Uno juzga que hay valores e ilusiones tan grandes y encomiables que parece increíble que puedan existir personas que no los compartan. Así sucede con los buenos deseos respecto de la salud, el progreso, el bienestar, la riqueza. ¿Quién no le desea a sus amigos todo eso y mucho más?
Pero, siguiendo la lógica política de Schmidt, tan caro al ideario de cierto ex presidente, me doy cuenta de que la clave para que haya seres que no comparten esos buenos deseos está en la palabra “amigos”. Casi nadie, por no decir que nadie, desearía esas cosas para sus adversarios. Por el contrario, lo que suele ocurrir es que al enemigo se le desee lo peor.
Por eso, cuando una buena cantidad de personas expresan sus votos y esperanzas de que la Paz termine por abrirse paso en esta senda de abrojos en que, por más de 50 años, la han metido los violentos de todos los pelambres, entendemos que todas esas personas son amigas. Que quieren que al país le vaya bien por fin.
Y, siempre dentro de la lógica del teórico alemán, la consecuencia razonable entonces resulta muy clara: Se requiere ser un enemigo para no desear que ese valor de la Paz, triunfe y se abra paso.
Porque revela una índole perversa, por decir lo menos, el salir a tratar de robarse el show mediático armado de una retórica cursi y mal hilvanada: “la palabra paz está mal herida”, como si en un conflicto cruento y doloroso como el que nos ha aquejado, fueran las palabras y no las personas las que salen mal heridas.
Claro que uno entiende a qué se deben esa desazón y esa amargura: la construcción de una esperanza viable de Paz y de superación de los obstáculos que se han opuesto a la desmovilización de los violentos, los va a enmudecer políticamente. Cuando no se tiene programas sociales, cuando en 8 años no se construyó un solo hospital, no se inauguró una Universidad y ni siquiera en Antioquia, tierra natal, se hizo una sola carretera, a pesar de contar con gigantescos recursos externos y tributarios, así como con la más grande legitimidad que gobernante alguno haya tenido en Colombia, ¿qué discurso político se va a agitar?
Sin poder levantar más la sangrienta bandera pero, al mismo tiempo, sin estar en condiciones de mostrar ejecutorias sociales; carentes de capacidad de adaptación, dada su rigidez mental, conceptual y filosófica, lo único que les espera es la mudez política: El fantasma se le salió de la sábana y la sábana sola no espanta a nadie.
Y un político vive de la retórica, de la palabra, aunque, como decía la otra vez, sea para mentir sistemática y desvergonzadamente. La naturaleza le tiene horror al vacío. El político le tiene pánico al silencio. El silencio es no fieles, no seguidores, no votantes, no curules y, en este caso, ello se podría traducir, además, en no fuero legislativo, y en que tal vez las investigaciones penales finalmente avancen…
En resumen, ahora si se comprende el porqué de la amargura, el porqué de la desazón y hasta el por qué se destroza la poesía con esa retórica abstrusa: tienen miedo.
Publicada el: 27 Jun de 2016
Excelente artículo, felicitaciones al columnista Armando López Upegui
Es evidente que los «buenos muchachos,confiados inversionistas , patriotas inversores y héroes de la patria’apuestan por la guerra…mantener y sostener sus ejércitos privados..cuesta..!