No podemos huir del momento en el que nos ha puesto la historia, construir la PAZ sobre todo en los últimos días se ha convertido en la frase que quizás con mayor insistencia hemos escuchado, pero ¿Cuál es el desafío que encierra la acción a la que nos están convocando? Construir, y no cualquier cosa: construir la PAZ.
En Colombia las élites nos han hecho transitar, ciegos, hacia la encrucijada de elegir entre una cosa o la otra, los problemas nos los han simplificado de manera equivocada en aras de dividir; dividir entre buenos y malos, verdad y mentira, izquierda y derecha, liberal – conservador, una visión bipolar de nuestro mundo que nos ha llevado a mantener, reproducir y fortalecer el status quo de las élites, en otras palabras, caímos en su juego simplista de elegir entre un A y un B, pero bajo las reglas, condiciones y formas de quienes se han inventado los instrumentos para mantenernos en el letargo de esa bipolaridad cultural con la que nos han fragmentado.
Un ejemplo de lo anterior son las presiones polarizadoras para elegir un «bando» político con el que me pueda sentir identificado y así definir mis posturas en relación a la PAZ, la presión de los partidos por figurar y protagonizar las campañas por el SÍ o por el NO en el plebiscito. Lo que debemos tener claro es que éste momento es nuestro, de los Colombianos y no podemos rebajar el futuro del país a las campañas tradicionales alejadas de la estética y de la ética política. (Ver artículo)
La construcción de paz supone dos cosas fundamentales que a mi parecer debemos estar dispuestos a forjar, en una búsqueda incesante de real participación y reales transformaciones:
Primero, la necesidad apremiante de quitarnos la venda de un mundo con dos caras. La nueva historia de Colombia no puede escribirse nuevamente bajo la tinta de la discusión de izquierda y derecha, necesitamos una nueva visión supraideológica que trascienda esa discusión pero que se forje y se nutra desde abajo, desde las bases, desde las luchas que han logrado sin duda generar cierta presión al establecimiento, pero que no han sido exitosas en la medida en que como lo planteo inicialmente, terminamos jugando en su terreno, con sus reglas y reconociendo que a pesar de sentirnos vulnerados y oprimidos, nuestro único camino es – con un esfuerzo enorme para llegar a consensos entre nosotros mismos – organizar una serie de inquietudes y peticiones, que el establecimiento con su poder “solucionador” es capaz de solventar, y además una vez resueltas esas inquietudes, volvemos al orden legítimo, al mundo tal cual como nos lo han presentado, es decir, terminamos legitimando el poder opresor de las élites.
Segundo, tenemos que estar dispuestos a buscar, encontrar y construir identidad, esa identidad colectiva que nos mueve, ese hilo que nos entreteje. En Colombia tenemos muchas clases y tipos de indignación, movimientos sociales que con esfuerzo y valentía han logrado caminar y avanzar, la heterogeneidad es sin duda nuestra mayor riqueza; pero, si no logramos construir a través de elementos esenciales como la reconstrucción de nuestras memorias, no podremos encontrar esa identidad que hará posible el inicio de la paz completa que merecemos, esa que sólo estará completa en la medida en que como generación logremos construir un proyecto de país, y ese proyecto de país no tiene que estar enmarcado bajo una sola visión, no absolutista pues perdería el sentido, no debe eliminar los antagonismos, ese proyecto de país debe ser un consenso de las bases, bajo la piedra angular de la diversidad que nos hace enormes, para empezar a poner en la mesa nuevas reglas de juego en beneficio de las mayorías excluidas.
El reto desde los territorios es construir la PAZ con los ingredientes y las identidades de cada territorio, la solución a nuestros problemas no está en el marco de la realidad del centro, los acuerdos nos plantean dos aspectos fundamentales para avanzar como sociedad: 1. Reconocer que la desigualdad en Colombia es la causa de todos nuestros males y 2. Entender que sólo a través del diálogo es posible avanzar. Pero, no podemos dejar a un lado que nuestro mayor enemigo es la corrupción y para enfrentarlo debemos crear lazos de afecto y solidaridad, dolores compartidos que nos convoquen a juntarnos en la defensa de lo más importante: La vida.
En últimas la paz requiere piel y compromisos, mirarnos desde el corazón.