Ha pasado un mes desde la firma del acuerdo de cese bilateral y definitivo del fuego entre gobierno y la guerrilla de las Farc, anunciado desde La Habana y, ya con las aguas calmas por el paso de los días y de los acontecimientos que no se detienen, vale la pena pensar más allá de los lugares comunes. Pensar en frío, como dicen los abuelos.
El acuerdo de por sí es histórico porque le pone fin a cinco décadas de confrontación y muertos, desplazados y víctimas, precedidas por seis más de muertos que no se pueden contar y por casi un siglo más de guerras civiles. El cese al fuego obliga a la insurgencia y al Estado a deponer sus ímpetus guerreristas y a hacer a un lado sus ánimos de un triunfo bélico que imponga finalmente su voluntad sobre la del otro y los hace sentarse frente a frente en el mismo escenario, estando de acuerdo en algo fundamental: que disentir no otorga el derecho a matar. Claro que resulta decepcionante que un acuerdo sobre algo fundamental sea histórico, pero es que el país creció a la par de la guerra, qué le vamos a hacer.
Entonces hay que pensar más allá de los lugares comunes, decía, como que el fin del conflicto, histórico y todo, más que el final, es el principio. El principio de ese largo etcétera que mencionaba en este espacio hace varias semanas: la desmovilización, el desarme, el desminado, la reparación de las víctimas, la reinserción. Y de muchas cosas más: muy rápido se hicieron sentir las disidencias de las Farc a través de frentes radicalizados que se niegan a abandonar la lucha armada y a someterse a los acuerdos de paz; la sombra del uribismo que habla de resistencia civil y golpes de Estado para oponerse a los acuerdos de paz.
Nada sencillo. La historia dará cuenta de que una vez más, el radicalismo de la derecha volvió a coincidir con el radicalismo de la insurgencia… fuerzas opuestas tocándose en los extremos como en un círculo vicioso.
Y mientras la Corte Constitucional aprobó el plebiscito por la paz, pienso en la consecuente campaña por el No del uribismo, que defenderá la supremacía del belicismo para perpetuar la guerra, que es su fortín político y se valdrá de cualquier medio, porque el uribismo -a imagen y semejanza de su líder- no tiene escrúpulos y va a mentir y a decir cualquier barbaridad para seguir atizando los odios y seguirá engañando a medio país para que repita muletillas falsas (¡castrochavismo!, ¡claudicación!, ¡impunidad!). Y pienso entonces que la campaña por el Sí va a terminar convertida en una doble negación. No al no.
Por eso, porque el fin del conflicto es también el inicio de una campaña de los nostálgicos de la guerra y el Estado de excepción, es que se necesita tener tan claro ese lugar común de que este final es un comienzo para poder ir más allá de las campañas emocionales sobre la paz: no estamos en el paraíso, apenas vamos saliendo del infierno. Hay que pensar en frío. Hay que moderar el optimismo.
Publicada el: 21 Jul de 2016