Las campañas a la presidencia del antiguo procurador y, sobre todo, del vicepresidente, una pasarela de la desvergüenza.
Hay campañas presidenciales que llevan más de cinco o diez años. La del exprocurador Alejandro Ordóñez es una. La del vicepresidente Vargas Lleras es otra. Ellos nos creen ingenuos a todos los demás, suponen que no hemos notado sus verdaderas intenciones.
Lo de Ordóñez (su fanatismo, su verborrea insulsa, su uribismo, propios de un inquisidor) merece una adaptación cinematográfica de Tim Burton; la biografía de un espeluznante y rezandero prospecto no cumplido de ciudadano, sediento de poder. También necesitaría un tratado acerca de los delirios megalómanos en varios tomos y el estudio de un psiquiatra como refuerzo. Lo de Germán Vargas Lleras es vil por donde quiera mirarse, además de simple y grotesco. Su accionar y sus tretas abarcan apenas el espacio de una columna periodística. Y sobra lugar suficiente para publicidad o para cualquier otro tipo de información mucho más provechosa.
Vargas Lleras encarna absolutamente todo lo que debe desterrarse de la política colombiana para abandonar su necia y peligrosa estampa. Es un delfín, nieto de presidente, no se ha bajado –o no lo han podido bajar– de puestos públicos casi desde el final de su niñez; regenta una maquinaria gigantesca y un potencial votante nada despreciable desde La Guajira hasta Amazonas; es la cabeza de un influyente movimiento político –aunque diga que no, o que tal vez, o que quién sabe– llamado Cambio Radical. Por si lo anterior fuera poco, ahora es el vicepresidente de Colombia. Ignora por completo qué significa la palabra «convicción».
Ha sido liberal, uribista, santista. Solía volar en helicópteros destinados a bombardeos, pero también se montó en la chiva de la paz del presidente Santos. Es así mismo vargasllerista, pues nada distinto podría ser: le sigue el juego al triunfador de turno en espera de que le llegue a él la oportunidad de mandar. Y ojalá reelegido tres o cuatro veces.
El vargasllerismo de Vargas Lleras lo conduce, es inevitable, a pensar sólo en sí mismo y en su propia gloria. La independencia que a veces dice tener no es sino individualismo maquillado. Con tal de lograr lo que quiere sería capaz de voltearse al Partido Verde y posar como progresista, demócrata, sano. O incluso, después de un falso examen de conciencia, unirse al Polo Democrático, pero con la condición de que lo dejen ser el jefe.
Si llega a la presidencia, este país retrocedería de un modo ya irreversible, hasta igualarse o superar a desastrosas administraciones anteriores del tipo Andrés Pastrana o Julio César Turbay con el cupo completo en corrupción, negligencia institucional e injusticia colectiva conducente solo al camino de siempre, es decir, más violencia y más degradación.
Lo más probable es que en esta nación de mangualas, de peligrosos despistes, Vargas Lleras tenga posibilidades muy cercanas de conquistar la silla presidencial. Al igual que Uribe, el actual vicepresidente pesa mucho en las provincias. Al igual que Santos, no le temblaría la mano a la hora de feriar el tesoro del país si de mantenerse en el poder se trata. Quizás hasta le gane al antiguo procurador, pues lo que ha demostrado –y demostrará–, es una astucia tanto o más perversa que la del canonizable Ordóñez.
Los políticos andan siempre en campaña. Responden así, a una sentencia del escritor colombiano Darío Jaramillo Agudelo, según la cual el poder es una concupiscencia: cuando se ha obtenido, se desea más, y por más tiempo. El candidato exprocurador y, sobre todo, el candidato vicepresidente se diferencian de los demás políticos que viven infectando nuestras vidas en un solo punto: carecen de mínima decencia y también de escrúpulos. En teoría es inconcebible que personajes de esa clase lleguen a la presidencia. En la práctica parece que únicamente los inescrupulosos y los indecentes son dignos de llegar a la Casa de Nariño. Con paz negociada o sin ella, pasarán muchas generaciones hasta que pueda vivirse en un país auténtico. No conviene ilusionarse demasiado.
Publicado el: 1 Nov de 2016
En Colombia siempre ha prevalecido la mentira y el engaño en la politiqueria. Eso no es nuevo, y en la actualidad y con todos los medios tecnológicos que hay, pues se sabe mucho mas y se informa mucho mas. Cómo seria hace treinta años atrás, o muchos años atrás????. La corrupción en Colombia, siempre se ha dado, ningún politico puede vanagloriarse de haber hecho una campaña limpia y sin ninguna suciedad. Los dineros del estado siempre han caído en manos indecorosas y corruptas. Un país así jamás se desarrollará, jamás progresara.
Hay un pequeño error en el escrito. Vargas Ll no es sobrino de presidente, es Nieto del chiquito Llaras, famoso por haberle robado unas elecciones al general Rojas Pinilla. Como presidente fue un dictador y amigo de la corrupción godo-liberal que ha gobernado este país por siglos.