nos veremos implicados en una tercera guerra mundial. Eso no tendría sentido y ya hemos recibido demasiado fatalismo por parte de aquellos que vieron al Brexit como el fin de la Unión Europea, y a quienes ven el NO del plebiscito como un rechazo a la construcción de la paz en nuestro país. Sin embargo, existe un fenómeno que siempre vale la pena rescatar de todos estos sucesos y el que nos lleva a la pregunta de: ¿Cómo carajos terminamos en esto? Para explicarlo, propongo que analicemos el caso de Trump, recién salido del horno y que está en boca de todos.
Debemos entender que Donald J. Trump como ser humano no es el problema; pero su mensaje sí lo es, pues sirve como el canal para explicar la frustración que siente el estadounidense promedio, hablo de esos individuos que viven en el centro del país y no en las costas. Aquella frustración yace en el temor de no seguir viéndose reflejados en la imagen que proyecta su nación, pues ya no hay una identidad dentro de la cual se sientan parte al percibir que “América” ya no es para los americanos. Esto explica que no sea una sorpresa encontrar el apoyo en la campaña de Trump de organizaciones como el Ku Klux Klan; o que gracias a su retórica proteccionista muchos de los votantes de Bernie Sanders en el cinturón industrial le apoyaran; y que finalmente, en su discurso sea normal ver denigrados a los mexicanos, los musulmanes, los judíos, los negros, inmigrantes en general, a los minusválidos, a los intelectuales, el colectivo LGBTI y a las mujeres. Aún así, es determinante preguntarse si Trump aspirará a recuperar su imagen ante estos sectores de la población que ha ofendido, especialmente ahora que componen un considerable número de ciudadanos estadounidenses.
Por otro lado, este discurso no es novedoso en Trump y su campaña, de hecho se ha usado con demasiada frecuencia en actos políticos. El argumento central consiste en estructurar un imaginario de lo que es y no debe de ser la nación, para proyectarlo sobre una población que se sienta insatisfecha con el entorno en el que viven. Por ello a pesar de las polémicas, Trump surge como el salvador prometido de aquel American Lifestyle que con la llegada de la multiculturalidad se ha ido pendiendo ante los ojos de hombres blancos que ahora se sienten como la minoría que no son, lo cual explica el porqué su eslogan de campaña habla de hacer a América grande otra vez (Make America Great Again), pues evoca esa imagen en la que Estados Unidos de América es un país que ha fracasado y que necesita de alguien verraco para dirigirlo, tal como nos pasó a nosotros en Colombia por allá en el 2002. Después, una vez se han jugado las fichas y el discurso se ha esparcido, lo que resta es sentarse para ver que los medios hagan sonar su nombre y los votantes lo suban al puesto político que aspira conseguir.
El discurso de la identidad nacional es como un parásito que se apega al ejercicio de la democracia, llenando de temor al votante promedio que probablemente mintió en una encuesta por presión social y que no necesariamente pudo haberse informado sobre los candidatos. Aunque para el caso de Estados Unidos de América no es que hubiera mucho a donde apuntar, pues estaban encasillados entre un candidato malo y otro menos peor. Este tipo de fenómenos sociales son fantásticos de analizar porque son crudos, reales, grotescos y por lo general sacan siempre lo peor de un país, tal como sucedió en Reino Unido con el Brexit o en Colombia con el Plebiscito por la paz, Estados Unidos ahora se encuentra en el foco mediático donde todos apuntamos y nos preguntamos: ¿Cómo carajos pasó esto? Bueno, ahí está la respuesta: Donald J. Trump es la materialización de esos miedos, la necesidad de tener algo que represente aquella identidad nacional en el ciudadano promedio y por sobretodo un ícono de “grandeza” para los algunos.
Por ello tal vez lo que da miedo de Trump no es él como tal, sino que existan personas que lo apoyen fervientemente como si hubieran estado esperando su llegada desde hace tiempo, porque es precisamente la victoria que acaba de alcanzar la que pueda abrirle el camino a otros jugadores como Marine Le Pen en Francia, Wilders en Holanda, Ordoñez en Colombia y otros de la extrema derecha que nos arrojen al estado en que se encontraba el mundo a inicios de la década de 1930.
Quizá más adelante nos sentemos a analizar el caso de Colombia o Reino Unido, pero por el momento: God bless President Trump.
Publicado el: 9 Nov de 2016