Ser pilo paga… y ser ministro también

Opina - Educación

2016-07-14

Ser pilo paga… y ser ministro también

Una de las más famosas y auténticas producciones culturales latinoamericanas es la telenovela, una suerte de mezcla audiovisual a medio camino entre el folletín decimonónico, el teatro y el cine. Como el realismo mágico, la cocaína o los futbolistas brasileños, la telenovela es uno de los productos de exportación por los que es más conocida esta región. La telenovela es, de hecho, tan famosa que es posible conocer chicas de las antiguas repúblicas socialistas de Europa del Este capaces de chapurrear un español con acento latinoamericano, aprendido de telenovelas colombianas, mexicanas o venezolanas subtituladas en bielorruso, serbio, croata o rumano.

El éxito de la telenovela radica en que de manera más o menos invariante narra la azarosa historia de la movilidad social, en particular la de la mujer, en sociedades poco institucionalizadas. La telenovela jamás narra la historia de cómo se construye una riqueza o cómo se funda una empresa o cómo una familia prospera. En palabras de Ibsen Martínez, “la telenovela se limita a narrar cómo alguien que fue despojado y no contaba ya con [la riqueza familiar] logra entrar en el disfrute de un patrimonio.” El tema central es el del éxito económico como premio. En las telenovelas, por ejemplo, el único aliado de las heroínas es el azar: que por un golpe increíble del destino descubra que es hija del hacendado o que su hijo se enamore de ella.

La telenovela, al narrar una fantasía folletinesca, desvela una realidad: el hecho de que la movilidad social sólo es posible por giros del azar y no por un arreglo institucional que la facilite a quien trabaja duro o a quien se esfuerza. Tengo para mí que el así llamado programa Ser Pilo Paga del Ministerio de Educación se inscribe en esa narrativa de bloqueo social.

Ser Pilo Paga es un programa diseñado para financiar la educación universitaria, por medio de becas o créditos condonables, de los mejores estudiantes de bachillerato y cuyas familias tienen ciertos puntajes de SISBEN, es decir los más pobres. En palabras de los propios creadores de la iniciativa, se trata de estudiantes que jamás habrían entrado a una buena universidad, a pesar de que sus sobresalientes resultados académicos son mejores que los de muchos estudiantes cuyos padres sí pueden pagarla.

Son varios los estudios que muestran que la movilidad social en Colombia es reducida, incluso comparada con países de la región, tanto si se mide en el nivel educativo como en el nivel de ingreso obtenido por los hijos con respecto al alcanzado previamente por los padres [1]. En otras palabras, en Colombia es fácil predecir el nivel educativo o el ingreso económico que alguien va a alcanzar en la vida solamente conociendo los diplomas y el patrimonio de sus padres. Aquí se aplica la prédica bíblica, “al que tiene se le dará más, y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, aun lo poco que tiene se le quitará”. Esta es una situación que además está correlacionada con la desigualdad económica y Colombia, en lo que a desigualdad se refiere, se equipara con un país subsahariano, como Liberia o la República Centroafricana.

Imagen cortesía de: CSL

Uno esperaría que en un país serio, con el fin de transformar esta ominosa estructura social, se ampliará y se fortaleciera el sistema educativo, que las universidades públicas tuvieran una mayor capacidad financiera para ampliar su oferta de cupos universitarios y permitir así la entrada de un mayor número de estudiantes. Pero no, éste que nos ha tocado no es un país serio, porque nuestro Ministerio, en lugar de fortalecer el sistema de universidades públicas y hacer más o menos equitativo el acceso a la educación superior, ha elegido el relato telenovelesco según el cual el ascenso social sólo se produce por extraordinarios golpes del destino. En este caso, el de una ministra que entrega, ella misma, con su propia mano, un puñado de becas para estudiar en las más prestantes y elitistas universidades del país.

Los así llamados “pilos” encuentran en la mano de la ministra o del presidente el sustituto del sino, por el que las heroínas de las telenovelas descubren que su padre es el capataz de la hacienda, o de la rocambolesca sucesión de azares por la que el hijo del empresario o, en las versiones más modernas, del exitoso narcotraficante, se acaba enamorando de la protagonista a pesar de que no sea sino una humilde lavandera.

Hay una cosa muy importante en el programa Ser Pilo Paga y es que, literalmente, la propia mano de la ministra entrega las becas en un acto público (Ver Link), creando así un relato clientelar cuyo único propósito es el de aupar su carrera política. En efecto, uno de los más importantes pilares del programa es la publicidad; sólo en este rubro el Ministerio ha gastado $4.500 millones (Ver Link).

Escasos de grandes producciones telenovelescas como Betty la Fea o Café, un libretista podría escribir la historia del muchacho de Altos de Cazucá, condenado a la marginalidad, que, por el favor de una ministra, recibe una beca, estudia en las lujosas instalaciones de esa universidad bogotana con nombre de cordillera, se baña en su costosa y extravagante piscina olímpica, asciende rápidamente por la intrincada y exclusiva red tecnocrática de la capital y acaba siendo ministro de la presidente que algún día fue ministra de educación y que para serlo estudió, con su propio dinero, en Harvard.
1] R. Angulo, J. Azevedo, A. Gaviria y G. Paez, “Movilidad social en Colombia”, Documentos CEDE, Bogotá, 2012.

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Carlos Benavides
Soy físico. Mi area de trabajo es la química e información cuántica. En la actualidad soy investigador postdoctoral en el Instituto de Física Teórica de la ciudad de Halle, en Alemania.