En “Apocalípticos e integrados” el escritor y semiólogo Umberto Eco estudia el mito de Superman, un héroe excepcional, venido de otro planeta pero cuyos antecedentes pueden rastrearse en algunos personajes de la literatura clásica: Pantagruel, Hércules, Sigfrido y Orlando. Y otros como Sherlock Holmes, Peter Pan y Robín Hood. Todos seres con una inteligencia superior a la media y, de alguna manera, con un sentido vertical de la justicia.
Las circunstancias en las que surge el héroe y el momento en que Jerry Sieguel y Joe Shuster le dan vida al hombre de acero, se remontan a 1933, un tiempo sumamente difícil en la historia social de los Estados Unidos, pues su economía estaba por el piso, la delincuencia se había disparado y un poco más del 70 % de su población se encontraba desempleada. El mundo pedía a gritos un superhéroe, un hombre que pudiera detener la debacle en la que se encontraba la gran nación del norte. Y, por supuesto, surgió Superman, un hombre milagroso que tenía el poder de vencer la fuerza de gravedad, convertir un trozo de carbón en diamante, volar más rápido que una bala y combatir a los delincuentes.
Todos los héroes de los comic surgen en momentos críticos, incluso aquellos arquetipos a los que la fantasía religiosa les da vida. Incluso Jesucristo, un héroe trágico que tenía la facultad de caminar sobre los mares y lagos, convertir el agua en vino y con una sola oración llenar varias canastas de pan y multiplicar los peces como un Harry Potter con su vara mágica.
Adolfo Hitler fue también para los alemanes de la década del 30 un héroe: creó un superejército, invadió a los países vecinos, les robó toda su producción y convirtió a Alemania en una potencia europea. Los germanos se rindieron a sus pies, pues no solo salvó la economía del país sino que también expandió los límites de la nación, como en su momento lo hizo Alejandro Magno y siglos después el gran Imperio Romano. La imagen del Führer era venerada como se reverencia la de un dios con uniforme militar y bigotes chistosos. Nadie se atrevía a cuestionar su autoridad y todo aquel al que le retiraba su afecto protector caía en desgracia y tenía que encerrase en su habitación y darse un tiro.
En Colombia los héroes también existen y nos han salvado de tragedias inconmensurables como la llegada del comunismo y la rebelión de campesinos que pedían se les fueran tenidos en cuenta para el desarrollo de sus parcelas. La respuesta de nuestros patriotas a la petición de esos señores armados hasta los dientes con machetes y azadones fue un cruento ataque del ejército que dejó varias docenas de muertos y sus tierras arrasadas.
Cuatro décadas antes, un 6 de diciembre de 1928, otros héroes emplazaron un nido de ametralladoras en la plaza de un pueblo del Magdalena y soltaron varias ráfagas de disparos que dejó una estela de cadáveres que hasta la fecha no se sabe con seguridad el número exacto de los caídos. El 9 de abril de 1948, un agitador de multitudes que tenía el sueño de tomarse con los votos la Casa de Nariño fue acribillado por un lobo solitario que salvó a la patria de un facineroso que quería meternos desde el gobierno ese cuento del socialismo del que hablaba un señor llamado Karl Marx en un libro desastroso titulado El Capital.
Esos héroes hacen parte hoy de los anales de la historia de Colombia y están en esa larga lista de los presidentes que gobernaron este país y tiñeron de sangre los campos y mancharon de rojo los ríos. Fueron los mismos héroes que se inventaron los grupos paramilitares dedicados a perseguir liberales a partir de los 40, a los que sacaban en las noches de sus casas y les disparaban frente a sus esposas e hijos.
Pero ninguno de los héroes anteriores le gana en sagacidad, brillantez e inteligencia a nuestro héroe de teflón. Un hombre que apenas mide 1.60 metros de estatura pero que tiene la fortaleza de cinco leones juntos y el instinto de una manada de lobos. Él no camina sino que vuela. Puede sumergirse las veces que quiera en una poza séptica y salir mucho más limpio que un bebé recién bañado. Es también un vengador, o más bien, un defensor de la democracia, de la familia y las buenas costumbres. La Constitución es su almohada, puesto que no la abandona ni para ir al baño. “Dentro de la Constitución todo, fuera de ella nada”, repite como un Nicolás Maduro cuando está frente a las cámaras de televisión.
Cuenta la leyenda que fue muy cercano a otro héroe que tenía el don de convertir el polvo en dólares. Era un tipo milagroso. Tenía tanto dinero que no sabía qué hacer con él. Nuestro héroe de teflón le ayudó a construir todo un imperio de exportaciones desde su lugar de poder, pero por ser un tipo tan modesto como un cura en la homilía, siempre lo ha negado porque eso de lanzarse de un avión sin paracaídas y rebotar en el piso como bolita de caucho no la hace nadie. Su teflón reforzado es aprueba de balas, de explosiones. Hace poco aseguró para CNN en Español que han intentado asesinarlo 17 veces, pero nada. Sus enemigos siempre se dan de cara contra la armadura que lo protege de todo mal. “Le voy a dar en la cara, marica”, suele decirles en broma para espantarlos.
Todos aquellos que lo han denunciado ante la justicia por cometer errorcillos como enviar a sus amigos a evangelizar a los ateos, por razones inexplicables terminan muriendo de oxidación, una rara enfermedad que se produce por contacto con el plomo. Sus hijos, por supuesto, unos muchachos encantadores, heredaron los dones del padre, pues como lo hizo Jesucristo suelen multiplicar ya no los panes sino los pesos. Son unos rey Midas que convierten la basura en oro: pasaron de tener una empresa de 10 millones de pesos a una que hoy supera los 40.000 millones.
Nuestro héroe de teflón parece estar blindado contra todo. Nada lo penetra. Todo le resbala. Sus seguidores lo adoran, tanto que lo han convertido en un santo y su imagen ha reemplazado la del Sagrado Corazón.
Su capacidad para influir en las masas es reverenciada en el salón de la injusticia, una secta religiosa con característica de partido político que se inventó para recuperar el palacio que perdió y al que prometió regresar, así sea en cuerpo ajeno, como dicen los abuelos, porque este país tiene memoria a corto plazo, y él lo sabe.
Gran artículo, Joaquín. Pero como bien lo dices, hablamos de un enano que ha logrado perfeccionar el arte del hipnotismo de masas que son al final las que quedan haciendo el ridículo.
Y lo mes triste y denigrante es que muchos colombianos le rezan, adoran y creen en sus Milagritos de patrocinarles una cristiana sepultura a muchos inocentes que se le oponen a sus fascinantes propuestas de enrular la patria por los caminos del fascismo.!!!!!