Los taurinos reclaman hoy un triunfo por el regreso de las corridas a Bogotá. Su argumento, que hacen ver incuestionable, es sencillo: “los espectáculos taurinos son considerados una expresión artística”. Eso dicen… “eso cuestión de arte”.
Lo afirman como si el arte fuera un valor absoluto; como si defender el arte y la libertad de expresión fuera la sentencia que cierra una discusión.
Me gustaría revisar este argumento que, en últimas, resulta un paso en falso para quienes lo utilizan. El arte ha sido, desde hace más de un siglo (si no desde siempre) un campo de estudio y producción que se critica, se evalúa, se reevalúa, se transforma y se vuelve a transformar a sí mismo: está en creación y construcción constantes, y sobre su naturaleza es muy difícil encontrar un punto fijo.
Creo que muchos artistas han señalado la pregunta de qué es el arte. El caso más famoso es, quizá, el de Marcel Duchamp, quien, algún día, se le ocurrió colgar un orinal en una exhibición afirmando que esa era su obra. Se debieron desatar muchas opiniones alrededor de este gesto provocador. Lo interesante de esto resulta ser, no la obra en sí, sino las preguntas que suscita el ver a un orinal “convertido” en obra de arte. ¿Qué es el arte? ¿El arte es lo que digan que es arte? ¿Una obra artística es lo que defina el artista como tal?
Cuando hablo de este problema con mis estudiantes, al notar su cara de angustia existencial, les digo: es que acaso, si yo tengo una galería de arte y soy yo quien escoge las exhibiciones, ¿no estoy escogiendo lo que es arte? El orinal de Duchamp no es más que un llamado de atención a un problema de autoridad, puesto que, después de todo, se trata de un problema de quién y no qué: ya no se trata de preguntar qué es el arte, sino quién lo hace y quién decide qué es arte. Porque sí, así es aunque no nos guste, el arte es también una cuestión de poder.
Es por esto que los defensores de las corridas de toros no hacen nada al afirmar que son una expresión artística, como si al recostarse en esta cuestión estuvieran apelando a una verdad imbatible. No hay nada más cuestionable que el arte, razón por la que creo más que pertinente la discusión alrededor de si prohibirlas o no. Lo que pasa es que el arte, además de ser un problema estético, es también un problema político.
Yo sé que recuerdan que, en el 2007, hubo un caso de un “artista conceptual” costarricense que dejaba morir de inanición a un perro en una galería. El deterioro, la muerte, el sufrimiento, se volvían arte. La desgracia era su espectáculo. Este caso, que despierta las mismas inquietudes que el cuento de “El artista del hambre” de Franz Kafka, fue un escándalo a nivel mundial.
Era, sin embargo, un gesto provocativo como el de Duchamp pues, en últimas, nos señalaba el mismo problema: ¿a qué llamamos arte? Esta crueldad sirvió, finalmente, para cuestionar lo mismo que debemos cuestionar de la tauromaquia, si la tratan como arte: ¿cuáles son sus límites? ¿Hasta dónde podemos llegar en su nombre? Sí, lo que pasa es que el arte también es un problema político y, como tal, reclama una ética; y ética, maltrato y muerte no comparten ni pueden compartir el mismo espacio físico. No van en el mismo performance, menos cuando la muerte no es ficcional.
Publicada el: 15 Jun de 2016