Juan Manuel Santos en su afán de conseguir el Premio Nobel de Paz para pavonearse como el nuevo Mahatma Gandhi en Europa, olvidó que podía perder el plebiscito. Porque como muchos se lo advirtieron, esto no sería un plebiscito por la paz, sino que terminaría siendo la aprobación o desaprobación de su paupérrima gestión como presidente.
Si quería crear un marco constitucional para implementar los acuerdos, con el plebiscito erró. En pocas palabras, este mecanismo puso a Colombia entre la espada y la pared, y al ciudadano en un tosco dilema moral.
Lo del domingo 2 de octubre fue una pifia, un error político y de cálculo de Juan Manuel Santos. Muchas personas le decían que un plebiscito no era necesario, pero cuando uno pretende hacer la paz sin incluir a la mitad del país y sin la unanimidad popular que se necesita para lograrla, por supuesto que está obligado a preguntarle al pueblo por su aprobación. El problema es que Santos no podía pretender que se refrendara un mamotreto de 297 páginas en una sola pregunta que, además, era tendenciosa. Debió ser un referendo aprobatorio que preguntara por cada punto, de manera que si no fuese aprobado, se renegocia el punto y no el acuerdo.
Personalmente, me abstuve de votar. ¿Por qué lo hice? Porque a pesar de que la abstención con un umbral tramposo del trece por ciento era obsoleta e inocua, éticamente parecía no haber otra opción. Empiezo a preguntarme: ¿cuánta responsabilidad moral e histórica puede tener uno como ciudadano frente a una decisión tan trascendental?
Desde la patria boba, este país ha estado inmerso en una guerra fratricida gracias a un bipartidismo deleznable e inicuo que nos ha vuelto no precisamente partidarios de una idea, sino más bien enemiga de la otra. Hoy, después de más de un siglo de violencia bipartidista, cuando se ondean banderas blancas y resuenan voces de paz, parecemos estar más divididos que nunca. Sí, porque dialécticamente no hay nada más divisivo que un «sí» y un «no». Y más cuando ambas opciones están cargadas de defectos morales, de artimañas y de tanta impunidad. Entones el plebiscito, con el que se pretendía acabar la guerra y construir la paz no hizo más que dividir el país y de la manera más estúpida y elemental, entre el «sí» y el «no».
El domingo me preguntaba: ¿cómo votar sí, cuando personajes macabros que han extorsionado, asesinado, torturado pueden llegar a ser servidores públicos? ¿Cómo votar no, cuando personas pobres del Chocó, Guaviare, Putumayo, etc…, van a seguir oyendo el traqueteo de las metralletas y el silbido de los cilindros bombas por mi errada decisión? ¿Cómo votar sí cuando siento darles una bofetada a las víctimas del pasado? ¿Cómo votar no cuando la bofetada es para las víctimas del futuro? ¿Puede un país crear la paz en medio de tanta hostilidad, tanta división y tanto fanatismo? ¿Se puede refrendar un mamotreto de 297 páginas en una sola pregunta?
Este plebiscito parecía poner en nuestros hombros una responsabilidad colosal. Al realizar una pregunta tendenciosa y mañosa, mis reparos incrementaban. «¿Apoya usted el acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera?». ¿Qué les hacía pensar a ellos que este acuerdo lograba terminar con el conflicto armado cuando el ELN, el narcotráfico y las bandas emergentes están más vivas hoy que nunca? ¿Qué les hacía pensar a ellos que este acuerdo, sin aplicar todavía, garantizaba una paz estable, durable y verdadera? Parece ser que este mecanismo de refrendación popular no era sino un abuso al ciudadano por imponerle una responsabilidad magnánima que no correspondía, con preguntas que no eran. Con los resultados del 2 de octubre queda claro que ni el sí esperaba perder, ni el no esperaba ganar, porque antes de tener soluciones querían protagonismo.
Un país que por décadas se desangró debido a un sentimiento bipartisano estúpido, no podría, si realmente quiere la paz, caer en la misma escisión inicua. Detrás de estas biparticiones tontas solo hay personajes oscuros y abyectos lucrándose con el sufrimiento de un pueblo. Porque al paso que vamos, con tanta mezquindad, dogmatismo, mentiras, artimañas y demagogia tanto de los partidarios del sí como de los del no, la única paz que vamos a alcanzar los colombianos es la de la tumba.
Publicado el: 6 Oct de 2016
Si bien he criticado mucho el abstencionismo, por fin leo un argumento a conciencia del actuar así, lástima que la discusión del país no se centra sobre el actuar ha futuro sino recriminarse el pasado y así piensan darle rumbo al país, nuevamente felicitaciones por su columna
Gracias por leer mi columna.
Amiguito: no pretenda estar informado al 100% de todo en cada decisión que toma. Si espera eso no se levante de la cama ningún día. Siempre habrá demasiada incertidumbre. Y si le toca tomar decisiones valore los beneficios y los costos. es lo que hace todos los días para todo. Desde bañarse hasta qué desayunar. Si espera 100 de beneficios y cero costos nunca comerá nada. Todo le puede hacer daño. Y finalmente le recomiendo no ser mezquino. Usted vive en este país. No puede pretender que no le importa y quedarse callado. Si usted no paga el precio de ver a 10 guerrilleros en un congreso a cambio de parar 52 años de violencia y de la muerte de miles de compatriotas, soldados y guerrilleros, está en su derecho de votar no. Yo estaré en mi derecho de decirle mezquino.
Primero que todo gracias por leer mi columna y tomarse el tiempo de opinar acerca de ella. Ahora bien; usted dice que el abstenerce de un plebiscito es ser mezquino. Perfecto, puede que tenga hasta razón. Sin embargo, si quiere dejar toda mezquindad de lado, por favor no me diga «amiguito». Por lo menos «amigo» sin diminutivo. Porque la mezquindad retórica puede ser hasta más grotezca que la mezquindad política.