Hace unos días fue verdaderamente emocionante escuchar, en boca de los hombres que anunciaron el acuerdo, palabras como “género”, “inclusión” y “diversidad”, que tanta falta han hecho al país, y que perfilan a este acuerdo como el primer acuerdo de paz en el mundo con una perspectiva de género transversal.
Paradójicamente, esa perspectiva de género, que es uno de los grandes aciertos del acuerdo, está siendo usada por quienes hacen campaña por el “No” en el plebiscito para confundir y polarizar. Peor: algunos curas y pastores piden desde el púlpito a sus feligreses que voten “No” porque el acuerdo incluye la “ideología de género” que quieren “imponer” las Farc. La moraleja de esta historia es para el presidente Santos, que echó para atrás el manual “Ambientes escolares libres de discriminación”, tras una reunión con altos jerarcas de la Iglesia. No se necesita ser muy perspicaz para imaginar que el presidente se deslindó de las cartillas para conservar el apoyo de la poderosa Iglesia Católica o iglesias cristianas al proceso de paz.
Este mensaje fue aprovechado por el senador Uribe, pescador de ríos revueltos, quien afirmó que “la ideología de género, incluida en los acuerdos de paz, entrará —sin mayores debates— a hacer parte de nuestro ordenamiento constitucional”. El discurso engañoso del senador omite, primero, que “lo del género” no es ideología, pues negarlo no borra del mundo a los y las homosexuales, las personas no binarias y las personas trans. Lo que existe, en cambio, es una construcción discursiva que describe (no impone) una situación social innegable y real. Tampoco cuenta el senador que la perspectiva de género ya está en nuestra Constitución: en la parte donde dice que todos los y las colombianas tenemos iguales derechos, entre esos, el derecho a una vida libre de discriminación.
De entrada es vergonzoso que los líderes religiosos confundan almas con votos, y usen la confianza de sus creyentes como capital político para presionar o influenciar política pública en un país laico. Pero esta práctica, en Colombia, es una tradición. No hay que olvidar que desde esos mismos púlpitos se emitieron muchos de los discursos beligerantes que polarizaron a liberales y conservadores en tiempos de La Violencia, y algunos hasta le dieron justificación “moral” a los Pájaros para matar.
Por supuesto, quienes promueven la discriminación no son “todos los cristianos”, pero entonces hace falta la marcha multitudinaria de esos cristianos que se desmarcan de los discursos violentos y peligrosos que se están emitiendo en su nombre. Son los cristianos que practican su fe desde la esperanza y la caridad los que tendrían que llamar a la sensatez a su propia comunidad. Específicamente deberían iluminar a sus pares, a esos que creen, con ingenuidad, que el texto de un acuerdo de paz puede imponer una identidad o preferencia sexual, los que no entienden que la paz en Colombia no es posible sin respeto o inclusión por la diversidad.
En diciembre del año pasado, el Centro de Memoria Histórica publicó el estudio “Aniquilar la diferencia”, que da cuenta de las múltiples violencias (asesinatos, violencia sexual, mutilaciones y más) que padece la población LGBTI que vive en medio el conflicto colombiano. En el informe denuncian que, por un lado, los grupos armados han impuesto en los territorios un “orden moral” que margina a todos los individuos que no se adaptan al sistema heteronormado binario.
Pero lo clave es que esta violencia no viene necesariamente de los grupos armados, viene de los prejuicios de la sociedad; o, en palabras del informe: “los actores armados no atacan a las personas de los sectores sociales LGBTI porque tengan una idea equivocada de quiénes son, por un prejuicio, sino porque ellos saben quiénes son y desean excluirles de su proyecto de nación”.
En los testimonios, las víctimas afirman que con frecuencia son miembros de la sociedad civil quienes aprovechan la situación para encargarles a los actores armados violentar a la comunidad. Esto es lo mismo que hacen los líderes religiosos que usan a sus feligreses como capital político para que se vayan en contra del plebiscito en defensa de su —inexistente— “derecho” a discriminar”.
Es por esto que la perspectiva de género es tan necesaria en los acuerdos: el reconocimiento de la diversidad por parte de todas las instancias de la sociedad, incluida la religiosa, es una condición necesaria para la paz.
El texto fue publicado originalmente en El Espectador y se republica con autorización expresa del autor.