Como van las cosas, Santos se resiste a implementar lo negociado en La Habana, así posea todo el poder y autorización para hacerlo. Obvio que su condición de clase se lo impide, pues guarda más afinidades con la ultraderecha que con la izquierda revolucionaria, con la cual no tuvo compasión cuando fue ministro de la Defensa. Aunque en el equipo del mal llamado Centro Democrático y los promotores del NO militan pocos personajes de la burguesía tradicional y sí varios emergentes, latifundistas, militaristas y fanáticos religiosos, con todos estos, Santos se siente mejor que con el pueblo alzado en armas.
Inclusive a ratos se percibe una sucia y premeditada componenda entre todos estos sectores oligarcas, derechistas y ultraderechistas para permanecer indefinidamente en el poder, desconociendo los Acuerdos, traicionando a la contraparte, cerrándole cualquier espacio para exponer sus programas y eventualmente llegar a gobernar el país. De la burguesía y la oligarquía, los de abajo no deben esperar nada bueno para sí, sino todo lo peor.
Las FARC seguramente cometieron infinidad de delitos y desaciertos durante más de medio siglo de lucha clandestina, pero siempre actuaron con la mente puesta en la construcción de una nueva Colombia: democrática, incluyente, igualitaria, garantista de los derechos humanos, distinta de aquella contra la cual se sublevaron; de ahí su calificativo de revolucionarias, y sus nombres complementarios: Ejército del Pueblo y Partido Comunista Clandestino. Su programa fue el que llevaron a la Mesa de Conversaciones y lo confrontaron con el de la burguesía, defendido por los voceros del gobierno. De allí resultó el Acuerdo consensuado, desconocido por la mayoría de los colombianos, por lo cual, no obtuvo la mayoría popular que lo confirmara en el plebiscito innecesario y tramposo.
A propósito, un amigo me comentaba: “¿Cómo se atreven a pedirle a un pueblo que escasamente lee un libro cada año, que se lea un mamotreto de 297 páginas, difícil de asimilar, en menos de un mes? Más las mentiras publicitarias esgrimidas por los enemigos de la negociación política entre el Estado y la guerrilla”
Hoy termina el plazo para que los enemigos de los Acuerdos de La Habana le pongan más palos a la rueda de la paz, pues dentro de la mayor parte de las propuestas conocidas hasta el momento, unas llueven sobre mojado, es decir, ya han sido resueltas, y otras pretenden deshacer el consenso logrado durante más de cuatro años de negociación: que el narcotráfico no sea conexo a los crímenes de lesa humanidad, que hay textos asfixiantes del derecho a la propiedad privada, que no aceptemos la Jurisdicción Especial para la Paz (entidad a la cual han acudido muchos países en iguales circunstancias), que se rebajen los beneficios electorales a los insurrectos, entre ellos los medios de difusión; no permitir que el Acuerdo se convierta en bloque de constitucionalidad o que se desmonte la máquina del narcotráfico.
Las FARC han anunciado su decisión de seguir luchando políticamente por sus ideales revolucionarios, pero sin armas que matan o mutilan personas, sólo con las armas de la inteligencia, las que matan la ignorancia, la intolerancia, el fanatismo y la irracionalidad.
Habrá mucha gente que no las perdona y que exigen la eliminación física de toda la guerrillerada. Allá ellos con su intolerancia y sectarismo, pero muchos colombianos exigimos voz en cuello y masivamente que se implementen de inmediato los Acuerdos suscritos.
Publicado el: 20 Oct de 2016