No creo que haya alguien tan iluso, que tenga una postura a favor o en contra de la negociación y firma del proceso de paz, como para pensar que con dicho acto los problemas del país desaparecerán. Pero los hay, no hay pañuelo que se caiga en este país que no genere un eco estruendosamente contundente con el subsiguiente sonsonete de: esa es la paz de Santos, ahí tienen su paz, etcétera. O la magnificación de los ‘trapos sucios’ y del oscuro pasado del otro lado.
¿Estamos de verdad preparados para la paz?
Parece que no, es tal el afán de unos y otros de demostrar la veracidad de sus posturas, que Colombia se ha convertido en un territorio lleno de trampas en las que se quiere ver al enemigo, no el del monte o de las calles, si no a ese amigo, familiar o conocido de toda la vida, patinando en sus ideologías, creencias, posturas políticas, hasta llegar a retirar el apoyo de quien las representa. Claudicar, rendirse, darle la razón al otro parece ser el ideal de paz mental.
Si para esto el proceso de paz debe ‘caer’, que caiga. Si incalculado número de personas deben terminar en la cárcel, desde ex presidentes hasta guerrilleros rasos, mejor. En el fondo todos deseamos lo mismo, aunque queramos llenar esas celdas con personajes diferentes.
¿Qué ganamos con este deseo? ¿Cómo puede cambiar nuestra vida si algo así llegara a suceder? No son preguntas para responder con lo obvio, con que se abaratan los costos de producción en el campo, se reduce la inversión en seguridad en algunos sectores económicos; lo de la economía es una verdad indiscutible. También que los genocidas al margen de la ley y los que usaron ésta para ampararse en violaciones iguales de terribles, paguen por sus actos.
Pero, ¿en esa rutina de levantarse, desayunar, ir al trabajo, almorzar, seguir trabajando, comer y dormir, ¿en qué te afecta que Timochenko y/o Uribe estén en una cárcel?
Si me preguntaran eso a mí, respondería que para estar orgulloso de mi país y sus instituciones, porque así debe ser; porque una verdadera ‘confianza inversionista’ se genera con un Estado sólido y confiable. En mi rutina diaria al parecer no me afecta en nada, como a la inmensa mayoría de colombianos, que estamos como una pluma al viento en el vaivén del acontecer nacional.
La siguiente pregunta sería: entonces, ¿puede Usted vivir sin eso? Y aunque me cueste aceptarlo tendré que responder que sí. Mi vida, como la de muchos, ha seguido llena de situaciones a pesar de masacres como la de Bojayá o genocidios como los de los falsos positivos. Es más, personas que vivieron esas tragedias, como han podido, han tratado de seguir con sus vidas, algunos con la gallardía, coraje y ejemplo de perdonar a sus verdugos. ¿Por qué nosotros no podemos? ¿Quién nos dio el mandato de ser la voz de gente que no nos ha pedido nada? ¿Cómo hacemos los humanos para heredar odios y enemistades? Contestarán algunos que para no ser indiferentes, para ser solidarios. Me pregunto ¿dónde termina la deferencia y solidaridad para comenzar a ‘patinar’ en el mismo sitio llenos de apegos, ‘enganchados’ en lo mismo? Considero que hay otras especies que manejan mejor el tema.
¿Será que tendremos que imitar a los alemanes?, ¿tendremos que prohibir la mención, apología y celebración de épocas oscuras de nuestra vida nacional para poder seguir? ¿Habrá alguien con un verdadero ‘amor de patria’ que sea capaz de reconocer lo equivocado de sus actos? Por mucho viaje a Miami, dos carros, casa, universidad, negocio propio, etc., nos falta mucho para ver a nuestros dirigentes aceptando las responsabilidades de sus actos, como lo acaba de hacer Tony Blair en Inglaterra por su decisión de atacar Irak: «Fue la decisión más difícil que he tomado. La tomé de buena fe. Expreso mi dolor, mi pesar y disculpas».
¿Estamos preparados para la paz?
¿Es el gobierno -este y los anteriores- el culpable de todas nuestras desdichas? ¿De las suyas? ¿De las mías?
¿Está Usted en paz?
¿Qué tal está la relación con sus padres, con sus hermanos, con su pareja, con sus hijos?
¿Tiene amigos?
¿Lo atormenta el pasado?
¿Le genera ansiedad el futuro?
Puede que de manera desprevenida sean preguntas sueltas, de pronto incómodas, porque algunas respuestas recuerdan pendientes, equivocaciones, ausencias, vacíos, distancias, pasos sin mirar atrás…
Afrontar la paz de una u otra manera es como hacernos esas y otras preguntas, como individuos, como sociedad.
Más que preguntar tenemos que actuar porque en efecto la firma del acuerdo de paz está lejos de hacernos sentir así. Hoy nadie quiere ayudar a un accidentado en una calle o una carretera, creemos que es una trampa, que el ladrón nos saldrá desde un matorral, porque en un país sin justicia terminaremos implicados y responsables de un accidente que no provocamos. La desconfianza está lejos de cualquier sensación de paz individual o colectiva.
Hay actos sencillos que sí que pueden contribuir a una vida en paz, civilizada, esa que respetamos y a muchos nos encanta cuando salimos del país.
Saludar, despedirse, dar las gracias, respetar las filas, ayudar, no arrojar basuras en calles ni carreteras, respetar las señales de tránsito (usar las direccionales), parquear donde se debe y no donde se puede, hacer el pare no para mirar a quién se le va a tirar el carro sino para respetar a quien lleva la vía, denunciar al corrupto (desde el más pequeño hasta el más ladrón de cuello blanco), dejar de salir borrachos en un carro a jugar con la vida propia y de la que se nos atraviese, valorar la vida, que nos duela cada vida que se pierde (porque si es una matanza de menos de 10 es normal), cuidar a mujeres, ancianos y niños, saber quién es el vecino, cómo se llama, a qué número lo puedo llamar si se le está incendiando su vivienda, dar el paso en las cebras, pensar que en cada bicicleta o moto puede ir uno de nuestros familiares, esos a los que no queremos que les pase nada.
Terminar con esa mentalidad colonial que humilla a quien nos sirve, condenar o por lo menos no azuzar al ‘avión’, la ‘abeja’, el ‘avispado’, la ‘malicia indígena’ que no son sino formas de aplaudir al ventajoso, a es que hoy se aprovecha de otro y mañana de nosotros, los que somos padres aprender que la violencia genera más violencia, que el niño que entiende que todo se puede solucionar y corregir a golpes mañana se bajará de su carro a darse ‘cruceta’ con cualquier conductor de bus, o le pegará a su pareja.
Mucho debe hacer el gobierno para que haya paz, presencia en todo el país, pero no para saquear si no para hacer Estado. La sociedad civil debe comprometerse en una guerra sin cuartel contra las mafias políticas corruptas y que se cumplan a cabalidad las leyes. Nosotros, desde nuestros trabajos, casas, familias, municipios podemos aportar mucho a es paz de la que hacemos responsable a otros.
¿Estamos preparados para la paz? ¿Está Usted en paz?
Publicada: 10 Jul de 2016